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 Nazaret en la vida pastoral de Jesús

Pepe Sánchez Ramos

La primera parte de este artículo apareció en el boletín Iesus Caritas nº 74 titulado: "La Vida de Nazaret"

2ª Parte

Introducción

 

Hace unos años ofrecí, en nuestro Boletín, la primera parte de una lectura del Evangelio de Lucas desde Nazaret, convencido de que la Escuela donde Jesús aprendió su modo de ser y de vivir fue aquel pueblecito galileo donde pasó muchos años. Nazaret fue su gran y única Escuela Iniciática.

Allí, el Padre, por su Espíritu y a través de María, de José, de sus parientes y de sus vecinos, fue madurando en "la Sabiduría y Gracia" que iria ofreciéndonos después por los caminos de Palestina. 

En aquel primer artículo veíamos que Nazaret es:

- el aprendizaje de una vida de unión amistosa con su Padre y la vivencia de un amor universal vivido con todos los humanos,

- es la valoración de todo lo humano, desde la perspectiva esencial, para ir creciendo divinamente desde lo humano,

- es aprender a vivir en el hoy, en el cada día, en lo cotidiano que se nos regala como el gran sacramento de la presencia y del amor de Dios, nuestro Padre,

- es la vida en anonimato, los espacios de silencio y de soledad, el uso de medios pobres, el ser "uno de tantos".

Continuamos, hoy, leyendo otros aspectos nazarenos que se perciben en la vida apostólica de Jesús y que necesitamos seguir asumiendo en nuestras vidas.

 

"Salía de Él una fuerza que los sanaba a todos" (Lc. 6,19)

 

En Nazaret, Jesús ha ido tomando conciencia de la Fuerza del Espíritu que hay en Él. La Fuerza que engendra la Vida verdadera, la Fuerza que conduce a la Plenitud total.

Esa Fuerza del Espíritu lo engendró en las entrañas de la Virgen María y lo va conduciendo, paso a paso, a través de su vida. Lucas no deja de subrayarlo en cada uno de los acontecimientos importantes que nos narra.

El Espíritu es el eje esencial del Reino que Él vive y que anuncia a todos. El Reino es como un grano de mostaza que crece hasta hacerse arbusto o como la levadura que fermenta la masa, gracias a la Fuerza que lleva dentro y que transforma a todo aquel que lo acoge de veras (Lc. 13, 18-20).

Por eso, al inaugurar su misión "se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma como de una paloma", ungiéndolo con su Fuerza en orden a la tarea que había de realizar (Lc. 3, 22).

Jesús no apoya la extensión del Reino en medios humanos: elocuencia, poder, buena imagen... sino en la Fuerza Única de la que se sabe portador.

De aquí que en el primer envío que hace de sus apóstoles les da "Fuerza y autoridad sobre demonios y enfermedades" (Lc. 9, 1). Y después de la Resurrección, les dirá "Quedaos aquí hasta que de lo alto os revistan de la Fuerza (Lc. 24, 49).

Nazaret es tomar conciencia de que lo importante en el servicio pastoral es la Fuerza del Espíritu que nos viene de lo alto. Lo importante es abrirnos a esa Fuerza, es poner en ella nuestra confianza, es dejarnos revestir de ella para servir a los demás curándoles de sus enfermedades y liberándoles de sus demonios.

Ante la Fuerza que emana de Jesús, la gente se asombra, teme y alaba al Señor que ha dado esa Fuerza a los hombres. Es el efecto que ha de producir nuestra presencia evangelizadora, si nace de esa "Fuerza de lo Alto".

 

"Extendió su mano y tocó al leproso" (Lc. 8, 13)

 

Jesús vive en la realidad, pero no se queda en lo externo de ella. Jesús penetra en la esencia de la realidad. Por eso distingue lo esencial de lo periférico, lo verdadero de lo engañoso. Jesús desenmascara todo lo que en la superficie de la realidad no está de acuerdo con lo esencial de ella.

¿Por qué no se puede curar en sábado? ¿Por qué, en sábado, no pueden sus discípulos comer un puñado de espigas, si tienen hambre? (Lc. 6, 1-11).

