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Carlos de Foucauld: defensor de los derechos humanos

Muy pronto, Carlos de Foucauld descubre una realidad monstruosa: la esclavitud. Que existe ante los ojos de todos, bajo la mirada y con permiso del gobierno francés y quiere extirpar lo que considera como la mayor plaga de este país. Le describe detalladamente la situación a su obispo; si piensa que se podrá formar a los primeros cristianos de este país como lo fueron los primeros cristianos de Roma -por los esclavos-, si acoge “a veinte esclavos diarios” y les “ofrece albergue durante la noche”, a los militares franceses les dice que esa esclavitud es una injusticia, una inmoralidad monstruosa y que su obligación es suprimirla como lo ha hecho el general Galliéni en Madagascar. Los oficiales están de acuerdo, “pero necesitarían que se les diese la orden desde arriba y los Despachos árabes, pese a sus deseos de manumisión y de justicia, no se atreven a actuar” .

Foucauld querría que se hiciesen gestiones, “interpelaciones en la Cámara o en el Senado”, escribe a Mons. Guérin: No tenemos derecho a ser como perros mudos. Escribe también a Henry de Castries y al abad de Nuestra Señora de las Nieves en febrero de 1902, acusando a las autoridades francesas: Vosotros, que ponéis en los sellos y en todas partes “Libertad, Igualdad, Fraternidad, Derechos humanos”, y que remacháis los grilletes de los esclavos. Para él, es Jesús mismo el que está en esa situación de esclavitud, y cita: Lo que hacéis a uno de esos pequeños, a mí me lo hacéis. Henry de Castries le propone que hable del tema con el barón Cochin, ferviente “anti-esclavista” en la Cámara de los Diputados.

Para el Sahara existe lo que se llama el “Código negro”, una especie de ley que no es en absoluto una ley y que tolera la esclavitud; y los militares no quieren tocar esos privilegios. Mons. Guérin duda y consulta con el arzobispo de Argel, Mons. Livinhac, quien piensa que no se puede “en modo alguno pensar en una denuncia oficial de los hechos que tienen lugar en esas regiones”. Hay que decir también que la oposición entre la República francesa y

la Iglesia católica es fuerte en esos años y que la presencia de religiosos y de misioneros en Argelia apenas si es tolerada.

Foucauld, bloqueado, y que por otra parte acaba apenas de llegar, no puede hacer otra cosa, de momento, que callar; al menos, oficialmente: pues a los oficiales de Beni Abbes y en sus cartas al exterior sí que lo dice. Sobre el terreno, sólo puede actuar rescatando esclavos: cuatro en 1902-1903. ¿Se deberá a su influencia el que los “jefes de anexo de los oasis” decidan, de común acuerdo, en diciembre de 1904, tomar “medidas para la supresión de la esclavitud”?

Por otro lado, deplora ciertas situaciones intolerables: “Mientras que hay oficiales del Negociado árabe que se esfuerzan, mediante la bondad, la justicia y el bien, por hacerse apreciar” por la población, hay militares de las compañías del batallón de África que “practican abiertamente todos los vicios y se vuelven los más miserables de todos los hombres”. “Habría que confinarlos lejos de cualquier población indígena, en puestos perdidos” ¿A qué compara, por otra parte, Foucauld al conjunto de la ocupación militar francesa? Al ejército romano que ocupaba el país de Jesús.

Marruecos sigue siendo su objetivo, su obsesión. Se interesa por su historia, por todos sus actuales habitantes, “infieles de todas las razas”.

A finales de 1902, a H. de Castries: “¡Qué noche tan densa y qué velo de luto sobre todo Marruecos, sin sacerdote, sin sagrario, donde la noche de Navidad transcurrirá sin misa y sin que un solo corazón ore a Jesús!”. Su obispo lo confirma en “una misión para la frontera de Marruecos y para el propio Marruecos, diez millones de habitantes, todos infieles, un pueblo tan considerablemente abandonado”. Marruecos, en el ámbito de la evangelización, es un mapa en blanco. Foucauld evoca los primeros tiempos de la Iglesia: “Estamos aquí en un país tan infiel como cuando san Pedro y san Pablo”.

Confiado en el aliento de Mons. Guérin, escribe en Pascua de 1903 un “proyecto de misión para Marruecos” (…) Su obispo le ha preguntado: “¿está dispuesto a todo?” Respuesta: “Usted me pregunta si estoy dispuesto a ir a otras partes que a Beni Abbés para la extensión del Santo Evangelio: estoy dispuesto a ir para eso hasta el fin del mundo y a vivir hasta el Juicio final”.

Y se repite a sí mismo que la primera condición es vivir él mismo el Evangelio: “Si los musulmanes no se convierten más -escribe a su cuñado-, es porque nosotros somos demasiado tibios, demasiado poco hombres de oración”. De momento, ni una sola conversión.

Jean François Six, Carlos de Foucauld,

Monte Carmelo, Burgos 2008, 85-90.

 

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