El Sacramento de la Eucaristía y el Sacramento del Pobre

           

La caridad en nuestra vida es, al menos debería ser, la prolongación y la expresión de nuestras comuniones. El 19 de enero de 1902 cuenta Carlos de Foucauld que tiene una gran alegría porque “por  primera vez los viajeros pobres reciben hospitalidad bajo el humilde techo de la «Hermandad del Sagrado Corazón», los indígenas comienzan a llamarla Khaoua (Hermandad), y a saber que los pobres tienen allí un hermano, no solamente los pobres sino todos los hombres”. Emérito de Baria abre la reflexión ofreciendo al lector la reflexión autorizada de los santos Padres y Magisterio de la Iglesia.

         La comunidad primitiva asociaba la “fracción del pan” a la “puesta en común”. Entendían que sólo puede existir verdadera asamblea eucarística (que comparte el pan Cristo) cuando existe verdadera comunidad humana (que comparte el pan de cada día). En una palabra: sin koinonia no era posible la eucaristía. Claramente lo expresa recientemente el Catecismo de la Iglesia Católica: “La eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres. Para recibir en la verdad el cuerpo y la sangre de Cristo entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres sus hermanos” (n. 1397).

        ¿Cómo entrar en contacto con Dios (comunión) sin entrar en contacto con las penas y las justas aspiraciones de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados, los más oprimidos, los más vulnerables? La eucaristía es una comunión que implica la comunión de bienes. El pan no es sólo para ser comido, sino también para ser compartido. Ya desde los primeros tiempos de la Iglesia, el domingo, que era el día en que la comunidad se encontraba para celebrar la eucaristía, ha sido considerado el día de la caridad. San Juan Crisóstomo nos da la razón de este hecho: “En este día nos fueron concedidos innumerables bienes (...) Conviene honrar espiritualmente este día, no con banquetes, con abundantes libaciones, con borracheras, con bailes, sino con ayudas a los hermanos más pobres” (De elemosyna sermo, 3). Hay que recuperar esta vertiente del domingo. Si la conformación a Cristo es fruto de la eucaristía, la atención a los más desdichados, a los pobres, a los enfermos, a los que están solos, debería ser uno de los signos más transparentes de su eficacia.

        La homilia 50 de San Juan Crisóstomo sobre San Mateo nos puede servir de resumen de la opinión de los Santos Padres sobre los frutos eficaces de la eucaristía y cómo debemos proceder: “¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis padecer de frío y desnudez (...) ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena toda de vasos de oro, si Él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego, de lo que os sobre, adornad también su mesa (...) Al hablar así, no es que prohíba que también en el ornato de la iglesia se ponga empeño; a lo que exhorto es que (...) antes que eso, se procure el socorro de los pobres (...) Mientras adornas, pues, la casa, no abandones a tu hermano en la tribulación, pues él es templo más precioso que el otro” (Obras de San Juan Crisóstomo, Madrid, BAC, 1956, II, pp. 80- 82).

        También Pablo VI, insiste en esta identificación moral entre Cristo y el pobre; lo hace partiendo de la eucaristía: “Hemos venido a Bogotá para rendir honor a Jesús en su misterio eucarístico y sentimos pleno gozo por haber tenido la oportunidad de hacerlo llegando también ahora hasta aquí para celebrar la presencia del Señor entre nosotros, en medio de la Iglesia y del mundo, en vuestras personas. Sois vosotros un signo, una imagen, un misterio de la presencia de Cristo. El sacramento de la eucaristía nos ofrece su escondida presencia, viva y real; vosotros sois también un sacramento, es decir, una imagen sagrada del Señor en el mundo, un reflejo que representa y no esconde su rostro humano y divino (...) Toda la Tradición de la Iglesia reconoce en los Pobres el sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad de la eucaristía, pero sí en perfecta correspondencia analógica y mística en ella. Por lo demás Jesús mismo nos lo ha dicho en una página solemne del evangelio, donde proclama que cada hombre doliente, hambriento, enfermo, desafortunado, necesitado de compasión y ayuda es Él, como si Él mismo fuese ese infeliz, según la misteriosa y patente sociología, según el humanismo de Cristo” (Homilía en Bogotá, 23 VIII 1968).

        Se trata de volver a lo que era realidad en el principio. La unidad entre fe-rito-vida es puesta de manifiesto en las colectas que Pablo hacía para los pobres de Jerusalén. San Justino nos hace saber que en la celebración eucarística del domingo normalmente se recogían ayudas para atender a los huérfanos, viudas, enfermos, encarcelados, peregrinos y toda clase de necesitados (Cf. Apol. I, 67, Ps 6, 429). Y también San Juan Crisóstomo (Sermo 82,5) y San Agustín (Enarrat. in Ps 44,27) dan a entender que las obras de misericordia forman parte de la celebración de la eucaristía. El Ritual sobre el culto eucarístico fuera de la misa recoge acertadamente esta dimensión social de la eucaristía, orientada a la “promoción humana” y a la “comunicación cristiana de bienes” (nn. 109 y 111).

