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VI ASAMBLEA DE LA FAMILIA ESPIRITUAL DE CARLOS DE FOUCAULD EN ESPAÑA

GALAPAGAR (MADRID) 5 - 8 DE DICIEMBRE DE 2008

1ª Ponencia de Carlos Palacios,sj

Fundamentos cristológicos y teológicos de la experiencia espiritual del Hermano Carlos de Foucauld

Aunque esté muy contento, me dirijo a Vds. con un cierto temor y temblor. Por dos razones: la primera porque el Hermano Carlos es una figura cuya estatura es gigantesca y es un atrevimiento meterse a dar consejos en esta línea, y el  segundo motivo es el hecho de hablarles a ustedes, que son los herederos naturales de esa vida y de esa experiencia  espiritual.

Voy a intentar de manera muy sencilla compartir con ustedes lo que alcanzo a ver y lo que me parece importante en esos dos temas que me plantearon. Son más intuiciones que propiamente afirmaciones o certezas apodícticas sobre la espiritualidad. Pero es como yo lo veo, mi pobre apreciación que no es ningún dogma. De modo que les dejo el consejo de San Pablo: prueben de todo y quédense con lo que les sirva…

Introducción  

El título mismo que me dieron me parece problemático. No me parece que haya que hacer una fundamentación teológica de la espiritualidad del Hermano Carlos. Porque ya la tiene. Creo que la tarea es explicitar las bases teológicas sobre las que reposa dicha  experiencia. Porque hablar de “fundamentación teológica” puede dar a entender que hay que darle una base sólida, como si no la tuviera. Yo creo más bien que hay que desentrañar cada vez más el fundamento teológico que tiene, que es el que precisamente puede alimentar una teología. No es la teología la que va a dar carta de ciudadanía a esa experiencia espiritual, sino que es ella la que nos tiene que enseñar. Es muy importante, porque es como darle la vuelta a la cosa. Con esto estoy diciendo que hay mucho que aprender todavía de esa experiencia espiritual, y que eso no se aprende en los libros ni en los grandes teólogos. Lo más que podemos hacer es darle nombre a lo que está siendo vivido.

En este sentido, no empezaré por lo que ustedes formularon como las claves de la identidad. Sé que les preocupa esta cuestión de la identidad, y que no les preocupa solo a ustedes, sino a todos nosotros, como cristianos y en las diferentes familias religiosas. No se trata en primer lugar de una cuestión teórica, porque más o menos teóricamente todos tenemos clara la identidad de lo que somos. Se trata más bien de desentrañar de esa identidad  cómo tiene que ser vivida, entendida y presentada hoy.

No es que no sepamos, es que a lo mejor nos quedamos en el pasado, con las primeras formulaciones. Evidentemente, toda experiencia es formulada con el lenguaje disponible en el tiempo en que nace. Y la del Hermano Carlos lo mismo. Es evidente que el Hermano Carlos está mucho más cercano de nosotros que, por ejemplo, San Ignacio de los jesuitas. El lenguaje es mucho más cercano, lo que no quiere decir que no esté condicionado también por su historia, por su vida, por la Iglesia de su época. Entonces, la tarea o el esfuerzo al ponerse en contacto con esa espiritualidad es desentrañar su actualidad.

Hay que cuidar para que no se petrifique, como si no hubiese más que repetir lo que se ha dicho una vez por todas; no, hay que hacer constantemente el esfuerzo de una traducción viva y actual. Este esfuerzo sí lo podríamos llamar de  búsqueda de los fundamentos, pero búsqueda de algo que ya está fundado. La experiencia del Hermano Carlos es el Evangelio. No hay mejor teología cristiana que la de Evangelio. Cuando se olvida eso la teología se convierte en especulación.