Jesús toca y cura al leproso. Quiere ayudarles a ver que la Ley apunta más hondo que las apariencias. No ha venido a abolir la Ley, sino a descubrirles su plenitud. No es la realidad física de unos alimentos lo que hace impuro al hombre, "sino lo que sale del corazón humano situado en la desarmonía" (Mc. 7, 14-23).

Jesús nos descubre que lo legal es siempre el punto de partida, no el techo de la plenitud evangélica.

¿Por qué han de haber "excluidos"? Leví tiene su sitio junto a Jesús (Lc. 5, 20-28). Y lo tiene la pecadora que en casa de Simón le lava y besa sus pies (Lc. 7, 36-50).

En sus años de Nazaret, desde n¡ño, Jesús se ha ido educando a mirar el corazón de sus vecinos más que sus apariencias externas; a descubrir sus intenciones, más que sus hechos.

"No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura... Porque Dios no ve las apariencias, como hacen los hombres. El Señor ve el corazón", eran las palabras del Señor a Samuel, al elegir a David, que muchas veces había escuchado en la sinagoga (1 Samuel 16, 7).

Lo importante es lo esencial, lo profundo del ser. Ahí sólo hay: sí o no. Jesús sabe vivir desde ahí. Y, desde ahí, nos invita a vivir.

Nazaret es vivir desde el fondo, desde la verdad esencial de toda realidad. En Nazaret se sitúa en su sitio verdadero lo transitorio, lo periférico, lo accidental. Nazaret es veracidad transparente.

Qué importante es esta actitud para nuestras relaciones con quienes vivimos cada día nuestra misión evangelizadora.

 

"Que más quisiera yo que toda la tierra estuviera ya ardiendo" (Lc 12, 49)

 

Jesús ha ido aprendiendo en Nazaret que las personas no cambian rápidamente. ¡Cómo querría Él que todos cambiaran pronto!... Pero el cambio es lentísimo.

Jesús ha aprendido la paciencia del campesino. Ha observado la naturaleza y ha visto lo lentos que son sus procesos... Lo ha ido viendo, también, en las vidas de sus vecinos. Cuánto cuesta llevar adelante el movimiento inicial de cambio. Falta aún interés verdadero, constancia, capacidad para superar los obstáculos de dentro y de fuera.

Impresiona ver a Jesús respetando y acompañando adecuadamente el proceso del Reino en cada ser humano. ¡Qué humano se hace Dios!  

Un riesgo importante y frecuente en la misión evangelizadora es la impaciencia por ver los frutos y los frutos concretos que nosotros preveíamos. Cuando no llegan fulminamos a las personas, como quisieron hacer Santiago y Juan cuando los samaritanos se negaron a recibir a Jesús y a sus acompañantes: "Señor, si quieres decimos que caiga un rayo y acabe con ellos" (Lc. 9, 51-56).

Pero Jesús tiene el talante de Dios. "No escardéis la cizaña, por si al hacerlo arrancáis con ella el trigo. Esperad hasta la siega" (Mt. 13, 24-30).

El que ama "espera siempre, se fía siempre, disculpa siempre"...

Nazaret es respeto al camino de cada uno, al ritmo personal. Es paciencia en los altibajos. Es espera en los tiempos oscuros en los que parece que no se avanza. Es alegría serena en cada uno de los nuevos brotes de vida.

 

"Cuando des una comida o una cena... invita a los pobres..." (Lc. 14, 12-14)

 

Jesús nos describe lo que era su casa de Nazaret: una casa abierta, con una mesa puesta para los pobres, los emigrantes, los huérfanos...

Jesús disfruta con dar gratuitamente. Por el gozo de dar. Sin esperar nada a cambio. Reparte y Se reparte gratuitamente. Invita a quienes no pueden pagar. Vive compartiendo. "Es mejor dar que recibir", nos dirá.

No nos creemos que Dios es así. Que nos regala, por el gozo de regalar. Que nos ama gratuitamente, no para que le devolvamos amor y aunque no se lo devolvamos. Si nosotros le respondemos es un bien para nosotros, del que Él se alegra, por nosotros.

