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VI ASAMBLEA DE LA FAMILIA ESPIRITUAL DE CARLOS DE FOUCAULD EN ESPAÑA

GALAPAGAR (MADRID) 5 - 8 DE DICIEMBRE DE 2008

2ª Ponencia de Carlos Palacio, sj

ACTUALIDAD DE LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL DE CARLOS DE FOUCAULD PARA LA IGLESIA Y PARA EL MUNDO DE HOY

Introducción

Tal como me formularon el tema de esta segunda ponencia, es una cosa muy seria, muy impresionante, difícil de manejar, porque más o menos era esto: “Una espiritualidad para el mundo actual, la de Carlos de Foucauld”, y: “Misión de la Fraternidad en la Iglesia y en el mundo de hoy”. Son dos aspectos de  un tema que es para asustar a cualquiera. En el fondo, son dos afirmaciones o aspectos de una misma y única realidad. Podríamos empezar diciendo que la espiritualidad del Hermano Carlos es la experiencia de ser y vivir para los otros.

Digo eso porque la palabra “espiritualidad” sugiere muchas veces – en cierta tradición cristiana a lo largo de los siglos – algo aéreo, alienado, distante de la realidad; recortes de una experiencia, aspectos que se subrayan o se ponen en primer plano de una manera de vivir. Hay ‘carismas’ o ‘espiritualidades’ que son más ‘devociones’. Por dar un ejemplo a las siete llagas del Señor. ¿Es esto suficiente para alimentar una verdadera experiencia espiritual, una espiritualidad?  No se trata de despreciar las devociones; es un ejemplo de cómo muchas veces la espiritualidad  se empobrece, se banaliza.

En este sentido creo que la fuerza de la espiritualidad del Hermano Carlos es como el soplo que le hace vivir, el soplo que alienta su experiencia de vida, de existencia. Y que no se puede reducir a un aspecto, sino que es  el conjunto de esta manera de vivir que hay que alimentar y que alimenta la vida.

La raíz de lo que se podría llamar espiritualidad  del Hermano Carlos es la experiencia de vivir con Espíritu. Por eso no se pueden separar los aspectos, por ejemplo: la espiritualidad del Hermano Carlos se alimentaría de la  adoración. Si duda  es un aspecto importante en su experiencia de vida, pero es un aspecto que no se puede separar, como tampoco se reduce la espiritualidad a la oración del abandono. Es esa totalidad la que inspira, alienta y da sentido al vivir. Por eso digo que son como dos lados de una misma experiencia y realidad. El tema de hoy es como volver a mirar la experiencia bajo otro prisma.

1.- Situación espiritual del mundo actual

En un primer momento me gustaría reflexionar con ustedes en qué sentido ese talante espiritual – más que espiritualidad – del Hermano Carlos es una propuesta que puede interesar al mundo de hoy. Dónde y cómo situar esa propuesta. Para eso puede ser útil captar lo que introduce de verdaderamente nuevo en la historia de la espiritualidad cristiana el Hermano Carlos, y lo que hay en ella de inspirador para el momento de nuestro mundo y de nuestra cultura.

En gran parte el mundo actual, la sociedad actual, nuestra cultura posmoderna, se presentan como un ‘mundo sin Dios’. Es un poco lo que vehicula la cultura moderna y posmoderna. El hombre moderno se ha hecho el centro de su ser, de su vida, y en cierto sentido puede prescindir en todo de esa referencia a Dios. Por eso se habla tanto (ya desde el siglo XIX) de la “muerte de Dios”; o cada vez sentimos más, en el modo de vivir de la gente, la “ausencia de Dios”. 

Las nuevas generaciones como que pasan de todo eso. Y eso se refleja en la pérdida de valores,  la falta de sentido de la vida, en ese vacío en que las personas no saben lo que buscan. Como se refleja también en la  búsqueda anárquica de ‘lo espiritual’ en todas las formas posibles, las más exóticas, muchas veces. Pero en esa búsqueda hay una sed de algo que muestra que el ser humano no se puede abandonar sin más una referencia a la Trascendencia. Esa búsqueda muchas veces se contenta con pequeñas trascendencias, podríamos decir, que de alguna manera  nos hacen salir de nosotros mismos, pero que no se atreven a llegar a la experiencia de la verdadera Trascendencia. Pequeñas transcendencias que pueden ser mi grupito de amigos, mi club, mi región… Esto nos hace mirar un poquito más allá de nosotros, pero no nos saca de nosotros.