En este sentido, explicitar hoy eso en una familia como ésta tan diversificada no es nada fácil. Es diferente cuando se trata de un grupo más o menos homogéneo. Pero la diversidad de esta familia es también su riqueza. Una de las genialidades del Hermano Carlos es no haber restringido la experiencia a una única forma de vivir. Aunque él haya soñado en hacer reglas para hermanos y hermanas, al principio. Pero dejó abierta la experiencia para que pueda ser captada y vivida de muchas formas. Y ahí, en esta diversidad, está la riqueza de esta experiencia y la fuente de inspiración. Esa diversidad es al mismo tiempo una riqueza y un desafío: desafío en el sentido de que no la podemos meter en una camisa de fuerza; pero por otro lado no se puede diluir de tal forma que todo quepa  en ella, porque si no habría el riesgo de que cada uno se arrogue el derecho de decir: nosotros somos herederos también del Hermano Carlos. Hay que poner ciertas balizas, o pautas. Y en este sentido entiendo yo su preocupación de buscar claves de identidad que no amarren de una manera arbitraria,  pero al mismo tiempo que no quede todo tan suelto que cualquier cosa pueda caber en esa experiencia espiritual.

En ese sentido voy a desarrollar brevemente tres pasos:

El primero sería reflexionar sobre el talante de la experiencia del Hermano Carlos. El talante, que no se confunde con las claves. Al desarrollarlo, ustedes verán un poco lo que quiero decir con eso del talante. Es una forma de vivir. Después, evidentemente, lo que ustedes llaman claves y que son rasgos arrancados de ese modo de vivir, son traducciones de eso, pero que no pueden ser entendidas fuera de ese talante, de ese modo de ser, y de ese itinerario, porque si no se harían algo abstracto que después cada uno puede interpretar como quiere. Y en tercer lugar, muy brevemente, daría algunas pistas de donde está arraigado esto teológicamente o cuales son los fundamentos teológicos que están implícitos, vividos, no explicitados formalmente en la experiencia. El Hermano Carlos lo explicitó en sus escritos, pero no en forma de síntesis acabada; su preocupación no era hacer una teoría espiritual. Y creo que eso es muy importante: una cosa es la experiencia espiritual y otra la teoría espiritual. No se pueden confundir, aunque estén unidas y por ambos caminos se puede profundizar la experiencia.

1.- El talante 

Vamos al primer punto que les proponía: el talante de la experiencia espiritual del Hermano Carlos. No se trata de  una espiritualidad teórica, lo que importa en esa experiencia no son, en primer lugar. los contenidos, es la vida, de la que después pueden brotar esas consideraciones. Con eso quiero decir algo muy sencillo: la experiencia del Hermano Carlos me parece fundamentalmente un camino, un modo de ser. Y como camino y modo de ser  solo puede ser comprendido desde el fin, a posteriori. Él no tenía en mente desde el principio ni un proyecto ni una teoría ni ideas claras. Se arriesgó a entrar por un camino y a dejarse conducir. Y al final de ese camino, releyendo el itinerario, se puede decir: mira lo que estaba ahí, y esto es lo que yo intento vivir y lo que propongo para vivir.

Me parece muy importante tenerlo presente, porque el camino, la forma de llegar a eso, es inseparable del contenido. Para comprender esas claves, el contenido de lo que ellas quieren transmitir, tenemos que volver siempre a cuál fue su gestación en el camino del Hermano Carlos. Ahí es donde podemos  recogerlas en su génesis y replantarlas o reproducirlas o actualizarlas: un mensaje para hoy. Eso no es arbitrario. Pero solo se puede hacer si nos damos cuenta de que no estamos haciendo especulaciones, estamos  intentando recoger de este camino lo que tiene para decirnos hoy.

Veamos ahora algunos aspectos que se desprenden de este talante.

2. Rasgos o claves de un talante

      a) La itinerancia geográfica del Hermano Carlos  no fue en vano o inútil, no fue sencillamente el impulso de un aventurero, que lo fue también, como militar. Pero cuando empieza su itinerario espiritual, su itinerancia geográfica es expresión de una itinerancia espiritual, algo mucho más serio y más profundo. Me parece importante porque traducirlo en términos de itinerancia significa que su experiencia, desde el principio hasta el fin, es una experiencia de búsqueda, no es una experiencia  hecha. Se sorprendió al ser desconcertado por Dios para hacer ese descubrimiento y Dios le pareció siempre inalcanzable, mayor de lo que él en cada momento iba captando, Dios estaba siempre “ailleurs”, en otra parte, y cuando intentaba fijarlo se le escapaba.

