Hermano Carlo Carretto

testimonios de hermanos

De Xavier G., Bangui 29 octubre 1988

Nuestro hermano Carlo ha finalizado su viaje. Este verano, él compartió un último símbolo de la amistad con aquellos que han ido a Spello. ¡Creo que nunca  pasaron tantos hermanos en Spello como en estos últimos meses, durante estas tres reuniones! Carlo quería escribir su “último libro”, como lo hacía siempre. Pero esta vez lo escribió, no con tinta sino con su bondad y su humildad que se traslucían a través de su sufrimiento. Y es el único libro de Carlo, de hecho, que he leído hasta ahora. Creo que muchos hermanos se podrían expresar lo mismo. En la fraternidad, siempre hemos tenido miedo de los escritos y palabras porque sabemos que puedan distorsionar la realidad.

Pero después de ver el rostro de Carlo, transformado por la edad y su mala salud, estoy dispuesto a leer sus inspiraciones de poeta. Él ha sido capaz de contemplar el mundo y ver en él a Dios. Carlo siempre ha superado los estrechos límites de la fraternidad de los Hermanos del Evangelio.

Cuando en alguna ocasión se pretendía imponer  límites sociales artificiales, él fue capaz de traspasarlas. Miembro de la Iglesia, sin traicionarla jamás. Vivió siempre como hermano, y sabía amar a los grandes y a los más pequeños, con una gran sencillez. Y hago memoria ahora de todos aquellos hombres y mujeres a través del todo el mundo que han sido consolado por una palabra o una sonrisa de nuestro hermano Carlo.

 

De Gérard  G., Berck septiembre 2008:

El hermano Carlo queda para en mi recuerdo como un hermano mayor alegre, que sabía poner en valor a todas las personas que conocía.

Tuve la suerte de vivir con él de septiembre 1964 a septiembre 1966, en Bindua (Cerdeña) y en Spello y más tarde en diversos periodos en verano en Spello en 67, 68 y 69. Pude apreciar el arte de su palabra y su profundidad espiritual al escuchar sus homilías y meditaciones en la capilla de Bindua, captando la atención de sus oyentes fuese en una gran asamblea o en grupos pequeños. En la vida diaria provocaba, buscaba el debate y no tenía miedo a la confrontación, incluso en reuniones entre hermanos o en conferencias cuando para este fin recorría la Cerdeña o el continente. Su apertura de espíritu y su cultura se lo permitían. Su profunda fe, no era solo intelectual, teológica, sino que también estaba cerca de la fe del “carbonero”. ¿Cuántas veces he encontrado bajo el mantel del altar a los pies del tabernáculo, notas en donde escribía intenciones de oración. ¡Qué confianza!

Tuve la suerte como hermano joven de poder convivir con dos hermanos mayores: Carlo Carretto y Paul Collet. ¡Dos hermanos con ideas opuestas, pero verdaderos hijos de Dios, para quien, lo que importaba era amar! No olvidó la discusión fuerte y llena de pasión en una noche y a la mañana siguiente, al tomar el café, ambos se dijeron uno al otro: “¡No podemos ir a la capilla sin pedirnos perdón”. Gracias hermanos Carlo y Paul. “Lo que importa es amar”.

 

De Paul Collet, San Peray 14 septiembre 2008

Tras la decisión del Consejo de abrir una fraternidad en Spello, se ha previsto la venida de varios hermanos para conocer mejor la casa y su contexto. Incluso algunos “regardants” llegaron para conocer a  los hermanos y colaborar en la obra de rehabilitación. El pequeño monasterio se encontraba en muy mal estado y no ofrecía las condiciones mínimas de vida para los hermanos. Y en el verano de 1966, Carlo llegó de Cerdeña para coordinar todas las actividades, y ponerse en contacto con las autoridades locales, tanto municipales como religiosas. Tuvimos que dividir y distribuir los espacios en el interior del edificio, en colaboración con la familia del portero del cementerio. Y en el día de la fiesta de san Carlo, el 4 de noviembre de 1966, llegué a Spello dejando la Cerdeña, y me encontré a Carlo en la gran cocina de san Girolamo, celebrando la fiesta con algunos de sus amigos.