En este sentido, muchas veces, en la misma Iglesia, la manera de situarse delante de esta realidad cultural, la que nos toca vivir, está más  habitada por lo que Juan XXIII llamaba  los “profetas de la desgracia”, que no sabían ver los signos de esperanza, sino que lo ven todo mal. Así se impide que se pueda responder a esa situación de manera creativa, con algo que responda de hecho a la necesidad de esa situación.

Digo eso porque a este que hemos llamado muy genéricamente, un “mundo sin Dios” se le quiere responder muchas veces con un “Dios sin mundo”, o sea con propuestas espirituales que no responden a esa situación. Creo que en el ámbito de la propuesta de la fe actualmente, de la experiencia cristiana y de una espiritualidad capaz de dar sentido a lo que se vive hoy, hay una ausencia notable de propuestas eclesiales que sean atractivas.

La respuesta muchas veces es endurecer los aspectos doctrinales, pero esto no responde a los problemas de la gente, y por supuesto no alimenta una experiencia. Eso no significa que la doctrina no tenga importancia. Pero en su debido lugar. Ninguna doctrina puede sustituir la experiencia viva. Cada cosa en su sitio. Hoy predomina lo doctrinal sobre lo experiencial en la manera de proponer la fe cristiana. O entonces se insiste en los ritos, los ritualismos que muchas veces no llegan a la vida, no tocan la vida. Hay que ir a Misa porque hay que ir a Misa, y entonces la gente deja de ir a Misa…O hay que bautizar porque hay que bautizar, y la mayoría de las familias jóvenes no bautizan ya. Pero eso no se resuelve afirmando intransigentemente la ley, sino viendo cómo se  ayuda a esa gente a descubrir y a hacer una experiencia que después podrá formularse en doctrina.  

O entonces, refugiarse en las  prácticas espirituales tradicionales, que se repiten mecánicamente pero que poco ayudan. En ese sentido, yo creo, sin querer hacer juicios contundentes, que los llamados “movimientos eclesiales” (no sé acá como funcionan, si son muchos o no, pero en América Latina y en el Brasil concretamente, proliferan  de tal manera que uno se queda pasmado) son movimientos de masa, atraen a mucha gente, pero a gente ya tocada por la fe. La gran mayoría de la gente que no cree, no va atrás de esos movimientos que buscan lo sensacional, el espectáculo, lo puramente emotivo. Tocan la emoción de las personas. Pero, claro, cuando se acaba la emoción se queda uno sin nada. No se le da sustancia, consistencia a las cosas.

Ese tipo de abordaje no llega a la gente increyente. En el fondo es una respuesta tradicional, incapaz de distanciarse de un pasado conocido y responder con creatividad al desafío que nos pone esa realidad presente. En el fondo, hay como un miedo de confrontarse con esa vida, y por eso muchas veces esas ‘espiritualidades’ yo diría que son espiritualidades de huída. Huyen de la realidad, se esconden. Es lo que yo decía: a un ‘mundo sin Dios’ se le ofrece ‘un Dios sin mundo’. Como si dijesen: yo tengo un Dios pero no tiene nada que ver con lo que pasa, con lo que se vive, con los problemas reales de la gente, etc. 

2. La propuesta espiritual del Hermano Carlos

Frente a eso, ¿cómo calificaría yo la espiritualidad del Hermano Carlos?: Con esta frase sencilla: “Dios en el corazón del mundo”. La experiencia de Dios, se hace metidos en plena realidad de la vida con todos sus problemas. Ahí es donde se tiene que encontrar a Dios, y ahí es donde Dios tiene que iluminar la existencia.  Creo que eso es una de las características de la vida, del modo de ser del Hermano Carlos y de lo que es el espíritu de esa experiencia, de donde vendría la espiritualidad. Es una espiritualidad de la Encarnación. Por eso es tan central en tal experiencia descubrir a Dios como el Dios de Jesús. No se trata de cualquier  experiencia espiritual, o de cualquier Dios, o de cualquier trascendencia; se trata de un Dios que se revela en el corazón de la realidad humana de Jesús. Jesús no es sencillamente el ropaje humano de Dios, sino que es Dios por dentro de la existencia humana, sintiendo, experimentando, viviendo. Y al descubrir ese Dios de Jesús, la vida como que se ilumina de otra forma; los problemas reciben otro sentido.