        Hay que intentar hacer tan fácil nuestro acto de fe en la presencia de Cristo en el pobre y marginado como lo es en su presencia en el pan y el vino consagrados. También para nosotros los actos de caridad fraterna deben ser como un gesto litúrgico, eucarístico, como lo era para San Pablo (diakonia, thusia, leitourghia, koinonia,..) Fijándonos únicamente en esta última palabra, es bien significativo que en el Nuevo Testamento koinonia signifique: Eucaristía, Iglesia y caridad fraterna, prueba evidente de que son tres realidades intrínsecamente relacionadas e inseparables.

        Recordemos la conocida de Henri de Lubac: “La Iglesia hace la eucaristía; la eucaristía hace la Iglesia”. Me interesa la segunda afirmación, que recoge lo que ya había dicho Santo Tomás, a saber, que en la eucaristía “Ecclesia fabricatur”, y mucho antes, Agustín, cuando aseguraba que la eucaristía es el “sacramentum, quo hoc tempore consacratur Ecclesia”, es decir, el sacramento con el cual la Iglesia se construye como comunidad.

        La eucaristía inculca aquellas virtudes sociales que son el fundamento de toda auténtica comunidad: la unión, la concordia, la solidaridad. Por eso el Concilio dice que hay que “procurar que la celebración de la eucaristía sea el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana" (CD 30), ya que "no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada eucaristía" (PO 6). Ésta educa en aquella madurez que mueve a los cristianos "a vivir no sólo para sí, sino según las exigencias de la nueva ley del amor; cada uno, conforme a la gracia recibida, ha de ponerse al servicio de los demás, y así todos han de cumplir cristianamente sus deberes en la comunidad cristiana” (Ibid).

        Muchos cristianos viven sin participar de la eucaristía (ni comulgan ni van a misa); algunos participan en la eucaristía (incluso comulgan) pero no viven la coherencia que exige la comunión eucarística. Nos hemos de preguntar sobre nuestra fe y sobre el alcance real, en nuestra vida, de los lazos entre eucaristía y nuestras relaciones de justicia y caridad con los demás. Como dice la Didajé: “Si compartimos el pan celestial, ¿cómo no vamos a compartir el pan terreno?” (IV, 8).

        El documento base del XLV Congreso Eucarístico Internacional, Cristo, luz de los pueblos, celebrado hace pocos años en Sevilla, sintetiza acertadamente todo cuanto he intentado transmitir en este breve artículo: “El sacramento de la eucaristía no se puede separar del sacramento del pobre. La eucaristía tiene una dimensión social, lo mismo que la solidaridad humana tiene una dimensión eucarística” (n. 22).

Al acercarme a la eucaristía yo no puedo desentenderme del hermano, no puedo rechazarlo sin rechazar al mismo Cristo y separarme de la unidad. El mismo Cristo que viene a mí en la comunión, es el mismo Cristo indiviso que se dirige también a mi hermano que está a mi lado. Él nos une unos a otros en el momento en que nos une a todos a sí mismo. “Unidos en la fracción del pan” (Act 2,42). Al comulgar decimos “Amén” al cuerpo santísimo de Jesús, nacido de María y muerto por nosotros; pero decimos también “Amén” a su cuerpo místico, que es la Iglesia, es decir, a los hermanos que están a nuestro alrededor en la vida o en la mesa eucarística. No podemos separar los dos cuerpos, aceptando el uno sin el otro.

En la Última Cena, con el gesto del “lavatorio de los pies”, Jesús dejó muy grabado en los apóstoles el significado de su vida y lo que exigía de ellos que acababan de participar en la mesa eucarística. Toda la vida de Jesús, desde el principio hasta el final, fue un lavatorio de pies, es decir, un servir a los hombres por amor. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. El servicio brota de la caridad, del ágape, y es la expresión más grande del mandamiento nuevo. “Lo que hagáis a uno de estos, mis hermanos, a mi me lo hacéis” (Jn 13, 1). La Eucaristía no es sólo un misterio para consagrar, recibir, contemplar y adorar, sino que es, además, un misterio que hay que imitar. “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? ... También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros, porque os he dado ejemplo para que hagáis vosotros lo mismo que yo he hecho; ... y dichosos vosotros si lo cumplís” (Jn 13,13-17).

 

¿Quiénes somos?   -   Contacte con nosotros   -   Mapa del sitio   -    Aviso legal 

Logotipo de la Familia Carlos de Foucauld