¡Así empezó la fraternidad! Rápidamente me di cuenta de que la iniciativa de una casa en Spello respondía a los deseos de los amigos de Carlo que querían tenerlo cerca en su país. Era el momento de la recolección de las aceitunas lo que nos brindó la oportunidad de contactar con los trabajadores de la zona. Al tiempo, se iban tomando medidas para dar respuesta a lo que era la vocación de la fraternidad de Spello: hacer posible que los hermanos o amigos encuentren lugares para pasar un tiempo de descanso y de retiro. Rápidamente se acondicionaron dos ermitas entre los olivos (san Elías y san Eliseo.) en lugares donde anteriormente se encontraban pequeñas casas que servían para el resguardo de personas y animales en el momento del trabajo agrícola.

Poco a poco, la fraternidad encontró su propio estilo. Carlo se encargaba de la organización del día y yo del trabajo; una vez finalizada la campaña de la cosecha de las aceitunas fui contratado por un jardinero de flores en Foligno. La tarde se reservaba para reuniones y tiempos de oración y por la noche se celebraba la Eucaristía. Rápidamente, por las intervenciones de Carlo en los medios de comunicación y su participación en numerosos encuentros, las visitas se hicieron más numerosas no tanto por los lugareños sino por personas que llegaban de diferentes regiones de Italia. En verano se hacían las celebraciones en el claustro, no en la capilla que era demasiada pequeña, compartiendo el pan de la eucaristía con los visitantes y los que  en ese momento hacían retiro.

En septiembre de 1967, tras una reunión con René Voillaume en Spello, fui elegido en respuesta a una solicitud de la hermana Magdeleine. Quería que un hermano fuera a vivir a Béni-Abbès para asegurar la vida litúrgica de las Hermanas. Acepté la solicitud y dejé Spello por el Sahara con la intención de que la ermita de Béni-Abbès podría convertirse en un complemento para los tiempos de soledad y de retiro a la fraternidad de Spello.

 

De Bernard D.

Conocí a Carlo por primera vez en el otoño de 1971. Llegué a Spello con Manu, de Francia, donde hice mi postulado. Era de noche. Vi a Carlo acercarse a nosotros en el claustro de san Jerónimo, los brazos en alto para darnos la bienvenida, con una gran sonrisa y el tono de su voz que brotaba directamente del corazón. Esta sonrisa y voz expresaban todo lo que tenía en el corazón. No recuerdo haber recibido nada de Carlo hasta el último día que lo vi. Lo acompañé durante una noche en el hospital de Perugia. Carlo, debilitado por la enfermedad necesitaba ayuda para todo. Intentaba ayudarlo, pero de manera muy torpe. Él me daba las gracias con su voz muy debilitada y sacando fuerzas del corazón, me dijo, “¡Que bueno eres!”

    

De Tomaso B.

Hermano, ya se levanto el sol”

En Spello, san Girolamo, hace unos 40 años, conocí a Carlo, un “hombre”. Un hombre libre, ligero de equipaje, acogedor, sencillo, enamorado de Dios y del hombre. Era hermano de Carlos de Foucauld, pero el hecho de ser religioso no reducía su humanidad; ni el hecho de ser ante todo un hombre, no le restaba su pertenencia a una orden religiosa. Conocí a un hombre que, sobre todo con su hospitalidad, indicaba a muchos el camino hacia Jesucristo, hombre y Dios. Apuntaba a Dios y al Hombre, al cielo y a la tierra,  aquí y allá...

La característica del hermano Carlo fue unir, él célibe, las diversidades de manera armoniosa, en el respeto de las diferentes identidades. Era capaz de dialogar con todos.

Carlo, célibe, sabía unir en su interior, en su corazón. De manera especial los religiosos “unificados”, saben amar realmente y tienen el secreto de unir lo divino y lo humano, lo masculino y lo femenino, el trabajo y la oración, la acción y la contemplación, lo católico y lo protestante... La firmeza y la dulzura eran las características de su acogida. “Señor, que se pinchen los neumáticos de los que vienen a molestar, pero pon tu mismo alas a los que vienen a tu encuentro”. Integraba bien los aspectos femeninos en su masculinidad así podía libremente abrazarte, como a veces decirte: “basta, ahora tienes que irte”.

De un modo brillante, Carlo fue capaz de expresar lo esencial del ritmo trabajo - oración. Después de compartir la comida y la experiencia de cada uno, a menudo sonaba su voz alegre: “los platos” y rápidamente se ponía el delantal, las manos en el agua, invitando a los demás a acompañarlo para fregar los platos. Por no hablar de su habilidad única para limpiar los intestinos de las gallinas llegadas al final de sus días y al mismo tiempo desarrollar un diálogo con alguien y tener el corazón descansando en Dios.