En el fondo, creo que esa manera de ser recoge plenamente lo que Jesús, en el evangelio de San Juan dice tan insistentemente a sus discípulos: “Ustedes no son del mundo, pero tienen que estar en el mundo”. Una cosa es estar metidos en el mundo, y otra cosa es ser como los otros, en el sentido de vivir de la misma forma. Hay que estar en este mundo, porque es el mundo por el cual Dios da la vida y no se arrepiente, no vuelve atrás;  pero hay que estar como él, de otra forma. Claro que Jesús está en ese mundo, sufriendo lo que hace sufrir a todo ser humano. No porque le agrade sino por opción, por amor, porque quiere abrir esta realidad a la experiencia del amor cercano de Dios. Eso es lo que nos puede abrir a la experiencia de que la simple ‘presencia’, ese ‘estar’, aparentemente inútil, no es tan inútil, porque nos va dando el sentido de que otro mundo es posible. Y no como utopía pura, como sueño, sino como realidad, porque esta realidad tan cruel ha sido ya tocada por esa presencia del Señor. Y eso es irreversible, o sea, el futuro de este mundo no está todavía por decidir; esa ambigüedad fue dirimida con la resurrección de Jesús, después de haber atravesado por toda esa realidad, sufrido esta realidad y haberla abierto a la novedad de Dios.  

Esperar cristianamente no es esperar ciegamente, es esperar con sentido, con un sentido que está ahí. Esa experiencia está en el corazón de la espiritualidad del Hermano Carlos y es lo que le  lleva a ser solidario con todos los hombres y mujeres, con el mundo, con la realidad más dura; pero solidario con la misma solidaridad de Jesús, con la solidaridad de Dios.

A la luz de la experiencia de Jesús, con el Hermano Carlos aprendemos a estar en la vida saboreando anticipadamente que cada una de estas realidades puede ser religada a Dios, puede ser puesta en relación con Dios, porque fue sentida por Dios, padecida por El y así abierta al Padre en puro abandono. Eso es lo que nos permite creer verdaderamente que el ser humano es más de lo que nos quieren hacer creer. Y apostar por esto es toda una espiritualidad.

¿Cómo clasificar eso? Es la espiritualidad de Dios en el corazón del mundo. Podríamos decir que es esencialmente el Evangelio, la sencillez evangélica. Así de corto y de sencillo. Parece casi imposible. Pero ¿qué significa lo de ‘Señor de lo imposible’? Esa es la sencillez de la espiritualidad; como decía Francisco de Asís, es “el Evangelio sin glosa”, no al pie de la letra, sino sin glosa, es decir, sin adulzarlo, sin que lo maticemos demasiado. Eso no es fácil, pero es lo que el H. Carlos quería vivir. Y ahí es donde aparece precisamente la sencillez de esa espiritualidad evangélica y el  sentido profundo del estar, de la presencia, del compartir, del vivir junto.

Así es como van apareciendo todos los rasgos que veíamos ayer. Por ejemplo, es una espiritualidad de un amor oblativo, porque sólo se puede vivir así por amor. Y por lo tanto es una espiritualidad eucarística en el sentido que el Hermano Carlos le da: la vida entregada, la vida ofrecida. Son cosas tan sencillas y tan enormes, que ya nos las tragamos sin pensar.

¿Es lo que vivimos? ¿Es la espiritualidad que transmitimos? Me refiero más al modo como la Iglesia se presenta en el mundo de hoy. En el fondo podríamos decir que esa espiritualidad nos permite, en un mundo aparentemente sin Dios, estar donde Dios está, y no donde lo imaginamos o lo queremos poner.

Lo que da una fuerza sorprendente a esa manera de ser y de vivir, es que esa presencia que alienta y da sentido a la vida de las personas, aparentemente inútil, es lo que la llamada parábola del juicio final revela. En ella se manifiesta de qué lado se posicionó y estaba Dios en este mundo aparentemente sin sentido. Eso no tiene mucho de religioso, de espiritual, en el sentido fácil de estas palabras,  pero tiene todo de la espiritualidad de la Encarnación.

3. Misión actual de esa espiritualidad en la Iglesia y en el mundo

Situar esta experiencia o esta espiritualidad de esa manera, es importante para lo que nos preocupa: ¿cuál es  la actualidad de esta experiencia? Para captar eso es necesario darse cuenta en qué contexto nos situamos, y qué respuestas se intentan dar, y qué podría dar, y puede dar ciertamente, la propuesta del Hermano Carlos. Y con eso pasamos ya a la misión  de esta experiencia y de esta espiritualidad en la Iglesia y en el mundo

a)      “Algo nuevo”…

.           En el Hermano Carlos irrumpe algo que no existía en la tradición anterior. Que no existía de ese modo, que nos hace volver al origen poniendo entre paréntesis un largo tiempo de historia para volver a los orígenes. Pero ese principio  había sido como que suavizado a lo largo de los siglos en la espiritualidad cristiana. En el H.  Carlos hay una novedad, algo que le dejaba inquieto siempre: quería algo nuevo, radical; no sabía cómo nombrarlo, no sabía como formularlo, plasmarlo, pero intuía que se trataba de algo que no existía, que no encontraba en ninguna parte.