Esta es una característica de la  experiencia como abierta, como camino. Y por eso, desde el principio al fin, él fue un buscador, y su experiencia fue vivida hasta el final como algo inacabado, no porque no tuviese claridad sobre lo que quería, sino como algo a lo que  no se podía poner punto final, porque Dios puede siempre volver a sorprender. O sea, en ese sentido la experiencia espiritual de Carlos de Foucauld es una experiencia inacabada, abierta, en construcción. Y esa forma de vivirla es tan importante como los contenidos, porque si no los contenidos se nos cierran, ya sabemos lo que son, mientras que en realidad, viviendo abiertos, los contenidos nunca se ‘saben’, y eso justifica que se ‘busque’ siempre la identidad. No porque falte, sino porque no se la puede encerrar.

      b) Otro rasgo característico de esta manera de ser: se trata de una experiencia interrogativa, está  hecha de preguntas. Desde que se pregunta: ¿Dios existe?, hasta que se pregunta: ¿Quién es ese Dios? ¿Cómo es? ¿Dónde está? ¿Cómo responderle? Eso le deja inquieto hasta el final, nunca se lo formuló de manera definitiva: le fue dando respuesta a medida que vivía,  pero no se satisfacía diciendo: ahora sí, ahora ya. Por eso la pregunta que aparece muchas veces en sus escritos es esa: ¿Qué debo hacer? No tiene una respuesta hecha, la tiene que buscar hasta el final: la  búsqueda de la voluntad de Dios en su vida le hace itinerante, no sólo geográficamente, sino en su vida espiritual: busca la Trapa, ser ermitaño, busca el desierto, busca sin parar. Esa búsqueda gira  alrededor de una pregunta: ¿Qué quieres de mi? ¿Cómo responder? ¿Qué debo hacer?

Este aspecto me parece fundamental. La lectura de los textos del Hermano Carlos me inspira eso. Creo que es ésa una de las raíces de su actualidad. No es una espiritualidad cerrada, completa, hecha, sino que por hacer. Por eso tiene todo su sentido que se pregunten: ¿Cuáles son las claves de esa identidad, hoy? No porque no lo sepan, estarán cansados de saberlo, pero ¿cómo abrirlas hoy para otra circunstancia? Porque  Tamanraset puede ser cualquier lugar, hoy, no necesariamente tiene que ser el desierto. La increencia y el diálogo con los musulmanes puede ser aquí, hoy. Es una manera de decir los acentos, las claves,  hemos de encontrarlas a medida que la vida nos desafía, y no pensar que ya están hechas. En ese caso bastaría vestirse el hábito con el corazoncito… Lo que hace falta adquirir es esa mirada penetrante que él tenía, y el corazón que se deshace. Esto es lo importante.

      c) Un tercer aspecto de esta experiencia espiritual es el descubrimiento de lo que él formuló como el absoluto de Dios. En esta itinerancia pasó de increyente (aunque haya sido cristiano bautizado, pero abandonó la fe) a una conversión que le lleva al descubrimiento de Dios como absoluto: “me di cuenta, dice, que no podía hacer otra cosa que vivir únicamente para Él”. Eso es el absoluto, no es una teoría,  no es un concepto teológico. Y todo el lenguaje del Hermano Carlos está marcado por esta totalidad: “Todo, todos, glorificar y consolar lo más posible, esto es definitivo, es para siempre”… Algo se apoderó de él que nada podía quedar fuera. Es la experiencia del absoluto. Es una verdadera experiencia mística. No en el sentido que se da con frecuencia a lo ‘místico’ como algo raro, extraordinario,  sólo para privilegiados. Se trata de algo básico cristiano: la experiencia de haber sido cogido, agarrado por alguien del que no hay cómo escapar; todo tiene que entrar en la respuesta.  