En la noche, una vez por semana en verano y en invierno la voz de Carlo resonaba de un modo especial (como todavía hoy se siente): “Hermano, hermana, es mejor rezar que dormir ¡Ánimo!”. Al bajar a la capilla, él ya estaba allí, había renovado el fuego de la estufa y adoraba, contemplaba. Y al terminar, al salir al aire libre, delante de Giacobbe (su ermita) invitaba a todos, con la nariz hacia arriba, a reconocer las constelaciones, a dejarse invadir por la luz radiante de la noche, por la luz y la oscuridad, mientras se podía de repente escuchar una voz: “¿Qué es el hombre para que te acuerdas de él?”.

¿Quién es el hombre? Carlo lo dijo con su manera de vivir como “hijo del Evangelio”, un amante de un Dios cercano, que no se ha encerrado “en las iglesias, en las casas religiosas, en la Acción Católica” o similares, no fue “propiedad” de los cristianos o de otros, no fue de derecha o de izquierda, sino un pobre delante de Dios, vacío de sí mismo, cuya alegría (existir) es que el otro exista, y que el otro viva… Uno y Otro, Dios y hombre. A menudo, al despertarse, por lo general mucho antes de la salida del sol, la voz de Carlo se escuchaba diciendo: “Hermano, ya se ha levantado el sol. Levántate y anda”.

 

De Tullio B.

Llego Carlo Carretto a Bindua en Cerdeña en 1964, y allí fue mí primera oportunidad de vivir y trabajar con él; no es siempre fácil vivir a la sombra de un “gran” hermano.

Al volver a Francia, Carlo me pidió hacer una parada en Spello para que le diera mis impresiones sobre un antiguo convento franciscano en donde se plantea la fundación de una fraternidad de acogida en Italia, proyecto deseado por muchos. En agosto del 65, dirigido por Lionel Radi, visitó san Jerónimo, que se encontraba en un estado lamentable de abandono, pero al mismo tenía un atractivo fascinante y prometedor...

Encontré de nuevo a Carlo en Spello tres años más tarde, en plena acogida de verano: con su exuberancia y su proverbial capacidad de acoger y hacer vibrar los corazones; en la actualidad el convento de san Jerónimo está restaurado de manera sobria pero con buen gusto.

Durante dos años, de 68 a 70, viví una experiencia intensa trabajando con entusiasmo con Carlo en la acogida y también durante el invierno sustituyéndole en las épocas que tenía por costumbre viajar a Béni Abbés, en Argelia, momento en que la fraternidad de Spello se encontraba más “normalizada” con más tiempo para la atención a la realidad local y al pueblo de Spello.

Encuentro de los Hermanos de Europa.

Italia. Sportorno 1984.

Carlos Carretto en el centro

Carlo Carretto en El Hoggar

«Aceptar la muerte como acto de amor no es fácil, y creo que ésta ha sido la obra maestra de Cristo en su afán de amar.

A nosotros, a pesar de nuestra infinita debilidad, nos toca imitarle.

Pero la muerte, la verdadera, no es la física; ésa, si acaso, es solo su signo, su representación horrible, visible, sensible.

La muerte verdadera es la “separación” de Dios, y ésta es intolerable; la muerte verdadera es la no fe, la no esperanza, el no amor.

Quien la conoce, y la conocemos todos porque estamos inmersos en ella, conoce lo que es el dolor y la tristeza.

La muerte verdadera es el caos en que termina el ser humano cuando desobedece al Padre, es la maraña inextricable en que se ve envuelto por sus pasiones, es la derrota más radical de todos sus sueños de grandeza y la desintegración de toda la persona.

La muerte verdadera es el vacío, la oscuridad, la angustia, la desesperación, el odio, la destrucción.

Pues bien, Cristo consintió en penetrar en esta muerte, en esta separación, a fin de hacerse solidario de todos los que se encontraban en la separación y salvarlos.

Cuando hubo llegado al fondo de su desesperación, anunció la esperanza con su resurrección.

Cuando estuvo en el abismo de su incapacidad de amar, les comunicó el gozo infinito del amor con su resurrección».

Carlo Carretto, Dichosa tú que has creído, Madrid, 1980, 85-87

Spello. Provincia de Perugia. Región de Umbria.

Al pie del monte Subasio (Italia)

Spello. Capilla de la ermita de Béni Abbés

 

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