Visto desde la historia de la Vida Religiosa, me parece que después del gran peso que tuvo en el siglo V la vida monástica, las órdenes mendicantes a partir de la edad media, y a principio de la edad moderna Ignacio de Loyola con otra visión de vida religiosa apostólica, sólo con el aparecimiento del H. Carlos surgió algo verdaderamente nuevo, inédito. San Ignacio tuvo que luchar mucho para que su intuición no fuese reducida a lo monástico: no quería coros, penitencias ni cosas por el estilo, porque quería ir al mundo, a los hombres, a lo que iba apareciendo durante el siglo XVI que era el llamado nuevo mundo, los grandes descubrimientos, las ciudades grandes, etc. Es lo que se vino a llamar “vida religiosa apostólica”, que después se ha ido desarrollando de forma muy variada hasta el siglo XX. Y en ese momento surge el hermano Carlos con otra fórmula que no encaja en nada de esto, porque ciertamente no es una vida monástica, ciertamente no es una vida contemplativa como la tradicional, y ciertamente no es una vida apostólica como la que conocemos. Pero tiene de todo: tiene fraternidad, tiene contemplación y tiene misión. Es algo paradójico. Entonces, ¿dónde situarlo?

Digo que no tiene nada de vida monástica, aunque un elemento tan importante como la fraternidad. La vida monástica surge con toda la fuerza del Espíritu en un momento en que era necesario poner en cuestión la adaptación de la Iglesia al Imperio. Pero poco a poco se fue distanciando de esa vida concreta, creando su mundo a parte, lejana de la realidad. Ciertamente no era eso lo que  buscaba el Hermano Carlos. Buscaba a tientas, pero no sin saber (docta ignorantia!).Por eso puedo decirse a si mismo: no es por ahí, es ‘otra cosa’. Eso le llevó a hacer un largo camino largo para explicitar lo que quería. Por eso no encauzó por ahí su vida.

Tampoco era una ‘vida apostólica’ en el sentido habitual y corriente de esa expresión, en la que más de una vez se confunde la misión con las tareas realizadas. Él no buscaba un ‘quehacer’, pero indudablemente se sentía ‘enviado’, no rehusaba realizar una ‘misión’. La Fraternidad tiene una misión. No en el sentido de ‘hacer’ cosas como se entiende a veces en muchas congregaciones. El Hermano Carlos no ‘hacía’ nada y, sin embargo ‘vivía’ lo esencial. En ese sentido, ésa es la ‘palabra inédita’ que brota en él y que clama por cauces en los que expresarse, por no encontrar en la tradición formas adecuadas. Es lo del Evangelio: “vino nuevo en odres nuevos”. Los odres viejos no le servían, quería expresarlo a su manera.

Ahí creo que está la profunda significación de la intuición del Hermano Carlos para la Iglesia. Su presencia es un verdadero ‘carisma’ para la Iglesia, una ‘gracia’, un ‘don’, algo imprevisible que no se puede domesticar. Porque el Espíritu suscita sus dones cuando quiere y como quiere. Y no lo podemos  controlar. Por eso al Hermano Carlos no lo ‘controlaron’. Sí, porque las otras formas de vida religiosa a partir del siglo XVII fueron siendo progresivamente conducidas y encajadas en un modelo monástico.   San Ignacio, por ejemplo, luchó muchísimo para romper el estilo de vida monástico, pero la Compañía fue obligada progresivamente a vivir durante mucho tiempo dentro de un esquema monástico (como monjes que hacían escapaditas para la misión, y después volvían al monasterio porque allí estaban más protegidos). Lo que era una contradicción con la inspiración original de San Ignacio. Así se volvía a poner lo nuevo en odres viejos, sin dejarle su espacio como verdadero don para la Iglesia.

