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TRAS LAS HUELLAS DE CARLOS DE FOUCAULD

VUELTA AL EVANGELIO Y NUEVA EVANGELIZACIÓN


La historia para el creyente es historia de salvación y en ella, a pesar de las oscuridades y sufrimientos, vemos la obra del Espíritu Santo que actúa sin cesar en el mundo y en la Iglesia. Él suscita vocaciones a la santidad. Él ha inspirado la acción en el tiempo de profetas, apóstoles y santos. Su acción, con frecuencia, nos desconcierta. Ante nosotros innumerables historias de santidad donde constatamos que solo el esfuerzo humano hubiera sido insuficiente para sus vidas ejemplares. También el Espíritu Santo desconcierta cuando toca el corazón de la criatura y le impulsa a ser testigo del amor de Dios.

Este es el caso de Carlos de Foucauld, en su vida, testimonio y en su carisma misionero. Conocemos su peculiar vida. En este artículo intentaremos volver al Evangelio para reflexionar sobre su originalidad, su radicalidad y su aportación al anuncio de Jesucristo en el mundo que nos ha tocado vivir.

Dos son las claves de su espiritualidad. Ambas ponen ante nuestros ojos las claves del seguimiento de Jesucristo. Carlos de Foucauld invita a toda la Iglesia a «volver al Evangelio” y a imitar/seguir “al Modelo Único” del “bienamado y Señor Jesús”. Pretende, con la intuición de los santos, no quedarse en métodos, programas, planificaciones, sino ir a las raíces de la misión, a lo que verdaderamente funda y llena de sentido una existencia cristiana efectivamente misionera.

Llama la atención el aporte de la espiritualidad que tiene su raíz en el hermano Carlos en cuanto que este hombre, muerto sin discípulos, inspiró después de su muerte no sólo nuevas fundaciones, especialmente las de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, sino también simplemente hombres y mujeres que viven, oran, evangelizan siguiendo sus intuiciones, en los cuatros rincones del mundo.

Estas líneas las he agrupado en tres apartados bajo los siguientes epígrafes:

I) La misión no es una estrategia sino una forma de vida.
II) Esta forma de vida es inseparable de la experiencia de Dios.
III) La experiencia de Dios inspira la presencia entre los últimos como don.

I) La Misión no es una estrategia sino una forma de vida

1. Un mensaje misionero

Es evidente que el mensaje de Carlos de Foucauld se basa fundamentalmente en su vida, en el desarrollo completo de su vida desde el momento en que fue llamado por Dios en la Iglesia de san Agustín en París, gracias al padre Huvelin a finales de octubre de 1886 hasta su muerte el 1 de diciembre, delante de su ermita de Tamanrasset. Su vida y su muerte fueron reconocidas desde el primer momento como una llamada para una nuevo impulso de la misión cristiana, especialmente en África. Tal es la convicción expresada a su manera por René Bazin en la celebre biografía que dedica en 1921 a “El ermitaño del Sahara”: “Señor Jesucristo, mezclado con nosotros, mezclados con la multitud de pueblos y tribus que dependen de nosotros... Tu servidor Carlos de Foucauld ha mostrado el camino... Fue el monje sin monasterio, el maestro sin discípulo, el penitente que apoyaba en la soledad, la esperanza de un tiempo que no pudo ver. Murió en el empeño. Gracias a él, ¡ten piedad de ellos! Manifestad vuestra riqueza a los pobres del Islam, y perdonad la codicia a las naciones bautizadas”1.

Los escritos de Carlos Foucauld, sin embargo, tan numerosos y tan amplios, se descubrieron y se difundieron después de su muerte. Sus propios escritos se referían en primer lugar a su vida y precisamente a la actitud misionera de la que nunca renunció: “predicar el Evangelio a los cuatro vientos no con palabras, como San Francisco de Asís sino a través de su vida”2.

