CON EL PAN NO SE JUEGA 

En el otoño pasado, unos cuantos amigos nos reuníamos con Suzanne, de Burkina Faso, celebrando un cumpleaños. Estábamos al aire libre, en la montaña, con otras familias que pasaban allí el día, aprovechando que era fiesta y había buen tiempo. Gente de paz y de orden. En Occidente tenemos siempre mucha paz y mucho orden. Todo perfecto, las papeleras en su sitio; las indicaciones, en carteles bien visibles. Respetar la naturaleza, los animales, las plantas...

Las personas iban y venían, reían, algunas se saludaban; los niños, sin conocerse, se organizaban para jugar, con las reglas del juego que marca la iniciativa y la aventura. No pensar mucho y pasarlo bien.

En un momento determinado, mientras tomábamos el café, Suzanne me mira con ojos muy abiertos, africanos, tan grandes como su capacidad de asombro. Me habla en su castellano vocalizado, lento, acentuado por sus dientes tan blancos y sin ninguna palabra de sobra: "¡Están jugando esos niños y se tiran pan...!" Algo impensable en su país, donde he visto compartir entre varios niños un solo caramelo pasándoselo ordenadamente, aunque "estuviera chupado", hasta desaparecer.

Efectivamente, giro la cabeza y veo a tres niños, de entre ocho y diez años, tirándose trozos de pan, y no muy pequeños, jugando a atinar en sus cabeza, no sé si con la intención de puntuar al acertar. Segundos antes sólo los oía, alegres, divertidos, pero no veía qué juego llevaban. La madre de uno de los pequeños estaba observando, quizá delegada por las otras madres para cuidar de ellos, para que no llegaran a tirarse piedras o subirse peligrosamente a los árboles: impasible, sin poner en tela de juicio el reglamento que regulaba con qué clase de juguete había que jugar.

Con una cierta didáctica, me dirijo a ellos, e indirectamente a la madre, y les digo que con el pan no se juega, que lo que están tirando no lo tiene mucha gente, que hay otras formas de jugar sin usar todo un símbolo del trabajo de las personas y el esfuerzo por conseguirlo. Y lo hice en un tono sosegado, no a modo de reprimenda.

Podríamos pensar: "son niños".

Pararon, se callaron y se retiraron, dejando los trozos de pan por allí, y la madre se marchó con ellos sin hacer el más mínimo comentario.

Me volví hacia todos, avergonzado, sin ninguna explicación que dar a nuestra invitada africana, sintiendo que yo también tiraba el pan.

Suzanne y yo nos miramos durante un buen rato, sin articular palabra, y por nuestra mente pasaron muchas personas, familias, situaciones, dolores, miserias, niños desnutridos, el hambre que provoca nuestro despilfarro, la pobreza generalizada de un país... Los compañeros también nos miraban y compartían mi vergüenza, la vergüenza de Occidente que tira el pan porque no tiene hambre.

Le pedí perdón a Suzanne en nombre del primer mundo al que pertenezco.

Pasados casi tres meses comentaba con ella en Burkina Faso el incidente. Ahondamos en nuestra impotencia ante el pan que echamos a perder por exceso del mismo o porque no valoramos lo que tenemos. Nos sentimos cómplices del derroche al cual nos habituamos y del cual no nos avergonzarnos porque "todo el mundo lo hace", a pesar de las llamadas constantes de un mundo carente de pan.

Con el pequeño grupo de cooperantes españoles hice una reflexión durante una noche  con un cielo africano limpio, sin contaminación lumínica, blanca de estrellas, descaradamente bella para nosotros, denunciadora del derroche de nuestras luces que no nos hacen ver mejor, que no nos permiten mirar de verdad cómo somos.

Pensamos en el pan que tenemos, el pan de nuestros sentimientos, el de nuestras emociones. Con ellos no se juega, y menos hay que usarlos como un arma arrojadiza.

Hablamos del pan de nuestras ideas, de las convicciones personales y comunitarias como miembros de un proyecto. Con todo ello no se juega, ni podemos aplicarlo al resto de la gente para creernos que somos mejores que los demás.

Nos alegramos con el pan de la amistad. Y vimos que ese pan a veces se pone duro, se olvida en un rincón, o se congela, para cuando no haya pan tierno. Con la amistad no se juega, no se apuesta ni se arriesga. 

Nos nutrimos con el pan de nuestra fe, el pan que nuestros padres prepararon, el que se nos ofrece a lo largo de nuestra vida, el pan vivo de una comunidad que te acoge y te respeta. El pan que tantas veces cuesta comer porque no somos dignos de él o tenemos miedo a que nos comprometamos demasiado. Con la fe no se juega ni se usa como moneda de cambio para tranquilizar la conciencia.

Aquellos niños que se tiraban unos a otros trozos de pan estarán ahora en sus casas o en sus colegios o sus parques. No recordarán quizá que alguien les llamó la atención. Hubiera sido un buen final de la película que la madre dijera tras el incidente: "Lo siento, no volverá a ocurrir. Yo les explicaré todo esto."

Mejor final aún si los niños volvieran y pidieran disculpas a Suzanne, negra, representante sin pretenderlo de un continente con hambre de tantas cosas y sobrante de tanta vida. Pero el final nunca existe. Las situaciones se repiten y no nos dejamos enseñar por ellas.

Con el pan no se juega, como no se juega con los sentimientos, los personales o los de los demás; con los ideales, los propios o ajenos, los compartidos o los diferentes; con la amistad o el amor, que tantas veces idealizamos; con la fe, la de cualquier pueblo del mundo.

Suzanne me enseñó a mirar cómo se juega injustamente y denunciarlo; me hizo girar la cabeza y me mostró mi propia injusticia.

AURELIO SANZ

Fraternidad Sacerdotal

 

"Nos alegramos con el pan de la amistad. Y vimos que ese pan a veces se pone duro, se olvida en un rincón, o se congela, para cuando no haya pan tierno. Con la amistad no se juega, no se apuesta ni se arriesga.

Nos nutrimos con el pan de nuestra fe, el pan que nuestros padres prepararon, el que se nos ofrece a lo largo de nuestra vida, el pon vivo de una comunidad que te acoge y te respeta. El pan que tantas veces cuesta comer porque no somos dignos de él o tenemos miedo a que nos comprometamos demasiado. Con la fe no se juega ni se usa como moneda de cambio paro tranquilizar la conciencia".

 

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