Los verdaderos carismas, en su novedad, son suscitados por el Espíritu para que  todos los cristianos puedan darse cuenta y descubrir que debemos volver al Evangelio constantemente; que eso no se puede dar por supuesto; y que a veces nos alejamos demasiado de él. Para reavivar esa memoria, para que esa conciencia llegue a todos, es necesario que algunos encarnen ese carisma, le den vida y hagan descubrir su atracción. Creo que es el sentido de la Fraternidad. Ustedes son una especie de “Resto de Israel”, con la función que ese ‘resto’ tenía en la historia del pueblo de Israel. En nuestro caso, para ayudar a todos a recuperar el entusiasmo inicial de lo acontecido con la irrupción de Jesús y del Evangelio en la historia.

b)      “….que es para todos”

Esto es importante porque durante mucho tiempo la Vida Religiosa fue considerada en la Iglesia como un “estado de perfección”.La misma palabra ‘estado’ es problemática. Es como decir que ya llegamos, que hemos alcanzado la meta. Lo que equivale a decir: ‘podemos aparcar’. Y con eso se mata el dinamismo y la novedad del Espíritu que nos sorprende siempre y no nos deja tranquilos…si lo escuchamos!

Esa concepción no sólo nos hacía mal a los religiosos (la sutil tentación de ser vistos o de considerarse como ‘elite’) sino que hacía mal también al pueblo de Dios. Los cristianos de a pie, el pueblo de Dios tenían que contentarse con los mandamientos. Lo que equivale a empobrecer la vida cristiana hasta vaciarla. No por nada el Concilio Vaticano II establece la igualdad fundamental de los cristianos como premisa de la comunidad eclesial: todos están llamados a la plenitud de la vida cristiana, o sea a la santidad. A partir de ahí se da la distinción de funciones y estilos de vida en la Iglesia.

 De alguna manera el H. Carlos intuía que el destino y la función de la vida religiosa no podían consistir en aislarse, no tendrían que llevar a una separación del pueblo cristiano. Los religiosos no son una ‘casta espiritual’; lo que ellos viven es para todos. Por eso es necesario estar en medio de la gente, para que esa experiencia fecunde la vida de la Iglesia y de cada cristiano. No somos religiosos para que nos veneran y nos digan: ¡qué santos son! Es lo que insinuaba el ‘estado de perfección’.

Creo que esta perspectiva abre una gran pista para captar lo que es la misión de la Fraternidad en la Iglesia: devolvernos a todos la conciencia de que en muchas cosas estamos muy lejos del Evangelio. Y eso se puede hacer sin contestaciones que asusten. Los más peligrosos no son los que gritan, sino los que viven: aunque no abran la boca incomodan profundamente. Ésa es la contestación evangélica. El evangelio en sí mismo es ‘contestación’, porque es contracultural. Como ven no hay por qué preocuparse; tienen mucho que hacer…

Dicho con otras palabras, la misión de la Fraternidad es ante todo ser, vivir, antes que ‘hacer’. La vida religiosa tradicional (entiéndase vida apostólica ‘moderna’) sucumbió muchas veces, a mi modo de ver, a la obsesión de hacer cosas, dejando de lado lo que se era, o lo que se tenía que ser. Al crearse esa dicotomía e incorporarle como si fuese natural, se abre un abismo entre lo que decimos ser y lo que vivimos de hecho. Y eso contamina negativamente lo que hacemos, porque tan importante es ‘lo que’ hacemos como la manera de hacerlo, el cómo estamos en lo que hacemos y vivimos. Eso lo tenemos que tener muy presente, porque es exactamente lo que el Evangelio nos dice: la coherencia de vida entre lo que se dice y lo que hace. Es la contradicción denunciada muchas veces por Jesús en el Evangelio cuando se  refiere a los escribas y fariseos: “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que hacen”. O entonces, cuando nos dice: “No es el que dice Señor, Señor, el que está salvado, sino el que pone en práctica, el que lo vive”.

En el fondo, esa misión de “ser” es lo que nosotros llamamos con otra palabra el “testimonio”. Pero no es cuestión de proponerse ‘dar testimonio’. La vida habla por si misma; eso es dar testimonio. Es un testimonio, si quieren,  no buscado y por eso mismo auténtico. ¿En qué consiste ese testimonio? No en que nos digan: ¡qué buena persona es, qué ejemplo nos da! El verdadero testimonio cristiano es el que revela Jesucristo a con la manera misma de vivir, sin necesidad de palabras.  

c)      “del hacer tareas al hacerse próximo/prójimo”

En un mundo como el nuestro, cansado de grandes discursos y saturado ya de los grandes relatos, lo que la gente ansía y grita por personas que vivan. Eso es lo que atrae, lo que puede suscitar seguidores, lo que tiene poder de fascinar a las personas y es capaz de suscitar una interrogación: ¿por qué esa manera de ser? ¿cómo se explica esa vida? ¿están locos? Son las mismas interrogaciones que se hacían sobre Jesús:¿qué es lo que le lleva a proceder así? ¿de dónde le viene tal autoridad? Y no hace falta abrir la boca para eso, ni hacer sermones, ni declarar la doctrina cristiana. Lo cristiano es la vida.

