IV L AS FIESTAS, LA ORACIÓN Y LA SINAGOGAEl sábado era el mejor día, era el día de descanso. Por la mañana y la tarde se iban todos juntos a la sinagoga para la oración. También se iban los lunes y jueves y los días de las grandes fiestas de su pueblo, cuando no iban con toda la familia, parientes y conocidos en peregrinación a Jerusalén. Amaba las fiestas que le ponían en contacto con la larga historia de la peregrinación, de Abraham a Moisés, de Samuel a David, del exilio en Babilonia al regreso a la Tierra Prometida, de la alianza con Dios y del amor por la ley. La Fiesta más importante era la Pascua, en el mes de Nisán, en plena primavera, en recuerdo de la liberación de Egipto, seguida de la semana de los Panes sin Levadura. Siete semanas más tarde (qué perfecto era el número siete, para marcar la vida y la oración, el trabajo y el descanso, la memoria del pasado y los sueños del futuro) se celebraba la Fiesta de las Semanas o Pentecostés, en la que se presentaba la ofrenda de la primera cosecha. La Fiesta de los Tabernáculos o de las Tiendas, se celebraba en el mes de Tishri 12, en el otoño, al final de las cosechas, y de la vendimia, en conmemoración de la estancia bajo las tiendas en el desierto. Eran las principales fiestas, las más antiguas, que marcaban el ciclo del año, acompañadas de la obligación de ir a Jerusalén. Sin embargo, esto no era siempre posible. Estaban demasiado atareados para dejar el trabajo y el pueblo tres veces al año durante varias semanas, además los gastos del viaje y las dificultades debidas a la carretera, como los muchos grupos de bandidos que asaltaban las caravanas, no permitían cumplir con estas obligaciones. Por eso, casi siempre se celebraba en la aldea, de manera más familiar entre aldeanos. La Pascua y los Panes sin Levadura eran las fiestas que él prefería. La Semana Santa, como era la fiesta de la casa, rara vez se habían ido a Jerusalén para celebrarla. Para todos los niños como para él, era muy emocionante participar en los preparativos de la matanza del cordero, la preparación de la casa, el mantel blanco, la luz, las flores, y después, poner en las ascuas el cordero para asarlo, las hierbas y el aceite de oliva para condimentarlo, el pan y el vino para la bendición. La casa estaba llena de sabores y olores.Toda la celebración estaba envuelta en el misterio e iluminaba la noche con la cena alrededor de la mesa. Jesús se reunía con su padre, José, su madre y los familiares para compartir la comida como en esta noche antigua en Egipto. El cordero y las hierbas tenían el recuerdo del sabor de la libertad, las bendiciones y el pan compartido al tiempo que el sabor de la alegría y de la fraternidad, el canto dell'hallel 13 llenaba la habitación y los corazones de alegría y de esperanza que venían de la fe: "¡Bendito sea el nombre del Señor! ¿Quién es como Yahvé, nuestro Dios? El Señor se acuerda de nosotros y nos bendice. Bendice la casa de Israel, bendice la casa de Aarón. Bendice a los que temen al Señor". El mismo Dios que los había liberado de la antigua esclavitud estaba allí con ellos y no les había abandonado. No se perdía una palabra, un gesto, y era conquistado como todo el mundo por la emoción contagiosa de su padre José y de su madre. La semana de los panes sin levadura era una aventura. Junto con sus compañeros se dedicaba a limpiar las casas de todo lo que era viejo, lleno de polvo, de la levadura vieja, con un corazón limpio, en esta tarea, limpiando todo con el aire nuevo de la primavera, con la certeza de que todo a la luz de la Pascua, se volvería nuevo y puro. En otoño, al final de la cosecha, especialmente de la uva, la estancia y el "vaivén" era constante entre las chozas levantadas en los alrededores del pueblo durante la fiesta alegre de los campesinos que daban gracias a Dios por la buena cosecha que le llenaba de felicidad.Otras fiestas marcaban sus vidas: la fiesta de Rosh Hashaná 14, el aniversario de la creación del mundo y el comienzo del año civil, el Yom Kippour15, siempre durante el mes de Tishri, fiesta de la expiación y del ayuno, que le daba algunos problemas, porque en esta ocasión podía conocer y sentir más la mordedura del hambre. La Fiesta de las luces en el mes de Chisleu16, que recordaba la Dedicación del templo que tuvo lugar después de la liberación alcanzada por Judas Macabeo, la aldea estaba llena de la luz de las antorchas encendidas en cada calle y plaza. Parecía que la columna de fuego que había acompañado al pueblo en el desierto se había establecido en las casas pobres de Nazaret y de las aldeas y pueblos cercanos. La fiesta de Purim en el