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Jalones de unas vidas en constante búsqueda de la Verdad

La vida de Jacques Maritain, y también de su esposa Raïssa, se puede definir como una búsqueda constante. En efecto, su conversión, el paso del ateísmo al catolicismo; el interés por la relación del hombre con Dios, teología y mística, sin olvidar la relación del hombre con él mismo, filosofía y humanismo, así lo muestran. Maritain también fue uno de los que hizo posible el diálogo entre el catolicismo y la democracia moderna, el famoso aggiornamento del Vaticano II.

En los más de 90 años que vivió, Jacques Maritain (1882-1973) fue testigo directo de los grandes cambios y trasformaciones del siglo XX. Siempre intentó dar una respuesta a los interrogantes del mundo desde la fe y la razón.

Nació en París en el seno de una familia protestante. Durante la juventud fue abandonando la práctica religiosa hasta convertirse en no-creyente. En 1900, mientras estudia filosofía en la Sorbona, conoce a Raïssa Oumançof (1883-1960), con quien se casará cuatro años más tarde. Ella pertenece a una familia judía que había huido del antisemitismo de la Rusia zarista. Raïssa, como Jacques, en ese momento no son creyentes. Su situación vital dará un vuelco a partir de la participación en las clases de Henri Bergson (1859-1941) y sobre todo a raíz del conocimiento de los escritores Charles Péguy (1873-1914) y León Bloy (1846-1917). La influencia de estos encuentros, y después de una crisis intelectual, hace que el matrimonio se convierta al catolicismo.

Razón y fe

En los primeros momentos de su conversión Jacques cree durante un tiempo que el hecho de ser una persona religiosa era incompatible con el desarrollo de un pensamiento filosófico propio. Llegó a creer que razón y fe eran dos caminos irreconciliables, que eran contradictorios. Más adelante, esta visión radical, cambió.  Leyendo las obras de santo Tomás de Aquino J. Maritain se da cuenta de la profundidad del pensamiento cristiano, que la razón y la fe, aún siendo diferentes, no tienen que ser por fuerza contradictorias, sino que cada una a su manera se complementan. Maritain entonces empieza a desarrollar una filosofía propia sin necesidad de renunciar a la fe. En esta época Maritain empieza a impartir clases en el Instituto Católico de París y elabora sus primeras obras, que en buena parte dan fe de esta nueva visión de la convivencia entre la razón y la fe. De esta época son sus obras Arte y escolástica, Religión y cultura.

Entre 1927 y 1939 Jacques y Raïssa Maritain convierten su casa de Meudon, en las afueras de París, en un lugar de encuentro de filósofos, teólogos y amigos diversos. Estos encuentros los continuarán en Nueva York a partir de la invasión nazi de Europa. Sobre las amistades del matrimonio Maritain durante estos años Raïssa elaboró un gran libro, Las grandes amistades.

En el pensamiento de Maritain ocupa un lugar especial la preocupación por eliminar el sufrimiento de la faz de la tierra, por construir un mundo más humano. Las dos guerras mundiales, el nazismo y el socialismo soviético han aportado a la humanidad muerte y dolor, y han rebajado a extremos impensables la dignidad humana. Nuestro pensador cree posible una civilización nueva y, por supuesto, mejor. Con tal de que esto sea real el mundo profano debe ser autónomo, no se trata pues, de crear un estado religioso. Pero este mismo estado, esta sociedad, se ha de construir teniendo en cuenta el cristianismo y sus valores. Al mismo tiempo el mundo debe evolucionar mediante la técnica, pero ésta no puede estar sólo al servicio de algunos, sino de todo el mundo. La técnica y la ciencia han de ser, efectivamente, una herramienta para mejorar el mundo, pero la humanidad no tiene que ser su esclava.

Respecto a la religión, y en concreto al cristianismo, hay que evitar caer en el error de rechazar el mundo moderno y sus cambios. La religión debe ir en concordancia con su época, porque el cristianismo no es una teoría abstracta y alejada de la realidad. Por eso los cristianos han de estar muy atentos a la evolución de su tiempo. Maritain, pues, hace un llamamiento a un compromiso en la época que a cada uno le ha tocado vivir, y esto también quiere decir participar de la justicia social y los derechos humanos. Todas estas reflexiones de Maritain están inspiradas en los principios evangélicos y son el camino más idóneo para hacer un mundo más humano y al mismo tiempo más cristiano.

