Hermano Carlo Carretto

Breve biografía

 Carlo nació en Alejandría en el seno de una familia campesina el 2 de abril de 1910. En su juventud fue militante de la Acción Católica[1]. Profesionalmente ejerció de profesor. En 1940 fue nombrado director de Instituto, siendo cesado de su cargo a causa de su oposición al régimen fascista.

En 1946 es nombrado presidente de la GIAC (Juventud Italiana de Acción Católica). En 1953 renunció a su cargo por divergencias con los sectores católicos que estaban planeando una alianza con la derecha italiana. En este período de reflexión laboriosa y dolorosa fue cuando tomó la decisión de entrar a formar parte de la Fraternidad de los Hermanitos de Jesús, de la familia Carlos de Foucauld.

El 8 de diciembre de 1954, marchó a hacer su noviciado en El Abiodh Sidi Cheikh en Argelia, en donde, permaneció durante diez años, compartiendo su vida en fraternidad en el Sahara, en la zona de Tamanrasset. Este periodo fue una experiencia profunda de vida interior y de oración, en el silencio y en el trabajo, que marcaría toda su vida y sus actividades posteriores. En el año 1964, ingresó en los Hermanos del Evangelio, recién fundados, regresando a Italia. En 1965 se estableció en Spello (Perugia), en un monasterio abandonado donde, poco antes, había comenzado la vida comunitaria una nueva fraternidad de los Hermanos del Evangelio. Pronto, su prestigio, comenzó a atraer a personas al lugar, creyentes o no, para encontrarse interiormente. Desde entonces la comunidad se convirtió en un lugar de acogida, oración y reflexión.

Después de varios años de enfermedad, en la noche del 4 de octubre de 1988, en la fiesta de san Francisco de Asís[2], del que había escrito una biografía apasionada unos años antes, Carlo se encontró con el abrazo de Dios Padre.

«Detrás de la profecía proclamada de la Palabra de Dios, lo que aparece a mis ojos, es todo un choque, una especie de contradicción continua, a menudo una negación. Diría incluso que lo que aparece sea querido por Alguien o por algo para negar la profecía. Proclama la profecía a Abraham: “Mira al cielo y cuenta las estrellas, si puedes contarlas (…) Así será tu descendencia” (Gen 15,5)[3]. La realidad visible contesta: “¿Cómo es posible esto? Tiene cien años y el seno de tu mujer Sara es estéril y se encuentra consumido por el tiempo”.

Jesús pronuncia sobre el pan y el vino: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. La razón del que escucha  contesta: ¿Cómo es posible esto? “Es duro este lenguaje”. (Jn 6, 60)[4]. De ahí que cuando uno profetiza a partir del cosmos y a partir de las contradicciones lo que aparece a la vista es que “Dios es Padre”; todo responde: “¡Bueno! ¿Cómo es posible que Dios sea Padre? Mira la injusticia, observa el hambre en el mundo, contempla el infierno que viven algunos seres humanos. ¿Cómo es posible que Dios sea Padre? Mi hijo murió. ¿Cómo es posible que Dios sea Padre?”. Y sé que a pesar de experimentarlo mil veces, cuando “creo” y afirmo con toda mi fuerza que la Palabra de Dios es eterna y que la profecía se cumplirá, trastorno la realidad, supero el peso de mi gravedad, entro en una órbita de luz, vivo una realidad divina, hago presente en mí el Reino, venzo el mundo que me rodea y que trata de asfixiarme. Cuando creo no soy un simple hombre sino que soy hijo de Dios. Creer no pertenece a nuestra dimensión natural; corresponde ciertamente a nuestra dimensión divina» (Carlo Carretto)

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[1] Forma de apostolado asociado de los laicos. Fundada por el papa Pío XI. Renovada con las directrices del Concilio Vaticano II. Son sus notas de identidad: eclesialidad, secularidad, organicidad, unión con la jerarquía.

[2] Yo, Francisco, Madrid, Edic. Paulinas, 208 p. La edición que citamos ya en el año 1983 había alcanzado su octava edición.

[3] Traducción Biblia de Jerusalén

[4] Ibid.

 

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