Más tarde, cuando quiso, durante su estancia en Beni-Abbès y en Tamanrasset, dar a su proyecto una forma concreta e incluso institucionalizada fue fiel a su intuición original: la proclamación del Evangelio está ligada a la vida y al testimonio, a la manera diaria de vivir con Dios y con los demás. Es evidente que esta misión que escucha y atiende a la vida no constituye en sí un programa o un método. Por el contrario, se sitúa bajo el signo del cotidiano discurrir de lo imprevisible, o si se prefiere, en palabras del Hermano Carlos, en un radical “abandono en las manos de Dios”.

2. Bajo el signo de lo imprevisible.

Lo imprevisto e imprevisible caracteriza la vida del buscador Carlos de Foucauld y su carisma. Nada de cálculos, programas, organizaciones. A veces la improvisación hace aflorar la sensación de fracaso o, al menos, la sensación de proyectos incompletos, como Carlos de Jesús lo constata con harta frecuencia.

Es la vocación misma de este convertido, vivir su vida y su misión bajo el signo de lo inesperado, es decir, en una actitud constante de auto-renuncia de si mismo. Para este ex oficial de Saint-Cyr, que había luchado en el sur de Argelia, hay una renuncia radical de cualquier cálculo, de cualquier estrategia humana.

Esta renuncia fue para él objeto de un aprendizaje continuo. En 1900 se encuentra en Nazaret. Había dejado el monasterio hacía tres años. Escribe al padre Huvelin: “Estoy esperando. Dios mismo me trajo hasta aquí, a través de vuestra voz, y me ha mantenido aquí. Por su propia acción me hizo volver. Lo dejo dirigir mi vida. Cuando quiera que me vaya, si alguna vez lo quiere, me lo mostrará con claridad por vuestra voz, querido padre, o por los acontecimientos... Así que estoy esperando y me dejo llevar”3.

Año tras año, mes tras mes, desde su estancia en Notre Dame des Neiges, desde 1890 hasta sus últimos años en el Sahara, Carlos de Foucauld aceptó que su vida fuese totalmente una respuesta a la llamada de Dios, a través de una total obediencia a sus superiores, y de manera particular a su director espiritual, el padre Huvelin. Supone para él, una opción de estilo de vida, una orientación fundamental. Incluso en 1897, cuando fue enviado a Roma por sus superiores de la Trapa, él está todavía dispuesto a todo, por obediencia. “El día en que mi vocación a mi Padre General y de mi Padre Maestro les parezca obvio que Dios no me quiere en La Trapa (al menos como Padre), me lo dirán y me ayudarán a retirarme, porque son demasiado concienzudos para desear retenerme un solo día, cuando ven que la voluntad de Dios está en otra parte”4. Unos días más tarde el hermano Alberic Marie abandonará la Trapa y se marchará a Nazaret, después de haber escuchado el consejo de su padre espiritual.

Palabra clave en su búsqueda personal es la obediencia con el necesario discernimiento. Así hemos de entender la expresión de “lo provisional” o “lo impredecible”. Hay que insistir que el abandono a Dios por la obediencia forma parte de su carisma misionero. O dicho de otra manera. La misión cristiana, que él quiere desarrollar, está bajo el signo de la radical entrega a Dios y nunca puede ser una mera estrategia o cálculo humano en la línea de la oración tan querida y conocida que se le atribuye a Carlos de Foucauld: “Padre mío, me abandono a ti”.

3. ¿Una nueva forma misionera?

Podemos hablar con toda razón de una nueva forma misionera en Carlos de Foucauld. Nueva en el sentido de que la organización de la misión y la aplicación de sus recursos no son en absoluto esenciales. Él hablará de medios pobres y hará incluso una renuncia efectiva a todo resultado visible y calculable.

Carlos de Foucauld actuando así se vincula a la experiencia de los apóstoles. “Para convertir el mundo como los apóstoles, siendo la piedra angular y el Jefe de la Iglesia, como san Pedro, no hay que prepararse en adelante, ni durante años ni meses, ni días, ni un solo minuto; es preciso obedecer en cualquier momento a las órdenes de Dios”5.