La otra frase que está en los textos que tenéis aquí: “¡Qué grande es Dios! ¡Qué diferencia entre Dios y todo lo que no es Él!”. En una frase como ésta se expresa la tensión entre  lo relativo de lo humano, de cada día, de lo que traemos entre manos, todo lo que no es Él y por eso mismo la insatisfacción que eso provoca y la necesidad de buscar más y siempre, hasta que se dé uno cuenta y diga: esto es lo que yo quiero. Esa tensión, que sabe constantemente relativizar lo que no es el Señor y lo que es Dios. Pero ahí ya, sin condiciones. Una vez que sabe lo que él quiere, tiene que entrar todo, no se puede quedar a medias. Una marca de esta totalidad y de este absoluto es la experiencia del 15 de enero de 1890, un hito de su vida: cuando decide irse definitivamente a África, y rompe con la familia. Ruptura muy dolorosa para él, porque era dejar todo lo que más quería, la familia. Llega entonces a esa separación, a esa inmolación de todo lo que para él significaba la vida en aquél momento. El “todo” en ese momento significó eso. Después irá integrando otras cosas, pero sin el arrancarse inicial no hubiera sido capaz de vivir como vivió. Y  eso no aparece en abstracto de unos contenidos, sino que aparece en el camino concreto. Y eso es lo que tenemos que recuperar. El camino concreto nos puede liberar de las interpretaciones erradas. El camino concreto: al ver por donde él pasó, uno puede decir: “No me engañé al interpretar esto así, o al interpretarlo ahora de otra manera”.

Esto es lo que justifica la búsqueda de la voluntad de Dios: es la raíz de la sumisión del Hermano Carlos en obediencia al Señor, es la raíz de la obediencia. La raíz de la obediencia no es someterse a un superior o a un responsable, la raíz de la obediencia es aceptar que todos, con alguien al frente que nos anime,  estemos en búsqueda de lo que Dios quiere. Y cuando nos rebelamos contra esto, muchas veces es en nombre de nuestro individualismo, de nuestra autoafirmación. Pero entonces nos hemos cargado ya este itinerario. Yo creo que fue también lo esencial de la búsqueda del Hermano Carlos al decidirse por la Trapa y al vivir siete años en ella. Él se somete a lo que Dios le va manifestando y trata de aclararlo y se relaciona por correspondencia con Huvelin y se somete a la obediencia aunque no vea claro, espera que le dé su parecer antes de dar el paso. Así lo va haciendo en todas las etapas y búsquedas de su itinerario hasta el fin. En el fondo, parecía un hombre continuamente insatisfecho. No con una insatisfacción que nos deja mal, o sea: “ya estoy cansado, ya estoy harto”; no, es la insatisfacción que le inquieta porque sabe que no ha llegado a todo, y no puede poner punto final.

      d) Así se explica también, yo creo, otra característica de esta experiencia: el amor apasionado a Dios y a Jesús y el  abandono. No se trata de un ‘sentimiento’. Al decir:”Padre, en tus manos me abandono”, es una vida la que se expresa; pero entre otras cosas este abandono significa la inseguridad y el buscar constantemente, y el no poder pararse. Porque si no sería una actitud muy bonita, decir: me abandono a Dios, que haga de mi lo que quiera. Lo que pasa es que el que lo tengo que hacer soy yo, pero lo hago seguro de que no estoy en el vacío, que estoy en sus manos, que me puedo abandonar y que me guía, aunque de manera atormentada, muchas veces.

Este abandono por un lado es la experiencia de sentirse realmente amado, como hijo. Esta oración, que acaba siendo una oración, pero que es expresión de lo que él leía en el evangelio, es la actitud del  hijo, por sentirse amado y saber que está seguro en la inseguridad, y al mismo tiempo es lo que le da la dimensión cada vez más explicitada de sentirse hermano de todos y de querer amar a todos, el hermano universal, que también es una frase muy bonita, pero que la podemos vaciar completamente porque lo universal en él pasa siempre por lo concreto. Amó a todos y a cada uno como se presentaba, y no tenía límites para eso, y así entra en lo universal por ahí. Una frase de él que recogen ahí es: “Sentirse en manos del Amado, ¡y de qué Amado! ¡Qué paz! ¡Qué dulzura! ¡Qué abismo de paz y confianza!”

