IX L A PATRIAAmaba su país, su tierra y su historia. Él sabía que la gente esperaba al Mesías y que por lo general esperaban a un Mesías guerrero, para derrotar a los romanos y restaurar la libertad en Israel como en las épocas gloriosas de David o Salomón. Todo el mundo lo esperaba en secreto, algunos independientemente de la voluntad del Señor, querían ya preparar, a su manera, su llegada. Algunos entre tanto, incluyendo algunos fariseos, algunos en solitario y el grupo de los zelotes, habían comenzado a organizarse, poniendo en práctica la idea de la violencia, esperando que la gente se contagiase. Algunos de sus viejos amigos en el pueblo y de los países vecinos, habían hecho suyos esta elección y habían pasado en secreto, a formar parte de pequeños grupos, que se reunían en las montañas, un poco por convicción, un poco por falta de trabajo y un poco por rabia de la parte de los jóvenes, frente a un mundo injusto. Uno de ellos, Simón, que conocía su rectitud moral y sus ideas de lealtad al pueblo, lo invitó a unirse al grupo. "No hay otro camino que el de la guerrilla, dijo, ven con nosotros a las montañas y comenzaremos la resistencia activa, a matar a los que apoyan a los romanos y luego, cuando estemos listos, organizaremos la verdadera y propia revolución". Y decía también Simón: "Es muy posible que grupos leales a los fariseos y a los esenios, que esperan también a un mesías apocalíptico, se unan a nosotros y así la victoria será segura". Él no estaba del todo convencido, no aceptaba la violencia, lo había comentado con su padre José, que también con su sabiduría le había confirmado sus dudas. ¿Quién tenía de hecho, tanto poder, armas y dinero para derrotar a un ejército tan numeroso y tan preparado como el del pueblo romano, contra el cual, pueblos más fuertes y bien organizados para la guerra, no fueron capaces de resistir? ¿Era esto lo que el Señor quería de su pueblo, o más bien un cambio de corazón, como lo habían predicado los profetas en otras épocas? ¿Valía la pena una carnicería tal, cuando los mismos líderes religiosos no sólo no estaban convencidos, sino también estaban unidos por sus intereses con los ocupantes? Pero tenía en el fondo de su corazón una raíz más profunda, que lo separaba de cualquier guerra y tipo de violencia. No sólo, no se sentía capaz de matar sino que, nunca había entendido las páginas de los libros sagrados, llenas de guerras, violencia y derramamiento de sangre, la lucha contra los pueblos vecinos, las guerras de Saúl y David, las guerras fratricidas entre Judá y de Israel, una serie de absurdos e innecesarios derramamientos de sangre que, en lugar de conseguir la libertad, habían desarrollado la esclavitud y la dependencia. Al final, sólo se consiguió la catástrofe de la muerte y la tristeza del exilio. Siempre, desde pequeño, se había preguntado, escuchando las lecturas en la clase de la sinagoga, que si Dios era de verdad el Padre de todos, ¿qué clase de Dios guerrero acompañaría a su pueblo contra los demás pueblos, para ordenarles matar también a ancianos, mujeres y niños pequeños, para exterminar a ciudades enteras y condenarlas al fuego de la destrucción, o si no fueron los mismos escritores, que en su celo por su país y su pueblo, quienes le atribuyeron todo eso? Entendía muy bien que el Padre amaba a su pueblo sufriendo y quería verlo libre y cuando leía el Salmo 137, se conmovía hasta las lágrimas, pensando en sus antepasados que no podían cantar en una tierra de esclavitud, el recuerdo de Jerusalén: "¿Cómo cantar al Señor en una tierra extraña?". Pero cuando llegaba al final del salmo, su corazón y sus labios se paralizaban y no podía lanzar el grito de venganza, pidiendo al Padre la felicidad de aquellos que habían raptado a los niños en Babilonia, para estrellarlos contra la roca. Además, estaba ahora seguro de que un levantamiento para liberar su tierra de los romanos, incluso si hubiera triunfado, no iba a cambiar las estructuras injustas, arraigadas en el alma de la gente. El grito de los profetas Amós, Oseas, Jeremías, había llamado a su pueblo a la conversión por su infidelidad y su injusticia, no para oprimir a los pobres, a la viuda, y al huérfano, sino para pagar un salario justo y perdonar las deudas, resonaba con fuerza en su alma y se volvía más consciente de que su Padre quería la paz basada en la justicia, a partir de Israel hasta los confines de la tierra. Cada día entendía más, que era un hombre de paz y llamado a anunciar la paz y pedir a su pueblo, no la guerra y la violencia, sino la justicia y el amor, la fraternidad y volver a practicar la Ley del Padre. No estaba interesado en la victoria de las armas poderosas, sino en la victoria sobre el mal en cada corazón humano, la victoria sobre la opresión y la tiranía, sobre la indiferencia y el odio. Estaba profundamente convencido de que, no se podía y no se debía hacer caso de la letra de una ley que establecía la pena de muerte contra los que ofrecían por debilidad o miedo a sus hijos a una divinidad, contra los que hacían sacrificios a los ídolos, contra las mujeres pobres pilladas en adulterio, contra los que habían tenido relaciones sexuales con sus parientes más cercanos. No podía ser la ley del Padre de la vida el ofrecer lavar la vergüenza y la violencia con más violencia: ojo por ojo, diente por diente, vida por vida. Era necesario romper el ciclo de la violencia, tanto entre individuos como entre los pueblos. Había oído, que el mismo rabino Hillel, había ya modificado la ley al enseñar, que no se debe hacer a otros lo que uno no quiere que otros le hicieran, pero pensaba que era necesario ir más lejos, amar hasta incluso al enemigo, era preciso superar la violencia con el amor y si alguien te pedía acompañarlo en la calle de recorrer con él un tramo mucho más largo de lo pedido. Deseaba la paz con la justicia no sólo para su pueblo sino para todos. ¿No fue la hija del Faraón a recoger la cesta flotando, en la que yacía Moisés párvulo para salvarlo de la muerte, traspasando la ley de su mismo padre? ¿No fueron las mismas parteras de Egipto las que se negaron a matar al nacer a los hijos de los judíos? ¿Balaam, el mago, enviado para maldecir a las tribus de Israel, no había aprendido de su mula, que en lugar de eso, el Todopoderoso le había enviado a bendecirlos? ¿No fue el profeta Elías enviado a la viuda de Serepta para salvarla y a su hijo de una muerte segura? ¿No fue por la sugerencia de una muchacha pobre que el general sirio Naamán fue a visitar al profeta Eliseo para ser curado de la lepra, y purificado por las aguas del río Jordán? ¿No se envió a Jonás a la gente de Nínive la ciudad odiada para invitarla a escuchar la palabra y convertirse? Israel definido por los lazos de sangre y la fe religiosa, la circuncisión y las obligaciones rituales, por la tradición y los confines del antiguo reino, por el templo y el libro, se extendían delante de él y en su corazón se convertía en el mundo de los justos, de todos los hombres llamados a transformar su corazón de piedra en corazón de carne, de todos los invitados a convertir las espadas en podaderas, para encontrarse como hermanos, y todos estaban invitados a la fiesta preparada no sólo en el monte de Sión, sino en cada colina construida por los corazones que adoran al Padre en espíritu y verdad. Cada vez más se sentía llamado a ser otro Mesías, un Mesías completamente diferente de las expectativas: Hijo de Dios para reunir a los hijos dispersos y construir una fraternidad universal. |