Con otras palabras, el abandono radical a Dios inspira una forma de vida y de acción misionera, que está directamente en sintonía con el proceder y las huellas de los apóstoles. Las primeras generaciones de cristianos nunca han programado sus empresas misioneras en el imperio romano. Evangelizaron simplemente e invitaron a vivir la novedad cristiana en medio de la sociedad pagana. En el último período de su vida, el Hermano Carlos de Jesús, de forma espontánea, hace referencia al ejemplo de Priscila y Aquila para encontrar nuevos caminos de evangelización aptos para todo el mundo a través del amor mutuo. "Hagamos como Priscila y Aquila. Dirijámonos a los que nos rodean, los que conocemos, los que están cerca de nosotros, y empleemos nuestros mejores recursos. Con unos, el discurso, con otros, el silencio, con todos el ejemplo, la bondad, el cariño fraternal, haciéndonos cercanos a todos para ganarlos todos para Jesús"6. Ciertamente, esta evangelización llena de sencillez, sin cálculo, sin una planificación previa, no es una evangelización fácil. Es una evangelización abierta a la novedad que aportan las personas y los acontecimientos. Es radical porque nos orienta y dirige a la fuente de la vida cristiana y a la vivencia del Evangelio sin glosa. Si Carlos de Foucauld es un modelo y una referencia para la misión cristiana es, precisamente, por su unión a la fuente de donde brota la vida cristiana que no es otra que el mismo Dios.

II. Esta forma de vida es inseparable de la experiencia de Dios.

1. Una vida centrada en Dios.

Todos aquellos que han hecho hincapié en la novedad del testimonio de Carlos de Foucauld, de René Bazin a Jacques Maritain, pasando por Paul Claudel, y por tantos otros, han insistido en el carácter radical de su experiencia de Dios. Igualmente piensan los que han seguido su estela y han intentado vivir el Evangelio con proyección misionera: de Madeleine Delbrel a Jacques Loew y especialmente los que viven de manera habitual, siguiendo al hermano René Voillaume y a la hermanita Magdeleine.

Aunque Carlos de Foucauld se convirtió en un apasionado por Jesús, por su humanidad, por su humildad, por su Cruz, su vida sigue centrada en el misterio de Dios, buscado incansablemente y con toda pasión. Fue llamado por Dios y respondió abandonándose a Él. Este abandono a Dios incluye no sólo la obediencia, la lucha interior, el trabajo personal por convertirse, como se podría pensar con demasiado facilidad. Esta entrega a Dios es fuente también de alabanza y de reconocimiento de las maravillas y grandezas del Señor.

Once años después de su conversión, en 1897, en su pequeña ermita de Nazaret, Carlos de Foucauld recuerda su vida pasada, desde su infancia para celebrar la misericordia de Dios: “Oh Dios mío, todos tenemos que cantar tu misericordia, nosotros todos creados por la gloria eterna y redimidos por la sangre de Jesús, por tu sangre, mi Señor Jesús, que estás a mi lado en el Tabernáculo, si todos te debemos tanto, cuánto más yo! Yo que fui en mi infancia rodeado de tantas gracias. ¡Oh Dios mío, cómo tenía tu mano sobre mí, y cuán poco lo notaba! ¡Qué bueno eres! ¡Cómo me habéis protegido! ¡Cómo me habéis guardado debajo de tus alas cuando ni siquiera creía en tu existencia!”7.

Y en 1904, cuando se fue de ermitaño al Sahara y seguía todavía buscando su camino, el Hermano Carlos de Jesús confía a su amigo Henry de Castries su absoluta confianza en Dios, que conduce su vida: “Es tan dulce sentirse en la mano de Dios, llevado por este Creador, bondad suprema que es Amor - Deus caritas est - Él es el amor, el amante, el esposo de nuestras almas en el tiempo y la eternidad. Es tan dulce sentirse transportado por esta mano a través de esta vida breve, hacia esta eternidad de luz y de amor por la cual nos creó.8

Todos los escritos de Carlos de Foucauld están impregnados por el sentido de la grandeza y de la providencia de Dios. La experiencia del desierto aumenta aún más en él estas experiencias. En este contexto de espiritualidad teocéntrica va desarrollando su pasión por Jesús, por su encarnación, por su humanidad, y por su Cruz.