      e) Otro aspecto importante sería el siguiente: poco a poco el Hermano Carlos  fue descubriendo este absoluto de Dios en la carne humana, en Jesús de Nazaret. Es todo el descubrimiento que fue haciendo poco a poco de la centralidad que tenía para él la figura de Jesús de Nazaret. También ahí hay un itinerario: No sé si me equivoco, pero a veces tengo la impresión que al principio, su cabeza  está poblada por un Jesús imaginario, tal como él lo proyecta, tal como él lo imagina, tal como él se lo representa. Idealizado, muchas veces. De ahí, querer empezar por una imitación literal: Hay que ir a Nazaret, hay que ir a Belén… San Ignacio, cuando hizo la peregrinación  a Tierra Santa, fue a visitar el monte de la Ascensión, después se volvió y ya tenía que marcharse pero dijo: Ah, no, me he olvidado donde estaba el pie derecho y el pie izquierdo…

Una imitación que empieza por ahí, es natural, es un  descubrimiento tan aplastante de que Dios se haga carne, y que deje marcas en la vida,  que uno se apasiona por eso, como se apasionan los enamorados cuando empiezan a conocerse y empiezan a ver detalles y cosas, que no son la persona, pero son expresión de la persona. De este primer paso del descubrimiento de Jesús, el Hermano Carlos va siendo conducido poco a poco a lo que hay de esencial en este descubrimiento: el dejarse configurar en toda su vida por Jesús y como Jesús. Esto es un absoluto. Esto ya no tiene nada de imitación, porque es imposible imitar, eso es  renunciar a ser él y a vivirse desde él mismo. En el fondo es  aceptar ser vivido por Jesús. Es algo muy fuerte. No se asusten, es lo que dice Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mi”. Lo que pasa es que lo leemos con una sencillez: ¡Qué bonito! ¿Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí! Claro, pero qué significa que Cristo viva en ti. Y que te configure totalmente con Él.  Y que eso te haga alegre, y feliz, y realizado. Y que perdiéndote te encuentres. Esto es muy gordo, es una cosa espantosa…

Así se puede entender qué significa para él “gritar el Evangelio con la vida”: no tiene otra manera de decirlo. No bastan palabras. Gritar el Evangelio con la vida es eso, es decir, si yo me dejo configurar en todos mis aspectos, en todas las dimensiones de mi vida, por  Jesús y como Jesús, yo soy testigo sin quererlo. Él no se propone ser testigo de nadie, lo es por gracia, porque le fue dado, como don. Y tampoco se preocupa con otras cosas, ¿qué tengo que hacer? bueno, eso, sencillamente, solo. ¿Les parece esto poca misión? ¿Quieren buscar todavía más trabajo?

Yo creo que ahí radica, en este descubrimiento progresivo, lo que él formulará después como “Jesús, el Modelo Único”, pero no entendido en el sentido de modelo plastificado aquí y ahora voy a imitar sus rasgos, sino en la única manera de vivir y ser vivido, es lo que alimentó constantemente su sueño de fundar algo que no existía, decía él. De crear algo nuevo. Por eso no le satisfizo la Trapa ni buscó otras congregaciones, no por desprecio, sino porque no era lo que él buscaba. Y tenía esa necesidad: Como él dice, “seguir el ejemplo y los consejos de Jesús Nuestro Señor, solo puede ser algo excelente”. Pero esto no es sólo seguir los consejos, seguir el ejemplo, sino dejarse triturar. Y lo puede decir con esa alegría: “es lo que hay de más excelente…”