mes de Adar al principio de la primavera, recordaba la salvación del exterminio durante la esclavitud en la tierra de Babilonia, conseguida por el sacrificio de la reina Ester, que tuvo la valentía de presentarse ante el rey Jerjes y de afrontar el odio de Aman, para salvar a su pueblo del genocidio. Él también se sentía preparado para afrontar cualquier peligro para salvar a su pueblo y soñaba con el fin de toda esclavitud, de toda sumisión en una fiesta que no tendría fin.En estas fiestas, como en otros días, le gustaba mucho ir a la sinagoga para escuchar la Palabra y la alabanza a Dios. La oración comenzaba con el Shema para continuar con la lectura de la Torá y de los profetas. Luego venía la enseñanza del jefe de la sinagoga o de otros participantes invitados por él. Al entrar, su mirada era inmediatamente atraída por el aron, el armario que contiene los sagrados rollos de la Escritura que contenía la palabra del Padre anunciada a los patriarcas y a los profetas, con la que se sentía profundamente compenetrado. Allí, en la escuela, aprendió a leer y escribir. Al principio en la lengua de su pueblo, el arameo, y luego en hebreo, el idioma de los libros sagrados, especialmente los cinco libros básicos: Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio, que formaban la Torá. Bebió con avidez el origen de los acontecimientos de Israel en otros libros que contaban la historia de Joshua a David y la nueva tragedia del exilio y la destrucción del Templo. Estaba fascinado por la fuerza interior de los profetas y la antigua sabiduría de los Proverbios. Aprendió a adorar el nombre, que no se podía pronunciar y que se escribía con el Tetragrámaton YHWH, nombre que se pronuncia Yahvéh con otra expresión: Eloim. Aprendió la oración, que luego repetía en casa con sus padres tres veces al día, mañana, tarde y noche, especialmente el Shema y los salmos. Al recitar el salmo 18 su corazón estaba emocionado: "Te amo Señor, mi fortaleza. Señor, mi roca, mi fortaleza, mi libertador" o el Salmo 84 "Bienaventurados los que viven en tu hogar y continuamente pueden alabarte" o sentía la voz de quien se entrega a Dios al recitar el Salmo 63: "Dios mío, Dios mío, te añoro desde la mañana, mi alma tiene sed de ti". Pero el salmo que también repetía durante el camino y que le llenaba el corazón como el agua clara y fresca era el 23 que representaba a su Señor, bendito sea su nombre, como el pastor, "El Señor es mi pastor, nada me falta. En pastos verdes me pastorea, me conduce a las aguas frescas y renueva mi alma". Escuchaba las historias de los patriarcas, la historia del exilio, los anuncios de los profetas. Soñaba con escuchar la música del salterio y se sentía judío, nacido de una madre judía, el hijo del carpintero José, el hombre justo, un hombre fiel. Por encima de todo, se sentía atraído, no se perdía ni una palabra cuando su padre José, era elegido en la oración del sábado, para hacer la lectura y el comentario, llevando sobre los hombros el tablith, el manto ritual. Le parecía que José leía y comentaba la palabra sagrada, con más entusiasmo y más fe que nadie, ni siquiera se le podía comparar el jefe de la sinagoga. Cuando era pequeño estaba con su madre en el lugar destinado a las mujeres, pero ahora estaba junto a su padre en el lugar de los hombres. Y soñaba cuando estaría preparado como su padre para hacer la lectura y el comentario sobre las páginas santas, con la misma fe y el mismo entusiasmo. Entre las historias de héroes antiguos que le encantaban, estaba la de José, hijo del patriarca Jacob, vendido por sus hermanos, como esclavo y más tarde virrey de Egipto. No le gustaba la historia de Sansón, tan extraño y violento. Tenía la impresión de que en lugar de un héroe era un matón, entre la violencia y la debilidad, entre el amor por la causa de Dios y su pueblo y su pasión por Dalila. Bueno, no le gustaba un héroe de ese tipo. Prefería a los que, fieles a la llamada, vivían con lealtad, con un amor apasionado por el Dios de los padres y por su pueblo. Le encantaba la llamada del Señor a Samuel en el templo durante la noche y su respuesta: "Aquí estoy, Señor, tu siervo escucha". Se sentía llamado y dispuesto a responder de la misma manera. José de Egipto, sin embargo, gozaba de su simpatía, tal vez porque su padre se llamaba así, y porque su papá, como le había dicho su madre, también había tenido sueños. Él también había soñado siempre, soñaba un poco "como José". No eran sueños de poder o vanidad, que se parecieran a los de los hermanos del patriarca, o como algunos comentarios de las tradiciones, sino eran sueños que llamaban a