En el terreno más estrictamente religioso Jacques Maritain hace igualmente una incursión en la mística, que él define como la sabiduría  superior, lo “que se encuentra en el corazón de la existencia humana”. Por eso destaca grandes figuras de estas experiencias trascendentes, como san Benito de Nursia, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila y santa Teresa de Lisieux. Pero el místico más admirado y estudiado por Maritain es sin ninguna duda san Juan de la Cruz. Maritain sitúa a este santo como el punto álgido de la mística cristiana, de una manera equivalente a los que representa santo Tomás en la filosofía cristiana. Para Maritain, los dos, uno por medio de la fe y otro por la razón, pretenden llegar al conocimiento de Dios. Maritain afirma que “el hombre es libre porque ama. Todo lo que tiene el sabor del amor pierde para el hombre todo sabor”.

También fue admirador y estudioso del fenómeno místico en otras religiones. Así supo encontrar en la ascesis india la confirmación de que el alma humana tiende a la experiencia mística, al reencuentro con Dios. Este interés por otras religiones, que en ningún caso se tiene que confundir con un intento de sincretismo, evidencia que el pensamiento de Maritain era en algunos aspectos bastante avanzado a su tiempo. Esta nota de búsqueda e interés por el fenómeno interreligiosos profetiza y adelanta una parte del espíritu que estará presente en el Concilio Vaticano II y que ha continuado hasta nuestros días.

Iglesia y modernidad

Maritain, como hombre creyente que observa el mundo desde una posición privilegiada, fue uno de los intelectuales católicos que más firmemente apostó por el aggiornamento (puesta al día) propugnada por el Vaticano II. Él trabajó a fondo por esta renovación de la Iglesia católica en los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI, e incluso, le podemos considerar como uno de los inspiradores directos de aquel acontecimiento crucial de renovación y puesta al día de la Iglesia. No es difícil encontrar trazos del pensamiento de Jacques Maritain en el espíritu surgido del Concilio Vaticano II, no sólo en el ecumenismo y el movimiento interreligioso, sino también y sobre todo en la relación entre la Iglesia y la sociedad moderna. Muchas de las cuestiones que el pensador francés había trabajado durante años, y que se podrían resumir en la situación de la Iglesia dentro del cambiante mundo actual, se ven reflejadas en los documentos del Concilio.

Maritain concebía todo su pensamiento desde el punto de vista del amor cristiano, tanto del amor entre los seres humanos como del hombre con Dios. Por el amor se tiene que construir un mundo mejor y en paz, se han de establecer canales de comunicación más visibles entre Iglesia y sociedad y se ha de promover un diálogo fraterno entre las diferentes confesiones cristianas y entre las distintas religiones.

Cristiano comprometido

Jacques Maritain estuvo siempre comprometido con la paz y la libertad de los pueblos. Redactó varios escritos contra la Guerra Civil española y contra los regímenes totalitarios de Alemania, Italia y España. En el año 1941, ya exiliado en Estados Unidos a causa de la Segunda Guerra Mundial, publicó A través del desastre, una obra en la que proponía una colaboración entre los católicos y la democracia occidental.

Terminado el conflicto Maritain fue llamado por el general De Gaulle para desempeñar el oficio de embajador de Francia ante la Santa Sede, cargo que ejerció entre 1945 y 1948. Esta etapa fue crucial para él, porque estableció una buena sintonía con el Vaticano, lo que más tarde le permitía ser uno de los impulsores del Concilio Vaticano II. Y en aquella época todavía ocupó otro cargo relevante. En 1947 fue el jefe de la delegación francesa en la Asamblea de la UNESCO de la Ciudad de México. Maritain jugó un papel importante en el espíritu fundador de la organización y en la Declaración universal de los derechos humanos de las Naciones Unidas.

En los últimos años de su vida, y una vez que falleció su esposa Raïssa en 1960, Jacques se retira con la comunidad de los Hermanos de Jesús, en Toulouse de Llenguadoc. Más tarde hará su profesión religiosa. Sólo interrumpirá este retiro para asistir a ciertos actos del Concilio Vaticano II. Morirá en el seno de esta comunidad religiosa el 28 de abril de 1973 dejando una obra póstuma, Las dos grandes Patrias, considerada su testamento espiritual.

Al año siguiente, tras la muerte del insigne pensador, se fundaba en Roma el Instituto Internacional Jacques Maritain. Esta entidad tiene por objetivos estudiar y difundir el pensamiento Jacques Maritain, pero también promover investigaciones más generales sobre los problemas de la cultura, la sociedad y el hombre contemporáneo. Por otro lado, el Círculo de Estudios Jacques y Raïssa Maritain, con sede en Kolbsheim, en Estrasburgo, desarrolla una función centrada en la obra del matrimonio Maritain. Esta institución conserva la documentación de los Maritain, la da a conocer y fomenta su estudio.