      f) En este contexto, adquiere una nueva luz la dimensión contemplativa del Hermano Carlos por la que siempre luchó, y que le costó encontrar; que no encontró en la Trapa, ni haciéndose ermitaño, sólo, sino que después la encontró al hacerse próximo o prójimo de los otros; la encontró porque ya le había sido dada esa mirada que le permite taladrar el fondo de la realidad. Era otra contemplación la que él buscaba, no menos seria e importante. A veces pensamos que lo contemplativo es para las monjas y los monjes de vida contemplativa, muchas veces se ha asociado la contemplación a la mística y a los fenómenos extraordinarios. Esto es una manera de empobrecer la contemplación. Santa Teresa de Jesús era una gran contemplativa pero tenía los pies en la tierra, profundamente. No era cualquier devota. Hay una  contemplación que hace parte de la existencia cristiana, y que nos la han quitado muchas veces, o que la hemos perdido, y entonces la experiencia cristiana se vacía, porque se ritualiza, y se hace prácticas espirituales, repetición, y no alimenta esa visión que nos permita ir más allá de las apariencias. Esa es la contemplación, me parece, del Hermano Carlos, y lo que explica que este itinerario le llevase a meterse en el corazón del mundo, porque ahí encontraba a Dios encontrándose con los otros. Pero eso no es evidente. Hay que tener ojos para descubrirlo y contemplarlo y poder entusiasmarse. Esa vida, esa experiencia, ese itinerario, serían imposibles sin esa dimensión contemplativa nueva. Es realmente un camino nuevo. También en la contemplación. Lo poco que conozco de las hermanitas y de los hermanos siempre me ha impresionado: Una vida de esas solo se sustenta a largo plazo por gente mística, en el sentido fuerte y profundo de la palabra. Y esa es la espiritualidad de todos ustedes.

Voy a dejar ahora lo de las claves porque ya he ido aludiendo más o menos dando pinceladas, diciendo cómo habría que situarlas en ese proceso espiritual, y hacerlo constantemente, porque creo que es lo que nos puede revitalizar. Es un trabajo sin fin, que les cabe a ustedes, como los que están encarnando esa espiritualidad. Entonces, dejamos los rasgos y las claves, que están más o menos situados. Es suficiente, ustedes los conocen mejor que yo. Era más que explicitarlas, ponerlas en el contexto del itinerario. Esto es lo que me parece que les puede ayudar a renovarse y a releer el mensaje  para hoy.

3.- Fundamentos o raíces evangélicas

El tercer punto sería, brevemente, no una fundamentación teológica de esa experiencia, sino qué es lo que uno puede desentrañar de esa experiencia que nos permita ver en qué se apoya teológicamente. Porque apoyo, lo tiene, no es que se le tenga que dar. En este sentido, vamos a pensar un poco sobre eso.

En todo su itinerario, y en el proceso que hizo el Hermano Carlos, hasta esa identificación cada vez más entrañable y profunda con Jesús de Nazaret, todo este proceso está basado en algo que es profundamente evangélico y, por tanto, profundamente teológico.

      a) Como Jesús, el Hermano Carlos vive un descentramiento, es un descentrado, un ‘ex céntrico’. No me lo entiendan mal. Su centro no está en él, está fuera, como Jesús lo tenía en el Padre. Eso, teológicamente, es algo enorme, porque significa que él, a medida que va avanzando en su proceso, solo se puede entender a partir del absoluto de Dios y a partir del absoluto de los hermanos. Eso es lo más central del Evangelio. Jesús empieza anunciando el Reino de Dios y la Buena Noticia a los pobres. Es eso.  Y es algo básico, central, que tendría que ser el centro de todo cristiano, por supuesto de la vida religiosa.  Y de la Iglesia. La misión de la Iglesia no es ella misma, son los otros. Si nos hacemos el centro, estamos completamente desplazados. Aquí hay materia para que los teólogos se calienten la cabeza, porque son cosas que no se trabajan demasiado teológicamente.

      b) Otro aspecto de esa base teológica es que el Hermano Carlos, como todos los grandes místicos apasionados por Jesús (Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, y otros muchos) son impactados y marcados por  lo que podríamos llamar el núcleo duro de la fe cristiana, el núcleo que nos cuesta tragar, y por eso es núcleo “duro”, que es precisamente que el Dios cristiano solo lo podamos encontrar en la carne frágil y que no hay otro Dios. Esto lógicamente es algo enorme, porque nos hace dar una vuelta total a la imagen que tenemos de Dios, y todavía no lo hemos asimilado, en términos cristianos. Grandes hombres y grandes santos sí que lo han asimilado, pero en términos de comunidad eclesial, yo creo que nos cuesta mucho llegar a eso. Experimentar la alegría de descubrir que la imagen que tenemos de Dios se nos revela en Jesús al revés: porque, ¿Dónde está en Jesús la omnipotencia de Dios? Jesús es un ‘fracasado’. Y sin embargo, le reconocemos como Hijo de Dios. Entonces, ¿qué significa la omnipotencia o el poder de Dios?