En el fondo, vean cómo esa manera de ser y esa misión recoge lo que nos dice Jesús en la parábola del Samaritano: esa espiritualidad es la espiritualidad del hacerse próximo/prójimo de los otros. Por tanto, la primera misión de esa espiritualidad es el amor, la compasión, el compartir la vida y el ser. De esa manera – es lo que ustedes experimentan diariamente – lo primero que llevan a las personas es el sentido, les devuelven la dignidad, la posibilidad de creer en si mismas, de humanizarse, de recuperar la esperanza. Y por lo tanto el sabor de la vida. ¿Les parece poco como misión? Claro, ustedes ‘no han hecho nada’ (guarderías, colegios, obras sociales, etc.); no han hecho más que ‘estar’ con la gente: en sus luchas, en la misma vida, sufriendo con ellos, inspirándoles esperanza y sentido. ¿Hay mejor misión que ésa?

Algo que parece tan sencillo pero que nos hace entrar de lleno en el Evangelio. Es lo que Jesús decía al afirmar: ustedes tienen que ser fermento, tienen que ser sal para dar sabor, luz que ilumine lo tenebroso de la vida. De esa manera ayudan a la gente a ver en lo humano – tan machacado y sufrido – lo que no se ve, lo invisible, Dios. De esa manera les ayudan a creer en el futuro con esperanza, contra todo lo parece que dice la realidad. Esperar, como dice San Pablo, contra toda esperanza. Pero eso sólo se puede vivir a partir y desde Jesús: porque esperar contra esperanza parece absurdo. A no ser que uno pueda decir: no creo en lo que veo (contra todo lo que me quiere hacer creer la realidad) porque lo que no veo – la victoria de Jesús resucitado – es la palabra última y definitiva sobre esta realidad. La realidad es mucho más de lo que alcanzo a ver. Por eso espero. De alguna manera el mal se agota y es vencida por Jesús, con su manera de creer y de esperar, de vivir confiado y abandonado: “en tus manos”.

La gran misión de la Fraternidad, creo yo, y su gran novedad en este momento de la Iglesia y del mundo, es mantener viva entre nosotros, en la Iglesia, la memoria viva del Evangelio. ¿Y como se mantiene eso? Viviéndolo. Así se inscribe el Evangelio en la vida. Verdadera re-escritura del Evangelio hoy, que es como el quinto Evangelio hecho carne en la historia. Si eso no es evangelizar, ¿qué es evangelizar?

4. Una espiritualidad por estrenar

En un último paso me gustaría hacer algunas reflexiones sobre por qué la espiritualidad, así entendida,  es una espiritualidad para este siglo, para una cultura postmoderna como la nuestra, y para esta sociedad.  

a) La semilla lanzada en tierra

Sin duda no quiere decir eso que tenga que ser la única espiritualidad. El Espíritu puede soplar de muchas maneras. Pero ciertamente es una espiritualidad que tiene por principal función ser una especie de ‘memoria crítica’ o ‘memoria evangélica’ de lo que la Iglesia es o tiene que ser en términos cristianos, o sea, la forma evangélica de ser Iglesia. En ese sentido, yo diría que esa espiritualidad está por estrenar, es recién nueva, aunque ustedes la hayan vivido ya durante muchos años. ¿Qué son cincuenta, ochenta o noventa años en el modo de contar el tiempo histórico? Es insignificante. El tiempo histórico se cuenta por millones de años.

Creo que es muy importante darse cuenta de eso, porque es como una simiente que necesita mucho tiempo para germinar. Ya cayó en la tierra, sin duda, y tal vez hoy ustedes puede ser que estén viviendo  una primera experiencia de lo que significa que el grano que cae en la tierra  tiene que morir para dar fruto…Esto cuesta. Y tal vez ustedes tengan la sensación de que está por morir. Me atrevo a creer que está por nacer, que está por  resucitar, pero pasando por ahí: caer en tierra, desaparecer, pudrirse para frutos.

