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Nazaret: misterio de encarnación

 Felipe Fernández Alía 

 

El misterio de Nazaret es un misterio. 30 años en la discreción y la cotidianeidad. Sin embargo, todo en el Evangelio tiene una fuerza de "señal". También Nazaret.

¿Cuál es esta señal, que se hace "estilo" y "llamada"?

He aquí algunas lecciones del misterio de Nazaret, que es "corporeidad del misterio de la Encarnación".

La "irrelevancia como estilo de Dios para la nueva humanidad"

Nazaret es el misterio de la "irrelevancia", "de la pequeñez", "de la humildad como estilo de vida".

Jesús, palabra y proyecto salvador del Padre, que iba a introducir en la dinámica de la historia la "significación última", elige los despojos de la irrelevancia.

"Quien era rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza" (2 Cor 8, 9).

La insignificancia de Nazaret es reconocida sociológicamente: "¿De Nazaret, ¿puede salir algo bueno?" (Juan 1,46).

Nazaret como irrelevancia es una opción, una apuesta de Jesús. Es el nuevo "aire de Dios" para la nueva Humanidad.

Nazaret aparece como un desafío (David-Goliat) de Jesús a los criterios de este mundo. El prestigio, la grandeza, la subyegación..., es la moneda de cambio de esta sociedad competitiva y poderosa.

Jesús, luego, será tentado por esos mismos criterios: "Todo esto te daré si, postrándote, me adoras" (Mt 4, 9). La respuesta formal que Jesús va a dar en las "tentaciones" es una respuesta vivida y madurada en Nazaret: "La irrelevancia como significación" del nuevo estilo de Dios.

Ya desde esta primera dimensión, Nazaret es un misterio. Es difícil adentrarse en su espesura. No se cree. 

La eficacia nos puede, funcionamos con los mecanismos de la utilidad. Aún dentro de la Iglesia aparecen los criterios de grandeza: ¿Cuántos sois, a dónde llegáis, qué es lo que estáis logrando...?

La duda persigue: "¿De ahí, ¿puede salir algo bueno?".

El valor evangélico y misionero de la "presencia"

Tenemos el riesgo de medir las categorías evangélicas y pastorales "por sólo el hacer". Es fundamental, pero no contiene todo el valor evangélico y misionero de la vida.

Nazaret nos regala esta otra lección: el valor misionero y evangélico de la presencia.

Más allá de lo que se hace, cómo se haga o se pueda hacer, Nazaret es "estar", "es vivir": "La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros" (Juan 1,14).

Es la expresión primera y más radical de la Encarnación. Tomar carne en la carne, poner la tienda junto a la tienda, tener la casa y la vida junto a la vida de un pueblo es ya, en sí mismo, señal de solidaridad con la vida y el destino de los vecinos de su pueblo. Es comunión.

"Estar", "vivir", "ser con... es ya una manifestación del "engarce" con el amor del Padre, que de tal manera ha hecho la apuesta por un pueblo, que "nos ha entregado a su propio Hijo" (Juan 3, 16), constituyéndonos en "corporeidad, personificación y rostro de su rostro".


"Vivir", "estar con" por amor es reconocer

Nazaret es el misterio del "vivir" y "estar con". Es ya, en sí mismo, un aporte a la vida, un agraciamiento de la tierra. Porque "vivir", "estar con" es "reconocer".

El hombre desvalido tiene el riesgo de perder la conciencia de su valía, hasta de su dignidad. Estar junto a..., vivir al lado de... es reconocer y, por ello, "dignificar".

Este es el valor humanizador y evangélico de la presencia. Es la lección honda de Nazaret, Jesús, viviendo, estando, aporta al hombre, en la insignificancia de un contexto sin relieve, la dignidad primera, tal como el hombre salió y fue proyectado por Dios: "a su imagen y semejanza".

La sola presencia es una forma de confesar, "sin palabras", pero en un lenguaje bien traducido (la humanidad de hoy está cansina de promesas y de palabrerías), que el hombre, el grupo humano, el pueblo... es un proyecto abierto, es un proyecto de esperanza, porque es parcela del trabajo de Dios. Con Jesús en Nazaret, el Padre hace la apuesta "por lo excluido".

Nazaret es un desafío al momento histórico, lo marginado, lo excluido, socialmente se atiende o para acallar la mala conciencia, o para paliar las rebeliones, o para explotarlo para el voto (novela de Delibes). No siempre se hace por comunión.

La presencia cristiana, a la luz del Misterio de Jesús en Nazaret, ha de ser una presencia de comunión, de entrañable solidaridad, reconocedora y estimulante de la dignidad intrínseca de todo hombre, de todo grupo humano, de todo pueblo.

Todo hombre y todo pueblo necesita ser reconocido "para ser". Al sentirse reconocido, el hombre recupera sus capacidades, adivina sus haberes, entra más adentro en la espesura de su proyecto, se moviliza, se hace crítico y creador.