Hay que darle la vuelta a eso. ¿Qué poder es ese que se revela en la impotencia? Es el poder del amor. No hay otra fuerza, no hay otras armas. Jesús vence desarmado. El centurión y el  buen ladrón reconocerán que, aunque le hayan destrozado, no le pudieron quitar esa fidelidad y esa fe; que no respondió de la misma forma. Y con eso vence realmente a la injusticia y al odio, lo vence en la raíz, lo hiere de muerte, pero siendo víctima del mal.  Este es nuestro Dios. En la fragilidad, como dice Pablo, se muestra su fuerza. Es una paradoja, es algo que nos da la vuelta a todo lo que imaginamos.

¿Qué significa la sabiduría y la omnisciencia de Dios, que siempre se la atribuimos a Jesús? Jesús era omnisciente, desde el principio ya sabía todo, soplaba y salían palomitas del barro… los apócrifos los tenemos en la cabeza, nos han entrado por la tradición. ¿Y qué significa delante de lo que vemos que Jesús tiene que aprender, tiene que “hacerse” igual a nosotros? “Hacerse” significa  un proceso, un camino, no saber, aceptar lo que es el límite de toda experiencia humana: no disponer del futuro y así irse  abriendo camino. Ahí es donde tocamos el núcleo duro de la fe cristiana, eso es un  escándalo, eso se nos atraganta, porque  intuimos que puede tener consecuencias.

Esa proximidad del Señor Encarnado será la pasión del Hermano Carlos: Jesús Modelo Único; es donde él va aprendiendo que Dios, sólo es Dios en Jesús de Nazaret como próximo, como cercano, como pequeño, y por lo tanto al revés de lo que pensamos, se encuentra donde nosotros no lo iríamos a buscar. ¿Qué significa que Jesús como dice la carta a los Hebreos, “en los días de su vida, haya aprendido con dolor y lágrimas y gritos de sufrimiento”, hasta la cruz: “por qué me abandonaste”? Significa aprender  padeciendo; o sea, obedecer es dejarse enseñar por la pasión y la vida, y así se va uno configurando a Jesús y a Dios. Esta es la obediencia de Jesús. El texto de Hebreos, con un juego de palabras muy bonito, dice: “Aprendió padeciendo, y así se hizo causa de salvación”. Lo que nos salva es haber vivido por dentro nuestra vida, nuestra experiencia, nuestras limitaciones, nuestra fragilidad. Nos salva por dentro. Nos enseña que se puede vivir eso de otra forma. Y eso es la gran Buena Noticia de Jesús.

      c) Así se explica, cuando se profundiza en la vida del Hermano Carlos, por qué son inseparables en él  la pasión por Dios y la pasión por los hermanos. No hay como separarlos. Es muy diferente vivir una causa, defender la justicia, luchar por los pobres, o estar con ellos porque son el rostro de Dios. Es muy diferente la manera de estar. Esto no tiene nada contra los que luchan por todas las causas buenas, pero creo que es muy importante percibir que si nosotros estamos ahí, tenemos que estar de otra forma. No somos “actores sociales” en primer lugar, somos “hermanos”, somos los que se acercan. Puede ser que ustedes no ‘resuelvan’ muchos problemas, pero les dan sentido para que vivan sus luchas. Eso no es poco. ¡Es la esperanza! Cosa que en un luchador social no es el motivo principal; el motor es cambiar la situación, las estructuras.

Y hay que cambiarlas, pero no hay que confundir las cosas. Por ejemplo, en América Latina, muchas veces, la vida religiosa se entendió en ese trajín; la situación era tan gritante, tan injusta, que entonces muchos se fueron, nos fuimos tal vez diciendo: hay que luchar, esto tiene que cambiar… pero ¿qué es lo que nos lleva a nosotros a estar acá? Si tenemos la misma justificación, ya no somos, como quería el Hermano Carlos, testigos de Jesús.

      d) Es muy difícil aceptar esta aparente inutilidad. Pero si leemos la vida de Jesús en términos de eficacia humana, fue un fracaso. Si nos ponemos a medir, a cuantificar, los resultados de la vida de Jesús son muy parcos: un grupito, que hasta el fin está completamente desorientado y huye. Poca cosa. Y miren por donde, veinte siglos después estamos nosotros aquí. Hay algo más que los resultados, entonces.