Es lo que significó análogamente para los primeros apóstoles el Evangelio. Lo transmitieron, lanzaron al vuelo la semilla de la Palabra; y tuvieron que esperar con paciencia hasta ver los primeros frutos. El Evangelio no prendió así de repente, aunque los Hechos de los Apóstoles nos digan que ya el primer día se convirtieron unos cinco mil con el discurso de Pedro. Pero no parece que haya sido tan fácil.

b) Un lenguaje humano

¿Por qué creo que esa experiencia tan nueva es una experiencia para el futuro? Porque me parece que está traducida en el lenguaje más universal posible y si quieren – entiéndanme bien esto – menos “religioso”: el lenguaje ‘humano’. Y ese lenguaje todos lo entienden. Puede ser una persona se asuste cuando le proponemos preceptos de moral, o la necesidad de creer en la unión hipostática de Jesucristo. Pero si ustedes le dicen: estoy contigo, lo entienden.

Ese lenguaje universal, que todos entienden, ¿qué significa en la espiritualidad del Hermano Carlos? Yo creo que es una forma de transmitir, de hacer comprender que la experiencia del Dios de Jesús anima nuestra vida, que esa espiritualidad humaniza. Y ese humanizar es un paso previo al de ‘cristianizar’. La Hermanita Magdalena lo plasmó de modo perfecto en una frase a las Hermanitas de Jesús: “sean humanas antes de ser religiosas”. Eso es profundamente del Hermano Carlos, también.

El lenguaje humano tiene un valor anterior a la explicitación de la fe. ¿Por qué se puede decir que esa experiencia del Dios de Jesús, esa experiencia de la encarnación  humaniza? Porque en su vida ustedes van manifestando que de verdad Dios y el ser humano no son rivales, que no luchan el uno contra el otro, o sea, que para tener espacio uno no tiene que aplastar al otro. Y viceversa. Dios no crece pisando al hombre y el hombre no necesita renegar de Dios para ser él mismo. Eso sería crecer de manera  inversamente proporcional. Pero no es cristiano. Lo que la Encarnación nos dice es lo contrario: Dios, al asumir por dentro nuestra vida, nos hace divinos, eleva al máximo nuestras potencialidades.

 Es lo que la filosofía tantas veces y de diversas formas anunció: el hombre es más que él mismo, más que lo que cree ser, se supera a si mismo, como decía Pascal. Estoy seguro que a ustedes esto no les asusta, pero si lo dijera esto en otros auditorios no faltaría quien dijese ¡qué barbaridad!, ¡ha perdido completamente la fe! Lo que pasa es que entender lo humano de esa manera es llevarlo hasta sus límites, es entenderlo de una forma a la que no estamos habituados. Zambullirse en lo humano de esa manera,  descender a las profundidades de lo humano para encontrar ahí a Dios es invertir nuestra manera de entender a Dios: no desde la gloria y el triunfo sino desde lo pequeño.

Hay un libro de un amigo mío jesuita que se titula “Bajar al encuentro de Dios”. Nuestro imaginario nos lleva a pensar que hay que “subir al encuentro de Dios”, como si hubiera que dejar lo humano para alcanzar a Dios. Pero la Encarnación nos dice lo contrario, que hay que bajar al encuentro de Dios, porque Dios con-descendió en bajar a nuestro encuentro. Esto no es una teología inventada por la modernidad; nos lo dice la carta a los Filipenses, el himno tan conocido (Fl 2, 6-11): Jesús, siendo de condición divina, no se agarró desesperadamente a ese modo de ser, sino que aceptó vivir esa condición divina de otra forma, vaciándose, despojándose, bajando, identificándose con lo humano, con lo más bajo de lo humano, como siervo hasta la muerte, a punto de no ser reconocida su apariencia humana (Is 52,13).

El descenso a lo humano en esa radicalidad sólo tiene dos posibles salidas: la desesperación, o admitir que lo humano que conocemos es lo humano empobrecido, que para llegar a lo  humano de verdad tenemos que distanciarnos de los condicionamientos que nos habitan. Lo humano nos llega mediatizado, filtrado por el contexto familiar, social,  cultural, etc. Todos de una manera o de otra hemos pasado por esta experiencia. Y el Hermano Carlos ciertamente también.

Normalmente trabajamos con una reducción de ‘lo humano’, empobrecido y desgastado por nuestra cultura. Para comprender lo ‘humano cristiano’ que se revela en Jesús hay que desprenderse y purificarse de ese humano que nos habita – lo humano reducido, muchas veces deshumano – y descubrir lo humano en su autenticidad. Porque en Jesús se revela lo humano como Dios lo soñó y lo quiso. Por eso, al vivirlo en plenitud Jesús evangeliza lo humano, lo humaniza.

c)     ¿Unión de contrarios?                                          

La misión de vivir inmersos en el mundo con ese ‘espíritu’ es unir con la vida dos polos aparentemente contradictorios: lo humano y lo divino, el hombre y Dios, la experiencia de vida y la fe. Dos polos que normalmente separamos (fe y espiritualidad por un lado, la vida por otro) porque nos parecen contradictorios o por lo menos que se excluyen. Pero a la luz de la encarnación no es así. Vivir y mantener esa tensión fecunda es el gran desafío de la paradójica experiencia cristiana.

