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Pobre para ser hermano

 

Carlos de Foucauld era un francés de mediados del siglo XIX, de familia noble y rica, sin ningún conocimiento directo de la situación de las personas que a su alrededor podían considerarse "pobres"… ¡y eran muchas! En su exploración de Marruecos, se ve obligado a "camuflarse" bajo los harapos de un pobre, pero él sabe que en realidad no lo es, y que sólo el gusto de la aventura y tal vez el ansia de una cierta gloria justifican esta situación… que, sin embargo, dejará huellas profundas en su corazón, porque le hace sentir su pequeñez, y apreciar la ayuda de aquellos pobres que, por ser su huésped, le salvan la vida. Después de una larga búsqueda, y a través de mediaciones varias (entre las cuales el testimonio de los creyentes del Islam no será la menor) vuelve al Dios Padre que ha estado siempre esperándolo, y es el Evangelio del "hijo pródigo", o mejor, del Padre misericordioso, que le ayuda a releer y comprender este momento de su vida. Esta conversión-regreso es tan radical, que no concibe ya su vida sino como una entrega total a Dios: "Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para Él. Mi vocación religiosa data del mismo momento que mi fe: ¡Dios es tan grande!" (Carta a Henry de Castries, 14 de agosto de 1901).

El padre Huvelin, que fue el catalizador último de su conversión y que Carlos tendrá siempre como consejero y confidente, le aconseja que vaya en peregrinación a Tierra Santa, y a pesar de sus prisas por entrar en alguna orden religiosa, Carlos sigue todos los pasos de la vida de Jesús con emoción. Pero lo que es para él una verdadera revelación es llegar a Nazaret, que en aquél momento era aún una pobre aldea, observar los sitios donde Jesús vivió, pisar el suelo de las calles que pisó Jesús, descubrir "la existencia humilde y oscura del divino obrero de Nazaret" (Carta a Luis de Foucauld, 12-04-1897).

Desde entonces, Carlos adopta como paradigma y modelo a "Jesús en Nazaret", entendido, esto sí, según sus propios criterios de aristócrata que ve en la vida sencilla de pueblo "el último lugar" y en el trabajo manual "una abyección". Todas sus búsquedas, sus tanteos, sus cambios, tienen como razón la imitación más exacta posible de la vida de Jesús, tal como él la imagina. En la Trapa, donde se vive con mucha pobreza, descubre la situación real de los vecinos y reacciona:

"Nosotros somos pobres de cara a los ricos, pero no pobres como lo era Nuestro Señor" (Carta al P. Huvelin, 30-10-1890). Estando más tarde en Nazaret, en unas condiciones que no tienen absolutamente nada que ver con las de Jesús, escribe: " Dios mío, no sé si es posible a ciertas almas verte pobre y quedarse a gusto ricas… en todo caso, yo no puedo concebir el amor sin una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza… Ser rico, estar a gusto, vivir de mis bienes, cuando tú has sido pobre, has vivido de manera incómoda, has tenido que afrontar un trabajo duro: yo no lo puedo hacer, Dios mío. No puedo amar así… (Escritos espirituales, pág. 105)

Algún tiempo después Carlos, marcado por sus largas horas de contemplación de la Eucaristía, decide ser sacerdote, con el deseo de ir a llevar "este banquete divino… no ya a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los cojos, a los ciegos, a las almas más abandonadas… Es preciso ir no allí donde la tierra es más santa, sino allí donde las almas tienen más necesidad" (Carta a Mons. Caron, 08-04-1905)

En 1901 se instala en Beni-Abbès (Argelia), que es colonia francesa en aquel momento. Allí quiere ser un monje, pero monje abierto a todas las necesidades de los que le rodean. Al acoger a los más pobres descubre sus condiciones de existencia, y en seguida se da cuenta de que son víctimas de una injusticia clamorosa, sobre todo por la realidad de la esclavitud, tolerada por los franceses.