Tragarse esto es muy difícil, porque el mundo moderno lo que busca es eficacia, resultados. Las empresas lo que quieren es producir,  y esto lo estamos transponiendo a la Iglesia y a la vida religiosa, y queremos “ver” los frutos. Y nos olvidamos de lo que Jesús dijo del sembrador: “otros recogerán lo que ustedes han sembrado”.

      e) Por ahí creo que tocamos los ejes de una teología profundísima, muy seria, muy sólida que le da base a la experiencia espiritual del Hermano Carlos. Y de ella es inseparable toda esta dimensión contemplativa: algo que tiene que impregnar toda la manera de ser y de vivir, porque es alimentando esta contemplación en el sentido profundo, que podremos ir atravesando y taladrando las apariencias de la realidad hasta tocar el fondo verdadero de la realidad. Pero es algo que hay que ejercitar, hay que alimentarlo, no es espontáneo.

 Por lo tanto, ha de ser una contemplación en la vida y de la vida, pero vista con los ojos de Jesús. Cada vez nos resulta más difícil, en el mundo tal como se presenta, como cristianos, ver positivamente esa realidad, porque lo que predomina es la crueldad, lo negativo, la injusticia, la destrucción, etc. Lo que no lleva naturalmente, casi espontáneamente, a una especie de desaliento: “Esto no tiene arreglo”. Y nos olvidamos que, mutatis mutandis, el mundo, cuando Jesús se encarnó, no era tan diferente; claro, en otro contexto, evidentemente. Sin embargo, la mirada que Jesús tenía sobre esta realidad era la mirada tierna y amorosa de la Trinidad, que se encarna en esta realidad y acepta que el Hijo llegue y penetre en ella para hacerse uno de nosotros.

Y esta mirada de Dios continúa sobre este mundo: este es el mundo amado por Dios, no hay otro. Algo ha de ver Dios en eso, además de lo que vemos nosotros. Esta presencia de Dios, esta mirada de Dios, es tan real como lo malo, la injusticia, la destrucción, etc. Tan real como eso, lo que pasa es que no lo alcanzamos, pero hace parte de la verdad de la realidad,  hace parte integrante, porque Dios no se vuelve atrás.

La contemplación es precisamente tener ojos para esto, para ir hasta el fondo de esta verdad. Entonces se entiende por qué, en esa inmersión en nuestra vida, en la realidad cotidiana y banal, y sufriéndose  y sometiéndose a las mismas contradicciones, el Hermano Carlos decía que gritaba el Evangelio con la vida. Estaba de otra forma. No le hacían falta palabras, ni discursos, ni sermones. Es exactamente lo que hizo Jesús.

Conclusión

Jesús actuó poquísimo. Nos hemos olvidado. Eso también sería un tema teológico muy interesante, para darle la vuelta a la teología. Nos hemos olvidado que en la vida de Jesús, pongamos en los treinta y tres años,  la mayor parte de la vida es no hacer nada, o sea, vivir la vida común de la gente. Eso es lo que Vds. llaman Nazaret que es mucho más que una palabra, es una vida. Son treinta años, o treinta y tres. Y sin embargo nos vamos a los dos últimos años, donde la misión estricta de Jesús parece que lo ocupa todo, y nos olvidamos de todo lo demás.

¿Qué significa teológicamente que Jesús haya de ser entendido a partir de la inactividad de toda su vida? ¿Y cómo eso nos obliga a interpretar de otra forma su misión? La misión de Jesús, en realidad, fue estar y vivir, y de ahí le venía su autoridad. Cuando la gente se admira: si no estudió, si no sabe, si no tiene letras. ¿Qué es esto? ¿De dónde le viene la fuerza que transmite? Vivir es la  misión de Jesús, su verdadero mensaje.

Entonces, ustedes están anclados en la mayor oferta teológica cristiana, que es el Evangelio. ¿Estamos de acuerdo? Pues vendan todo lo demás y compren ese campo…

 

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