Dios ha regalado a todos la plenitud de su Ser. En Jesús ha quedado confirmado definitivamente. Dios es en Sí regalo gratuito para los humanos. Las parábolas de Lucas 15 son contundentes: Dios ama a TODOS. También a los excomulgados, a quienes no cumplen la Ley: "recaudadores y descreídos".

Jesús los acoge no porque ellos se deciden a cumplir la Ley, sino porque acogen la amistad gratuita de Jesús. El cambio de conducta que sin duda realizarán será el modo de responder a esta amistad gratuita.

La clave de toda !a pastoral de Jesús es ayudar a caer en la cuenta del amor gratuito del Padre Dios. Y a eso ayudan sus gestos de amistad gratuita y comprometida. Jesús se hace excomulgado con los excomulgados para salvar a los excomulgados. ¡Este es Dios!

Nazaret es gratuidad. Lo que da fisonomía a Nazaret son las expresiones de amor gratuito. Que muestra evangelizaron, ¡grite gratuidad!

Y gratuidad con los pobres y desde la pobreza. Para que quede más claro el regalo que nos da Dios.

"He sido ungido para dar la buena noticia a los pobres, para libertar a los cautivos, para dar vista a los ciegos... Y esto, ya veis que se está realizando. Dichosos vosotros si no os escandalizáis de que el Reino que ofrece mi Padre camina por ahí" (Lc. 4, 18-21).

Es a ellos a quienes, sin cesar, pone su mesa. Y lo hace desde el no tener. Caminando por la vida sin "bolsa, sin alforja, sin sandalias... pero lleno de paz" (Lc. 10,4-6).

Esto es Nazaret, esta es su escuela apostólica, es su estilo de evangelizador.

 

"¿Por qué me llamas insigne? (Lc. 18. 18-20)

 

En Nazaret, Jesús ha vivido unas relaciones llanas, sencillas, de tú a tú. Es el carpintero, el hijo de José y de la María, el pariente de Santiago, Judas y Simón.

Y así realiza su vida apostólica. No es un personaje, ni un señor, ni un rabino... es el amigo, el hombre cercano, una persona sencilla.

Por eso, no abre escuela como los rabinos. Es un caminante que a partir de sus relaciones cotidianas va dejando caer semillas del Reino. No tiene un lugar propio para reunir a la gente: la orilla del mar, una casa amiga, cualquier camino. Todo lugar, cualquier circunstancia son adecuados para anunciar el amor del Padre a los hombres y a las mujeres. En este pozo encuentra a la Samaritana, en las afueras del pueblo a la viuda de Naím, en casa de Simón a la pecadora...

Y quiere que este sea nuestro estilo evangelizados "A nadie llaméis Maestro, ni Padre, ni Señor... porque sólo uno lo es". "Los reyes de las naciones las dominan y los que tienen autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros, nada de eso, el más grande iguálese al más joven y el que dirige al que sirve" (Lc. 22, 24-26).

Id de casa en casa, de persona persona. Sembrad el Reino desde la circunstancias concretas de la vida. Moveos con libertad, sin demasiado planes preconcebidos.

Nazaret es cercanía, es ser hermanos, es acercamiento a todos sin excluir a nadie, es sencillez en el trato.

Cuánto examen hemos de hacer, desde aquí, para que nuestra evangelízación no suene a montaje, a moralismos desencarnados, perdiendo la candidez del Evangelio, la fluidez de la vida.

 

"Pero ellos gritaban: ¡A la cruz, a la cruz con Él!" (Lc. 23, 21)

 

En la escuela de Nazaret ha aprendido Jesús el camino a la renuncia al falso yo, a las actitudes egoístas. Jesús ha vivido en el desapego que madura el amor. Se ha dado cuenta de que si uno se aterra a su propia vida está perdido y que sólo aquel que se suelta de lo que creemos vida encuentra del todo la Vida.

En Nazaret, Jesús ha visto tantas veces que sólo cuando el grano de trigo se pudre en la tierra da espiga llena de grano, que ha ¡do entendiendo que sólo asumiendo el ser rechazado, ser malentendido, ser perseguido y hasta ser crucificado podrá ofrecer plenamente la liberación, desde el amor, que viene a ofrecer de parte del Padre.