2. Una vida de imitación de Jesús y de su vida oculta.

El carisma misionero de Carlos de Foucauld incluye en su centro, en su corazón, un anhelo ardiente, feroz y persistente, no sólo de conocer a Jesús en su humanidad sino de imitarlo también en su literalidad evangélica.

En la vida y la experiencia del Hermano Carlos de Jesús, el principio de la encarnación se transforma en un principio misionero. Se trata para él de conformar su vida con Jesús de manera radical, es decir, mediante la práctica como él, del abajamiento, de la humildad, de la pobreza, de la abyección, la ocupación del último lugar.

Sabemos que el nuevo converso se vio afectado de forma permanente por una frase pronunciada por el padre Huvelin en uno de sus sermones, diciendo a Jesús: “Ocupó de tal manera el último lugar que nadie jamás había sido capaz de arrebatárselo!” Esta frase quedó grabada en el alma de Carlos de Foucauld para siempre y buscará con todos los medios a su alcance compartir el último lugar con Jesús.

Este itinerario espiritual de búsqueda del último lugar no es solo un descubrimiento espiritual. Es una orientación de vida que no lo dejará nunca tranquilo. No se conforma con anunciar a Jesucristo sino que tiene que vivir con él, compartiendo su condición real, como lo entiende con intensidad durante su retiro en Nazaret, en 1897: “Mi Señor Jesús, (...) quien te ama con todo el corazón, no puede soportar ser más rico que su amado (...) No me puedo imaginar el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza, y más que todo, de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vidas”9.

Sabemos que Carlos de Foucauld ha llevado muy lejos este realismo espiritual en relación con el misterio de Jesús. Eligió vivir en Nazaret, es decir, seguir a Jesús, donde se ha cumplido en el tiempo el misterio de la Encarnación. Se puede pensar que Carlos de Foucauld da así una forma casi sensible a las grandes afirmaciones teológicas inspiradas por Bérulle y por la tradición de la Escuela Francesa, a propósito del Verbo Encarnado.

Creo que es necesario ir más allá, sobre todo si no olvidamos que la experiencia espiritual del hermano de Carlos Jesús no se detuvo en Nazaret, sino que lo llevó hasta el desierto, rodeado de nómadas Tuareg.

Tal vez inconscientemente, el ermitaño de Nazaret, y después del Sahara, fue fascinado por el misterio del Dios oculto que se revela, paradójicamente, a través de los acontecimientos de la encarnación, desde Belén a Jerusalén pasando por Nazaret. Porque en Jesús, que desciende en nuestra humanidad, Dios al mismo tiempo se revela y se oculta. Esta ocultación de la gloria de Dios, de la pérdida de uno mismo a través de la Cruz, poco a poco va a estar en el corazón de la espiritualidad de Carlos de Foucauld y formará parte de su carisma misionero.

Se trata de imitar, en su vida, el misterio de Dios humillado y escondido por amor a nosotros. Así lo había entendido el hermano Carlos desde su primera peregrinación a Tierra Santa, después de su conversión en 1888: la pasión de Jesús se refería a los años de vida oculta en Nazaret. Cuanto más va avanzando en su vida y pone en actos su carisma misionero, más comulga en este misterio de Dios oculto en Jesucristo: “Él bajó con ellos y vino a Nazaret, en su vida entera, no ha hecho más que bajar: bajar en la encarnación, bajar para ser un niño pequeño, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, exiliado perseguido, torturado, poniéndose siempre en el último lugar”10. Este descubrimiento apasionado de Dios oculto y humillado en Jesucristo funda el carisma misionero de Carlos de Foucauld, es decir, su deseo de encontrarse al lado de los pobres y olvidados del mundo. Es la experiencia de Dios que exige una nueva forma de presencia entre los demás.