servir. Se veía en medio de amigos, doce, también, con su mamá y su papá que lo reconocían como a un maestro, sobre todo se sentía llamado a llevar un corazón amante y perdonador y dedicar su vida a su pueblo. Se emocionó por las lágrimas de José, que lloró en secreto antes de revelarse y abrazar a sus hermanos y a su padre anciano. Comprendía que Dios era el Dios de la misericordia, que siempre envía a alguien para salvar a su pueblo. Entendía la historia del patriarca Abraham, la historia de Moisés, la liberación de Egipto, la ley del Sinaí, las normas establecidas para la gente a permanecer fieles para siempre. Pero había algo que no acaba de entender, era la obligación rigurosa del descanso de los sábados. ¿Por qué el descanso debía ser tan riguroso, hasta el punto incluso de convertirse en un conjunto a a vez trágico y ridículo? No podía entenderlo, con su mentalidad de joven sabio, el por qué se tenía que castigar a los que también imitando el descanso de Dios Creador, habían transgredido la ley por una cosa sin importancia o una necesidad imperiosa. Parecía que la serie de casos, establecidos por la escrupulosidad de diversos rabinos, fuese realmente insoportable. Dar un paso o dos más de lo establecido, vendar una herida, destapar una olla, tirar un pelo, hacer el nudo a la cuerda del pozo, enderezar la mecha de una lámpara, llevar un peso (alguien afirmó que era posible sólo si no sobrepasaba la mitad de un comino). La ley se había convertido en realidad en una gran dificultad cuando se trataba de salvar a alguien, o cuidar a un enfermo, o cerrar los ojos de los muertos. El sábado, en lugar de la fiesta, se convertía a menudo en un día de angustia. Realmente, a pesar de oír que tenían que permanecer fieles a la ley y las enseñanzas de los maestros, todo esto no le satisfacía, parecía inhumano y pensaba que no podría ser la expresión de la voluntad del Padre de la vida. Una vez, había transgredido el descanso del sábado, recogiendo un pájaro con un ala rota y lo había cuidado hasta que se fortaleció el ala, y reanudó su vuelo. Él no se lo había contado a nadie, sólo en el silencio de la noche, se lo había dicho al Padre en la oración y le dio las gracias por ser capaz, incluso de ayudar a un gorrión herido en el día del sábado. Otra vez, ayudó a un muchacho herido al caerse y había transgredido dos normas, la del sábado y la de la impureza que se contrae al tocar la sangre. Una ley estricta, decía, de hecho, que el que toca la sangre es considerado impuro y no puede asistir a la oración, sino después de purificarse. Otra vez se había ido sin ser visto, pero su madre lo sabía, para llevar un poco de comida a una familia pobre que no tenía nada para comer un sábado y había caminado más de lo permitido. Todo eso lo tenía escondido y lo decía sólo a su Padre en la oración silenciosa por la noche. El Padre, porque en su corazón había comenzado a aparecer la palabra que había oído susurrar entre las líneas de las Escrituras, pero nunca expresada con claridad. El Dios de su pueblo, su Dios, no podía ser el Dios guerrero que castiga, del que ni siquiera se podía pronunciar el nombre. No podía ser el Dios guerrero que destruye al enemigo, el Dios que castiga a los pobres. Dios no podía castigar, por no respetar las pequeñas normas de la ley de la pureza ritual, el descanso del sábado, dispuesto a castigar a quien la hubiese transgredido. En lugar de eso debía ser el Padre que cuida del bueno y del malo, que hace que el sol brille para todos, que creó la tierra para todos, que dio la ley al servicio de la vida de la gente y no para hacerlos esclavos de la ley. Su Dios sólo podía ser un Padre, el Padre. _______________________________________ 12 El séptimo mes: mitad de octubre, mitad de noviembre. 13 Es un término con el cual se designaba en la antigua sinagoga un grupo de salmos (113-118) que se utilizaban especialmente en circunstancias solemnes y festivas: ofrendas corderos en el templo; cena pascual; en la fiesta de pascua (13 de Nisán), en Pentecostés, Tabernáculos, dedicación del templo y diariamente en la oración matutina. 14 Comienzo del año judío. Alude al momento en que fue creado el mundo. 15 Es el día más sagrado de la religión judía. La época de los días de penitencia, que comenzaron en Rosh Hashaná y continúan en los diez días de penitencia, llegan a su día culmen en Yom Kipur. Es un día de perdón y expiación de los pecados entre el ser humano y Dios y entre el ser humano y el prójimo. En Rosh Hashaná los seres humanos son juzgados por sus actos, pero el veredicto del juicio es fijado en Yom Kipur. 16 Noviembre-diciembre. |