Esta es la lección humanizadora del Misterio de Nazaret.

NAZARET: Misterio de aprendizaje de Hijo del hombre

Tantas veces vamos a los sitios, donde somos enviados, y enseguida empezamos a hacer. No nos damos tiempo para hacer el aprendizaje de ciudadano, de vecino, de amigo, de hermano.

Nazaret es el misterio del aprendizaje. Jesús hace el "aprendizaje de Hijo del hombre". Es toda una realidad y lección teologal.

Aprender a ser Hijo del hombre, de vecino, de ciudadano, de pueblo... En Nazaret, Jesús aprende a ser humano, a vivir, gustar y valorar la vida. Y, al aprender Él a ser el Hijo del hombre, nos da la lección de "sabe vivir" más allá de la función, de la tarea, del quehacer.

Aprendió a hacer, de la presencia, encuentro,
     del encuentro, diálogo,
     del diálogo, trasvase mutuo de vida,
     de la vida, vecindad,
     de la vecindad, conciencia de pueblo,
     de la conciencia de pueblo, historia solidaria.

Es una lección fundamental de la clave de la Encarnación. Sin ella, aparece el funcionario. Con ella, se desarrolla el hombre de "comunión", el vecino y el hermano.

Luego será más fácil manifestar al "testigo".

Nazaret es el misterio del mesianismo de "lo cotidiano". Es el ejercicio de lo humano.

Es otro tipo de profetismo, quedo, discreto, pero decisivo. Es lo que nos hace expertos en humanidad y el estilo que prueba que, para la Iglesia y los cristianos, el "camino por donde transitar es et hombre".

NAZARET: Misterio del tiempo

"Cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley de Moisés, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño iba creciendo y robusteciéndose y adelantaba en saber" (Luc 2, 39).

"Jesús bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad" (Luc 2, 50).

"Todavía no tienes 50 años y ¿has visto a Abraham?" (Juan 8, 57).

El misterio del tiempo. Es una lección insondable de Nazaret. 30 años.

¿Qué nos querrá enseñar Jesús?

Nazaret y la larga permanencia de Jesús aquí es una invitación a educar el corazón al sentido del tiempo y crecer en el tiempo.

Es el tiempo el que tantas veces juega con nuestras esperanza. El ritmo del tiempo nos desconcierta, crea ansiedades, agota la espera. No sabemos descubrir su ritmo, su misterio ni su fecundidad.

Educar el corazón pastoral para el tiempo

* Está el tiempo de Dios. Él se ha reservado el momento, la hora. Está el tiempo original e incalculable de su acción en el corazón del hombre. Él es el que "da el incremento" y decide la hora: "No ha llegado mi hora" (Juan 2, 4). "Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje" (Luc 4, 19). "Padre, ha llegado la hora..." (Juan 17, 1). "Pero esta es vuestra hora, cuando mandan las tinieblas" (Luc 22, 53).

Tanto en la vida personal como en la acción apostólica hay que saber tener en cuenta, esperar y secundar la hora de Dios. No contar con ella es sucumbir al riesgo de las ansiedades y desasosiegos y, a base de ansiedad, no logramos alargar una hora más a nuestra historia.

* Está el tiempo del hombre. El tiempo de su libertad. Si se respeta el "tiempo de la libertad del corazón humano", se le ayuda a avanzar desde él mismo, posibilitándole que sea él mismo. Sin contar con el tiempo de "cada hombre", se le manipula, se le secuestra, se le entretiene y se le domestica.

* Está la conjugación del tiempo de Dios y del tiempo del hombre. Aquí se sitúa la sabiduría de la acción pastoral: disponer, favorecer condiciones..., para que un día logren "convenir y converger el tiempo de Dios y el tiempo del hombre". Es el tiempo de la salvación.

* Está el tiempo de los grupos humanos. Todo colectivo humano tiene su propio tiempo. Siempre más lento, más fatigoso... Son ya procesos comunitarios, en claves de nuevos reflejos culturales, que implican nuevos criterios de valor, nuevas formas de comportamiento, también nuevas apuestas y opciones colectivas. 

Si no se tiene conciencia clara de los niveles de conciencia de los colectivos y del ritmo del tiempo de las colectividades... es fácil sucumbir en el esfuerzo y agotar la esperanza.

* Está el tiempo de la historia. "Mil años en tu presencia es como un ayer que pasó". Es una medida del tiempo de la historia. 

Reconvertir una cultura, dar con nuevos caminos globales y cósmicos, como puede ser este tiempo de la posmodernidad... requiere un tiempo imposible. Quien en esta coyuntura no acierta a dar con el misterio del tiempo puede quedar sometido a vivir el espacio de su historia personal y apostólica "en el sin-sentido o la frustración".

Nazaret es el misterio del tiempo y la gracia para saber entender y acoger los tiempos de la vida y de la historia. 

El tiempo relativiza lo que en el presente nos puede estar cogiendo la piel. El tiempo objetiviza el pasado y ayuda a poner las cosas en su sitio. El tiempo, entendido y consentido, armoniza la vida.