Lo que en Nazaret fue "cargar con la cruz de cada día" le ha preparado a cargar con la cruz solemne del pecado de la humanidad, corriendo la misma suerte que los dos malhechores que crucifican junto a Él y peor suerte que Barrabás.

La Redención comenzó en Nazaret y culminó en el Góigota. El adiestramiento para el Calvario comenzó en la experiencia cotidiana de quien, desde Nazaret, vivió sólo para el amor, costara lo que costase. Hacer el proyecto del Padre, venciendo las tentaciones de su ambiente, supone crucifixión para una visión carnal. Vivir en la verdad y en el amor a los semejantes trae diarias incomodidades. "Hacerse uno de tantos" es duro en muchísimos momentos.

Por eso, Nazaret es para nosotros el aprendizaje de cargar con la cruz de cada día, por amor al Padre y a los hermanos, abiertos a los momentos solemnes del Calvario que, cuando estemos maduros, nos han de llegar para nuestro bien.

 

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Ha resucitado!" (Lc. 24, 5-6)

 

La certeza esencial de Jesús, que sin duda arranca de Nazaret, es que la última palabra es siempre la palabra de su Padre y es siempre una palabra positiva.

Es una sabiduría difícil de aprender cuando se vive en situaciones duras, como debían ser las de Nazaret. Pero son, por otra parte, las situaciones más idóneas en las que nace y se afianza una esperanza sólida, como la roca en que descansa el edificio de la entrega total a la misión encomendada claramente percibida y decididamente realizada.

Si la última palabra la tiene Aquel que me ama, ¿qué puedo temer? Sé que será una palabra para mi plenitud y la de toda la humanidad. No sé cómo, porque desde la cruz no se ve nada. Pero hay en mí una certeza absoluta. "Padre, a tus manos confío mi vida, mi historia, el camino realizado..." (Lc. 23, 46).

Es lo que anuncia el ángel, desde el sepulcro: "¿Cómo buscáis entre los muertos al que vive? Ya os lo dijo cuando estaba en Galilea. jHa resucitado! ¿Es que no recordáis lo que os dijo tantas veces que la última palabra sería una palabra de Vida? ¡Vive, para la Vida definitiva de toda la humanidad'". 

Nazaret es esa certeza del corazón. Es abandono en sus manos. Es la confianza de que todo -aunque no sepamos explicar cómo- es para el bien de los que son amados. Es saber que la muerte ha perdido su aguijón. Es saber que sólo la Vida es el espacio de Dios.

 

"Cuando estaba sentado a la mesa con ellos tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron tos ojos y lo reconocieron" (Lc. 24, 30-31)

 

La Eucaristía es Nazaret. Qué bien lo entendió Carlos de Foucauld.

Contemplando la Eucaristía se descubre Nazaret y la semilla nazarena que hay en toda la vida evangelizadora de Jesús y en cada una de las palabras que nos dejó.

Ante el pan bendecido y partido por Jesús, a los discípulos "se les abrieron los OJOS y lo reconocieron". Es el gran Sacramento de Su Presencia. Carlos de Foucauld comprendió a Jesús y asumió su sabiduría, como fruto de horas y horas silenciosas en la presencia eucarística. Como le ha ocurrido a tantos hombres y mujeres a lo largo de toda la historia cristiana.

Y desde ese reconocimiento, los de Emaús se ponen inmediatamente en camino para comunicar a los demás que el Señor ha resucitado. La adoración eucarística, si es verdadera, es la gran fuente de estímulo evangelizador y misionero. Nunca nos hace evasivos respecto a los hermanos.

"El mismo Jesús que nos dijo "este es mi Cuerpo", nos dijo; "Lo que hiciereis con uno de mis hermanos, lo hacéis conmigo". Era la convicción del Hno. Carlos de Jesús.

Por eso, la Eucaristía es para todos nosotros la gran Escuela Iniciática Nazarena, para aprender a vivir desde el Amor y la Sabiduría desde los que vivió Jesús.

La Eucaristía es la escuela del darse del todo por amor, hasta dejarse comer y partir y repartir.

La Eucaristía es Él, hecho Amigo, Maestro, Misionero, Salvador... desde el estilo único y original de Dios, comenzado en Nazaret.

 

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