Comunica a sus amigos y superiores su indignación, e intenta hacer todo lo que está en su mano para alertar la opinión pública. La razón del Hermano Carlos para optar por Beni-Abbès fue la cercanía de Marruecos, país que permanecía cerrado a los europeos, pero con el cual sentía una deuda de gratitud. Pero, al darse cuenta de que no le sería fácil penetrar allí, y habiendo la posibilidad de adentrarse más hacia el sur, y de encontrar a grupos humanos mucho más inaccesibles a toda evangelización, no duda en ponerse de nuevo en camino y dirigirse a Tamanrasset, en el Hoggar. Al empezar esta nueva etapa de su vida se deja iluminar por la existencia de Jesús en Nazaret con más intensidad si cabe, pero ahora de una manera algo más realista, construyendo su ermita no en un lugar solitario, sino en un sitio accesible a todos. Se interesa por la lengua y cultura de los tuareg, habitantes de esa región, y se preocupa por ayudarles en todo lo que puede, incluso pidiendo alimento y utensilios domésticos a su familia para repartirlos entre sus vecinos.

Es verdad que el Hermano Carlos vive pobremente, pero los habitantes de Tamanrasset nunca han podido ver en él un pobre: si se alimenta mal, si no se viste correctamente, esto no lo interpretan como una real pobreza. Su casa está llena de cosas para dar. Él está allí para dar, es su papel y su función de "marabú" cristiano. Es verdad que no hace grandes limosnas, que sus donativos se pueden contabilizar, pero sin embargo queda como el bienhechor, dispuesto a socorrer y a repartir según las necesidades de cada uno. Lo que da son sus bienes, que gestiona pidiendo a su familia para los pobres.

En un informe sobre la manera de viajar por el Sahara, detalla las limosnas que hay que hacer, según las situaciones. Concluye diciendo: "No aceptar nada, a no ser que sea indispensable hacerlo y que se trate de cosas de muy poco valor". (Carnet de Beni-Abbès, pág. 116-117). Se nota en estas palabras el miedo a dejarse manipular o comprar. Pero, ¿cómo compartir sin estar dispuesto a aceptar algo? Quería ser pequeño y abordable, pero es evidente la distancia que le separa de aquellos de los que desea hacerse el prójimo/próximo…

En enero de 1908, a los 50 años, agotado, enfermo, atormentado por la inutilidad de su vida, privado incluso de la Eucaristía, cree que va a morir. Él, que siempre ha deseado el momento del encuentro con su amado Hermano y Señor Jesús, tiene ahora una reacción muy sana: se agarra con todas sus fuerzas a la poca vida que le queda. Su deseo de vivir no hace más que crecer: queda mucho por hacer por estos hombres y mujeres que le rodean…

Y son éstos, sus vecinos, que a menudo le han ignorado cuando no han podido aprovecharse de su ayuda, que le salvan la vida, conscientes de la responsabilidad que tienen con su huésped. Ese día ocurre algo cuyo alcance es difícil de evaluar en la vida de Carlos de Foucauld, y también en la de los que le rodean: "Han estado buscando todas las cabras que tuviesen un poco de leche, en esta terrible sequía, en cuatro kilómetros a la redonda" (Carta a Monseñor Guérin, 24-01-1908). El Hermano Carlos está emocionado por su bondad: "Han sido muy buenos conmigo" (Carta a Marie de Bondy, 08-03-1908), pero no se da cuenta del cambio que se está realizando en sus relaciones con ellos.

Es justamente en el momento en que está reducido a la impotencia total, dependiente por completo de sus vecinos, cuando ellos se sienten responsables de él y entran en su vida. Ha necesitado este estado de despojamiento extremo a que le ha reducido la enfermedad para que sus anfitriones le puedan ofrecer algo y le aborden desde la igualdad. Fue a partir de este vuelco de la situación cuando nacieron y se fueron desarrollando verdaderas amistades entre el Hermano Carlos y los Tuareg. Comparte con estos hombres y mujeres el pan y la leche, y todo lo que forma parte de la vida: las buenas y las malas noticias, proyectos, deseos, se hace su portavoz.

La amistad necesita de esta reciprocidad y de este compartir: "La confianza con que me rodean los Tuareg de la vecindad crece cada vez más, los viejos amigos se vuelven más íntimos; se van tejiendo nuevas amistades." (Carta al P., Voillard, 12-07-1912)

Ha sido el paso de una pobreza buscada y conquistada a fuerza de voluntad a una impotencia que le acerca a los más pobres y que le pone al mismo nivel que ellos, lo que le ofrece el don de la amistad con un pueblo que le ha sido dado. Su muerte en Tamanrasset, (1/12/1916), solo y abandonado será el coronamiento de esa pobreza radical.

MARÍA JOSEFA FALGUERAS,

Hermanita de Jesús

 

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