En el fondo, esa misión es la misión de estar en la vida con Jesús y como Jesús. Nada menos y nada más. Y vivirla en esa tensión constante que introduce la vida de Jesús, o sea, en un movimiento también aparentemente contradictorio, que nos lleva por un lado a aproximarnos cada vez más de los otros, a ser cercanos, a estar junto a ellos y, por otro lado, nos separa, nos hace ‘diferentes’, como Jesús.

Es la ‘diferencia cristiana’ de lo humano. Si no queremos acostumbrarnos a lo que encontramos cada día – lo humano machacado y desfigurado – hay que separarse de lo que el mundo nos quiere hacer ver, y vislumbrar más allá de esa ‘des-figuración’ de lo cotidiano, lo humano ‘trans-figurado’ que está siempre ‘más allá’. Es lo que llevó al Hermano Carlos a buscar expresiones diferentes. Primero en Marruecos, después en Israel, más tarde en Argelia. Pero lo que él quería siempre era “estar junto”; por eso era incapaz de absolutizar lo que había descubierto como si fuese lo definitivo. Siempre iba más lejos, a las fronteras de lo humano, podríamos decir.  

Esa tensión es muy evangélica y característica de la Encarnación. Pero cuando intentamos llevarla a serio, nos deja como viviendo a la intemperie. No hay tiendas en las que esconderse ¿De dónde viene esa sensación de vivir a la intemperie?  Tal vez porque el contenido de esta “espiritualidad” es sencillamente la vida, la vida de cada día en lo que presenta de banal: ése es el contenido. Pueden tener la impresión tal vez que estoy exagerando, o secularizando demasiado. No, el contenido de la vida espiritual no es algo ‘espiritualizado’, es la vida común vivida con espíritu, con el Espíritu de Jesús. O sea, la vida de cada día vivida de otra forma, que es la forma de Jesús.

Díganme si esta espiritualidad no tiene futuro en un mundo como el nuestro. Es el lenguaje de la vida y del ‘estar con’, del testimonio. Estilo de vida que sorprende y llama la atención, lenguaje que todo el mundo entiende. Es inevitable que las personas se interroguen: ¿de qué vive el que vive así? Lo que nos hace pensar en la fuerza de las palabras que Jesús dirige a los primeros discípulos que se acercan tímidamente a él: ¿dónde vives? ¿de qué vives?: Venid y ved. No hay otra respuesta. Porque ante la vida no puede haber respuestas hechas. O de lo que afirma Juan al inicio de su primera carta: “lo que vimos, lo que oímos, lo que palpamos, lo que nuestros ojos penetraron, etc.,… es lo os queremos transmitir para que viváis”.

Conclusión

¿Qué podemos concluir de todo esto?  Que para vivirlo es necesario creer en esta misión, en la fuerza que tiene, en lo importante que es, y en la necesidad de que esta semilla se vuelva a lanzar con toda la fuerza y con toda la esperanza.

Tal vez la tarea que les toca a ustedes es mantener viva y abierta esa experiencia. Aunque a veces pueden tener la sensación de que ya se agotó. Yo creo que es necesario también, como veíamos ayer,  volver a referir los contenidos fundamentales de esa experiencia al itinerario seguido por el Hermano Carlos. Haciendo sin cesar ese movimiento circular (experiencia, explicitación en contenidos, confrontación con el itinerario del H. Carlos, experiencia, etc.) es como nos podemos liberar de formas del pasado y reinventarlas. Pero dentro de la misma intuición,  y del mismo espíritu. Es lo que significa reinscribir el Evangelio en la vida cotidiana. Porque la vida cambia, las formas de escribirlo han de ser también diferentes. Ustedes no viven ni se visten como al principio. Y es normal (aunque sea un aspecto secundario) porque el contexto es otro. La intuición y la espiritualidad del Hermano Carlos no pueden ser reducidas a eso. Hay que ir a lo esencial. ¿Cómo rehacer hoy este camino, siendo plenamente fieles a la intuición del Hermano Carlos? Esa creatividad es el gran desafío que Ustedes se están planteando. La tarea me parece suficientemente grande y apasionante como para correr el riesgo. Anímense!

 

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