El tiempo del presente nos urge el futuro. El tiempo nos da memoria del ayer y nos ofrece perspectiva para el mañana. Dios hace en el tiempo. La gracia trabaja en el tiempo. En el tiempo acontece la salvación de Jesús.

Los 30 años de Jesús en Nazaret, ¿no nos estarán desvelando el misterio y la fecundidad del tiempo?

Educar el corazón para el tiempo y en el tiempo es una lección del misterio de Nazaret. Sin conciencia del tiempo no hay memoria. Sin memoria no hay historia. Sin memoria es muy difícil adivinar el propio futuro.

El silencio como gestación

Los exegetas dan a Jesús 30 años cuando inicia los caminos de Galilea. Hasta entonces, fuera de las pinceladas de la infancia, silencio.

¿No es una paradoja? ¿No es un contrasentido?

Jesús, ¿no es la Palabra desde el principio? ¿No es la Buena Noticia de la Salvación humana? ¿No es palabra para ser dicha, no es Palabra de salvación universal para ser proclamada hasta los confines del mundo?

Si es Palabra para ser dicha, si es Palabra universal para todos los hombres, ¿a qué tanto silencio? ¿A qué reducirse tanto tiempo en un rincón sin relieve, como Nazaret?

¿Qué nos desvela este silencio?

La Palabra para hacerse verdad debe gestarse. Toda gestación acontece en el silencio.

Lo fácil es decir; lo difícil es decir palabras que "sepan a verdad".

Lo fácil es hablar; lo difícil es encontrar la coherencia de lo dicho.

La Palabra hay que gestarla para que se haga en uno criatura "viva". Sólo las palabras que pasan por el corazón y toman carne en el propio ser, al pronunciarlas, suenan a palabras propias. Lo fácil es vivir de palabras "prestadas" o saberlas "de oídas".

Jesús es la Palabra de Dios y por eso la gesta "desde el principio".

Jesús es la Palabra de Hombre y la gesta en el aprendizaje humano.

Nazaret es el misterio de la maduración de la Palabra.

Es verdad que nuestra vocación es misionera: "Creí, por eso hablé". "Ay de mí, si no evangelizare". Por eso hay que gestar la Palabra.

Jesús en Nazaret ha hecho en su propio corazón de la Palabra divina, que es, Palabra de hombre. A la inversa, nosotros también, gestándola en el corazón, tenemos que saber traducir, en palabras de hombre, la Palabra, y que suene y sepa a Palabra de Dios.

La escucha contemplativa de la Palabra.

La formación permanente.

La elaboración de servicios y materiales... hay que saberlo encuadrar en esa tarea nazaretana de "gestar para ser".

El silencio como gestación no es inactividad. No es tiempo perdido, ni silencio vacuo. La "soledad sonora" de Juan de la Cruz. Es actividad y vida, es creación y dinamismo, es inventiva y pasión pastoral. Porque es comunión con el latido salvador de Dios.

NAZARET: Aprendizaje del alma de un pueblo

A Jesús le achacaron muchas cosas: comilón, bebedor, amigo de publícanos y pecadores. Nadie le pudo decir "extranjero".

Su Encamación es asunción de la carne humana, en una parcela de tierra, Nazaret, junto a un grupo humano determinado. Será "El Nazareno".

Así es reconocido, así considerado y vituperado: "¿De dónde saca éste este saber y esos milagros? ¿No es el hijo de José, cuya Madre se llama María?" (Mt. 13,53).

Le saben de los suyos: "Cuando acabó estas parábolas, se marchó Jesús de allí, a su pueblo, y se puso a enseñar en aquella sinagoga" (Mt. 13). "Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre..." (Luc. 4, 16).

Jesús es un hombre del pueblo, marcado por sus hábitos y sus costumbres, adherido a su historia y a su camino.

Nazaret, junto hacerlo "el Hijo del hombre", lo ha hecho "hombre de un pueblo". Es una nueva lección del misterio de Nazaret: entraña a su pueblo hasta hacerse "uno de tantos" (Fil. 2).

No hay encarnación en abstracto. La encarnación exige un trozo de tierra y unos vecinos de camino. Pasa por un adentramiento en la entraña del pueblo y un revestimiento de costumbres y de historia.

No siempre nos damos tiempo para este aprendizaje. Como las funciones están señaladas hay el riesgo de empezar por la función. Las mismas funciones previstas obligan a un proceso de adentramiento, más adentro en la espesura de un pueblo, hasta adquirir derecho de ciudadanía y comunión. Luego, la función se podrá hacer mejor desde la comprensión y la comunión. Como camino juntos.

"¿De Nazaret puede salir algo bueno?".

El Espíritu Santo, guía del camino evangélico, podrá adentrarnos en este misterio de Nazaret y abrirnos a las fuentes de estas dimensiones de la Encarnación de Jesús.

 

 

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