Editorial

Queridos amigos del Boletín:

Tras el monográfico, memoria y agradecimiento dedicado al Hermano René Voillaume, que nos permitió penetrar en el tesoro de su vida y su mensaje a todos los que formarnos las Fraternidades, y a quienes de alguna manera se sitúan en la órbita de su testimonio evangélico, nos disponemos en este número, a sumergirnos en el tesoro de la vida de las fraternidades que va desvelándose en el día a día de todas ellas, y manifestándose de manera especial o más intensa cuando algunos de sus miembros hermanos y juntos tratan de descubrir, tanto de la mano de quien lo dirige como del hablar común de los reunidos, de su oración, eucaristía, desierto y revisión, el paso del Espíritu por las familias. Pues es el Espíritu Santo, el que alienta, sostiene, modela y transforma a las personas creyentes que constituyen las familias de Foucauld, lo mismo que a sus múltiples amigos. Muchas de estas personas no han tenido ocasión de participar directamente de los retiros y encuentros que constituyen el tesoro de este número, y es nuestro deseo e intención el comunicarles toda la vida y el pensamiento de los mismos, para que sientan en el mismo Espíritu la visita de Dios y el calor de la fraternidad.

Descubrir el paso del Espíritu, implica en los tiempos nuevos que vivimos, discernir cuidadosamente lo nuevo y lo añejo. El riesgo de querer detenernos en el tiempo, sin escuchar ni dejarnos interpelar por lo nuevo, es uno de los grandes riesgos de nuestra Iglesia, y de cada una de las familias que viven su específico carisma en la misma. Ante la constatación de la fragilidad de cada una de nuestras familias, tendemos naturalmente a encerrarnos en "lo añejo" con objeto de mantener lo que creemos que es nuestra identidad, y de hacer oídos sordos, a aquello que puede alterar el difícil equilibrio logrado en dicha fragilidad. En cuántas ramillas el otear "los signos de los tiempos", médula de la evangelización del Vaticano II, ha quedado reducido a una etapa, más o menos olvidada en el baúl de los recuerdos, sin que el dinamismo del otear "los signos de los tiempos" acompañe al desarrollo actual del carisma de la familia.

También es verdad que en otras, la realidad de "lo nuevo" arrasa, en ocasiones, la solera de lo "añejo" que constituía el sabor y el aroma específico del carisma en cuestión. Los evangelios de Mateo y Lucas nos recuerdan la misión de los discípulos en la tierra: "Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa ¿con qué se la salará? Ya no sirve pura nada más que para ser tirada fuera y pisoteada por los hombres» (Mt 5,13; Lc 14, 34-35). Perdidos sabor y aroma del carisma, ¿para qué sirve ya?

Por ello creemos que debemos pedir la sabiduría del escriba, para de lo añejo, otear y dar sabor a lo nuevo, y de lo nuevo recrear el cansina para que siga configurándose al servicio de la evangelización de lo que va a surgiendo como humanidad nueva, con sus luces y su sombras, sus alegrías y tristezas.

Creemos que las aportaciones de este número, tanto en lo que a testimonios de vida se refiere, —sean éstos largos procesos de vida personal, o etapas determinadas al servicio de los pobres, y de los nuevos pobres—, como a las reflexiones que han acompañado a nuestras Familias en e! discernimiento del Espíritu, pueden ser una buena ayuda en esta etapa de fragilidad de algunas de nuestras ramillas, para que no se limiten a subsistir sino que sigan con todas las fuerzas, tratando de servir, con aroma y sabor añejo, auténtico, al mundo y a los hombres y mujeres de hoy. Este es nuestro deseo y nuestro intento.

La publicación de este número estaba prevista para el mes de octubre, pero las limitaciones personales de algunos de los que trabajamos en su elaboración ha obligado a demorarlo, y, en consecuencia, ha hecho necesaria una nueva reestructuración y reelaboración, causando nuevos retrasos. Confiamos poder seguir contando con vuestra comprensión.

Gracias por leernos.

 

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