Raïssa y las grandes amistades

No podemos comprender la evolución y la obra de Jacques Maritain sin la influencia de su esposa. De pequeña, Raïssa Oumançoff, cuando todavía vivía en Rusia, ya había demostrado una inteligencia y una perspicacia excepcionales, cualidades que más tarde, en Francia, demostró sobradamente en la universidad y en las obras que escribió. Fue ella quien, de hecho, encaminó a su marido hacia personalidades destacadas del mundo cultural y religioso, y no sin razón Jacques la consideró como su inspiradora.

La obra más conocida de Raïssa es Las grandes amistades, editada por primera vez durante el exilio de los Maritain en Estados Unidos. El libro es un repaso de la evolución espiritual del matrimonio y, por encima de todo, una descripción de todos los amigos que habían hecho hasta entonces, esta es la razón del título. Las amistades de los Maritain nacieron primero en la universidad y, después, sobre todo, en Meudon. En su casa se reunieron durante años personalidades muy diferentes del mundo cultural, independiente de sus creencias. Por la casa del matrimonio Maritain pasaron, aparte de teólogos y filósofos, escritores como Emmanuel Mounier, Jean Cocteau, Georges Bernanos, François Mauric y Julien Green; pintores como Changall y Rouault y músicos como Manuel de Falla y Strawinsky. A partir de la Segunda Guerra Mundial, y una vez instalados en Nueva York, Jacques y Raïssa continuaron relacionándose con el mundo intelectual, principalmente con exiliados franceses. Después de este periodo americano, Maritain se relacionó con el cardenal Journet y con el propio papa Pablo VI, con quien compartía el espíritu de la conclusiones del Concilio Vaticano II.

Pero uno de los aspectos menos conocidos de los Maritain fue su relación con Cataluña. Jacques estableció amistad con personalidades católicas catalanas como el cardenal Francesc Vidal i Barraquer, Joan Baptista Roca, Carles Cardó y Ramón Sugranyes. Y el pensamiento de Maritain se ha dejado sentir por ejemplo en escritores como Marià Manent y Joseph María Piñol. También en algunos políticos  tales como Anton Cañellas, Joan Rigol y Jordi Pujol y el obispo Joan Carrera. Fue precisamente Mons. Carrera quien tradujo Las grandes amistades al catalán en el año 1964.  

Eduard Brufau, Catalunya Cristiana, 25 septiembre 2003

 

«Maritain amaba a la Iglesia, veneraba en ella el misterio del don de Dios y la Esposa de Cristo, la servía. Por otro lado, la Iglesia es un pueblo, y Maritain es uno de sus hijos: es muy difícil aislar su aportación “personal”, en la que ha intentado hacer fructificar lo que él mismo había recibido...

Se puede rememorar el homenaje que el papa Pablo VI, amigo suyo, le rindió. El 8 de diciembre de 1965, durante la clausura solemne del Concilio Vaticano II, remitía a los hombres de ciencia y de cultura a Jacques Maritain, y subrayaba el sentido de esta elección simbólica diciéndoles: “La Iglesia os reconoce el trabajo de toda vuestra vida”. Y el domingo 29 de abril de 1973, a la hora del ángelus, el mismo Papa anunciaba la muerte de Maritain acontecida la vigilia anterior en Toulouse, y concluyó designándolo con estas palabras: “Era verdaderamente un gran pensador de nuestra época, un maestro en el arte de pensar de nuestra época, un maestro en el arte de pensar, de vivir y de rezar.” El papa Juan Pablo II le ha rendido igualmente un homenaje muy fuerte en 1982, para el centenario del nacimiento del filósofo.

Si se quiere detallar la contribución de Maritain citemos “fe y razón” (es suficiente con evocar los títulos de unos cuantos trabajos suyos: Los grados del saber, Ciencia y sabiduría); las relaciones de la Iglesia y del Estado, la cuestión de la libertad religiosa; humanismo integral y el ideal de una nueva cristiandad, de un cristianismo promotor de los derechos humanos y nutridor de un ideal de fraternidad humana; la ejemplaridad de su combate contra el antisemitismo y los regímenes totalitarios; la promoción del laicado en la Iglesia... Pero no se pueden olvidar las fuentes fecundas de su mediación metafísica sobre el misterio del ser, el misterio de Dios, el misterio de la libertad y el misterio del mal».

Entrevista a René Mougel, Director del Círculo de Estudios J. y R. Maritain

 

 

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