III. La experiencia de Dios inspira la presencia entre los últimos como don.

1. Una referencia absoluta: la Eucaristía.

En la fuente de esta presencia de entrega a los demás se encuentran la Eucaristía y la adoración eucarística. Carlos de Foucauld evoca la Eucaristía en las huellas directas de la Encarnación y de manera especial en la Pasión de Jesús. “Besar los lugares que santificó en su vida mortal, las piedras de Getsemaní y el Calvario, el suelo de la Vía Dolorosa, es dulce y piadoso, Dios, pero preferir eso a su Tabernáculo, es dejar a Jesús que vive a mi lado, dejarlo solo e irme solo a venerar piedras muertas en donde no está”, porque “en todos los lugares donde se encuentra la Santa Hostia está el Dios vivo, es tu Salvador tan cierto como cuando estaba vivo y predicando en Galilea y Judea y como está ahora en el cielo”11.

Cuanto más el hermano Carlos de Jesús crece en su experiencia espiritual y misionera, más se convierte la Eucaristía en el medio esencial de su apostolado. Lo escribió al padre Huvelin: "Tenemos que seguir poniendo la Misa antes de todo y celebrarla en el camino a pesar de los esfuerzos adicionales que conlleva. Una misa, es Navidad, y el amor pasa primero antes que la pobreza"12.

Desde que se ordeno de sacerdote, vivió con mayor intensidad lo que había aprendido de su director espiritual, inmediatamente después de su conversión: “En este misterio, nuestro Señor da todo, se entrega por entero: la Eucaristía es el misterio del don, es el don de Dios, es aquí donde tenemos que aprender a dar, a darnos a nosotros mismos, porque no hay don, si uno no se da”13. Muchas veces, evoca la “Sagrada Eucaristía”, que brilla en medio de las poblaciones musulmanes, en torno a ella sueña agrupar algunos discípulos, que pudieran formarse junto al Señor para el servicio incondicional de la evangelización.

Para él, el tiempo que pasa en la celebración y en la adoración de la Eucaristía es una parte esencial de su misión, porque se une así a Jesús en el misterio y el don de su vida oculta. Sin embargo, en sus últimos años, se preguntó si no debería abandonar la celebración de la Misa para poder penetrar en el Hoggar y atender a los más desfavorecidos. Formula así su reflexión: “Una vez, me sentí inclinado a ver, en primer lugar, el Infinito, el Santo Sacrificio; y en segundo lugar, el finito, todo lo que no es, y siempre a sacrificarlo todo por la celebración de la Santa Misa. Pero este razonamiento debe pecar por algo, porque desde los apóstoles, los más grandes santos han sacrificado en determinadas circunstancias, la oportunidad de celebrar a actividades de caridad espiritual, de viaje o de otro tipo”14. Su deseo de ir a conocer a la gente y llevarles el Evangelio estuvo siempre directamente y estrechamente integrada con su espiritualidad eucarística. Como si viviera también el misterio de la Eucaristía entregándose a los que quiere salvar imitando a Jesús.

2. Carlos de Foucauld, el hermano universal.

De la eucaristía nace el corazón universal. “los pobres son sacramento de Cristo” (San Juan Crisóstomo). A través de la Eucaristía, el amor de Dios brilla para toda la humanidad sin excepción. “Deseo acostumbrar a todas las personas, cristianos, musulmanes, judíos, e idólatras, a mirarme como a su hermano, el hermano de todos. Empiezan a llamar mi casa “la fraternidad” (el Khaoua en árabe) y eso me agrada”15. En múltiples escritos afirma esta intención universal: "Mirar a todo ser humano como un hermano amado". “Ver en todo ser humano, un hijo de Dios, un alma redimida por la sangre de Jesús, un alma amada por Jesús”16.

Ciertamente que centra su vocación y misión en el apostolado fraternal por la práctica del amor y de la bondad hacía todos. Su mística del Sagrado Corazón de Jesús, toma así una forma muy concreta, incluso visiblemente ilustrada, por el signo que lleva en su vestido: el corazón coronado por la Cruz.

Sabemos que los manuscritos autobiográficos de Teresa de Lisieux se acaban en un acto de fe sin reserva en la misericordia del Padre de los cielos. Carlos de Foucauld, fue también encargado de transmitir a través de su muerte, como a través de su vida, este mensaje esencial que tantas veces transcribió en sus notas, y en particular en el pequeño libro dedicado al Modelo Único: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Unigénito para que todo aquél que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”17. El corazón de la misión cristiana según Carlos de Foucauld es también el corazón del Evangelio, la inspiración profunda de toda misión cristiana.

Al final de este recorrido no podemos evitar una pregunta importante: ¿Por qué Carlos de Foucauld sigue siendo un don que Dios hizo de manera perdurable a la Iglesia? ¿En qué pueden contribuir su testimonio y su carisma a la renovación de la misión cristiana?

A estas preguntas respondo sin vacilar, para que se reconozca la inspiración profunda de toda misión cristiana, que no está relacionada a una estrategia, incluso pastoral, sino a una forma de vida arraigada en la experiencia de Dios que exige, al tiempo, una presencia fraternal entre los hermanos sin ánimo de colonizar.

Ya no podemos oponer entre sí las estrategias misioneras: por un lado, las que se centran solamente en las formas y los resultados visibles y, por otro lado, las que valoran las únicas virtudes de la inserción y la vida oculta.

Parece que ha llegado la hora de reconciliar a todos los actores de la evangelización: aquellos que tienen tendencia a valorar la paciencia de las largas horas de la oración y de la adoración y los que son más sensibles a las expresiones públicas de fe; los que dan tiempo a los diálogos desinteresados y los que no tienen miedo de anunciar explícitamente a Cristo y a su Evangelio.

Carlos de Foucauld se manifiesta para todos nosotros como un maestro exigente, dejando claro que su exigencia va a lo esencial: “¡Nos inclinamos a poner primero las obras cuyos efectos son visibles y tangibles, Dios da el primer lugar al amor y después al sacrificio inspirado por el amor y a la obediencia que deriva del amor. Es preciso amar y obedecer por amor ofreciéndose a sí mismo como una víctima con Jesús, como le plazca! A él corresponde decidir si para nosotros, es más conveniente la vida de san Pablo o la de santa Magdalena”18.

EMÉRITO DE BARIA

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1.- Carlos de Foucauld explorador de Marruecos, ermitaño en el Sahara, 1921,472.

2.- Meditación sobre el Antiguo Testamento, 1896.

3.- Carta al padre Huvelin, 22 de marzo de 1900.

4.- Carta a la señora de Bondy, 1 de enero de 1897.

5.- Comentario de la lectura en el Santo Evangelio, Mateo 4, 18-20, Nazaret, 1897.

6.- Carta a José Hora.s, £8 de abril 1916.

7.- Retiro de Nazare4 1897 noviembre.

8.- Carkz a Henry de Castries, 27 de noviembre 1904.

9.- Retiro & Nazare4 noviembre de 1897.

10.- Meditación sobre Lucas 2, 50—51 del 20 de junio 1916.

11.- Retiro de Nazaret, noviembre 1897.

12.- Carta al Padre Huvelin, 1 de diciembre 1905.

13.- Cf. A. GIBERT-LAFON, Ecos de las charlas del padre Huvelin, París, 1917, 62.

14.- Carta a Monseñor Guérin, julio de 1907.

15.- Carta a la Sra. Bondy, enero 1902.

16.- Carta a Joseph Hours, 5 de mayo 1912.

17.- Juan 3,16.

18.- Carta a la Sra. de Bondy, 20 de mayo 1915.

 

 

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