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UN DÍA ES UN DÍA

Lo cotidiano en la vida de una persona una persona que  podría ser cualquiera de los residentes que habitan en el Hogar Torre Nazaret, de Cartagena, España- con el estigma casi superado del sida, es un espejo de la Oración del Abandono largamente orada y vivida. Aurelio Sanz Baeza, uno de los responsables del proyecto, nos presenta este relato en el que se profundiza a través de los acontecimientos sencillos que marcan positivamente al ser humano el abandono en un Dios que tan difícil es para muchos y tan cercano y familiar para otros. En esta narración nos invita a orar con la biografía de un no abandonado, a Dios gracias, y podemos saborear el valor de lo pequeño en la vida de quien poco cuenta en la sociedad.

Hace dos días salió una flor roja en el geranio que planté en mi maceta. No lo entiendo: lo planté hará una semana y ya ha florecido. Y es que está vivo, no era un palo inerte; lo planté vivo y seguirá viviendo si lo cuido. El sol le hace bien, pero no lo dejo todo el día expuesto, que el calor lo puede asfixiar. Se nota que estaba deseando una tierra nueva, y un tiesto nuevo quizá también unas manos nuevas -. Vale, tiesto nuevo no, que es de plástico, y ya ha tenido otras plantas, que voy cambiando a macetas nuevas de vez en cuando, conforme van creciendo. Me figuro que algo le dolerá: casi siempre duele cambiar.

Alba, la psicóloga del Hogar, me ha dicho que me parezco a mi geranio, que estoy avanzando, que hay muchas flores nuevas en mi vida que no esperaba. Por eso me inspira confianza.

El más juguetón de los cachorros de la perra estuvo ayer olisqueando mi planta, pero la respetó, y eso que uno sabe de muchas faltas de respeto, con uno mismo y con los demás. Este perro está siempre investigando, buscando cosas nuevas.

Rubén, uno de mis trece compañeros, que cuida las plantas de la casa, las riega, y pone piedras de adorno en el jardín, me regaló el geranio. Es buena gente; así él sabrá que valoro y aprecio el detalle: ha florecido en muy poco tiempo. Como creo en Dios, a lo mejor eso ayuda.

La semana pasada Rosa, sanitaria, que tiene un novio que viene de voluntario, me llevó al médico de medicina interna. Me tocaba consulta y me dio los resultados de la última analítica: voy ganando en defensas, y ya estoy en más de trescientos CD4. Cuando vine al Hogar hace más de dos años- me quedaban sólo cinco. No creía que esto iba a ir tan bien, y estoy mejor porque me fío de quien me rodea. Sé que me quieren y yo los quiero. En ocasiones no nos soportamos, pero en el fondo nos queremos y echamos de menos a la gente cuando tiene que estar aunque sea tres días en el hospital.

A veces, en el oratorio del Hogar, dejo todas mis dudas, mis fracasos en la vida, mis equivocaciones con las drogas, mi tiempo en prisión desde donde hice infeliz a toda mi familia. El tiempo ha cambiado, mi tiempo ha cambiado. Sé que Dios ha estado siempre ahí, no sé si dentro o fuera de mí. Creo que a ratos lo expulsé de mi vida, pero Él fue siempre una flor en el geranio recién plantado de cada día.

Ayer, comentando cosas de mi vida con Carlos, voluntario ya mayor, y que hace un poco de padre de todos nosotros, le decía que le daba gracias a Dios por lo que ha hecho conmigo, sea permitir mi enfermedad o mejorar mi salud, por lo que haga de mí, en este momento y más adelante.

Me costó mucho trabajo reconocer que era un enfermo: un enfermo doblemente enfermo. Droga, y luego el VIH. Cuando me dijeron que tenía sida pensé en acabar pronto con todo. Me ayudaron a aceptarme tal y como era, a no desear nada fuera de mis posibilidades, porque eso me haría sentirme permanentemente fracasado. Creo que Dios me ayudó a creer mejor en Él, no como un fetiche atrayente y que a la vez asusta, sino como el Padre que me ama, que me dio la vida, y que me ofrece siempre confianza.

Con mis trece compañeros formamos un grupo muy variado. Todos creen en Dios, hasta Salima, que es marroquí, y en la cena de nochevieja juntó sus manos ante sus ojos ciegos y oró y cantó en árabe. A mí se me pusieron los pelos de punta.

Clara, nuestra coordinadora, siempre anda diciendo que un día es un día, porque entre santos, cumpleaños, fiestas, excursiones e imprevistos, faltan horas en el reloj, y el coordinador del voluntariado "se queja" y dice que en esta casa cada tres días un día es un día, y que no parecemos gente seria. Yo pienso que Dios sí nos toma muy en serio.

Estamos un poco "tocados" todos, y el coordinador de voluntarios dice que somos una orquesta de instrumentos desafinados, como el libro de Vallejo Nájera, pero que hace buena música: la música de Nazaret. Eso es parte también de la locura de Dios. ¿A quién se le ocurre darnos a su Hijo como colega siendo Dios como Él? Hace falta valor…

Por eso hoy estoy feliz, porque la flor que no esperaba está ahí, desafiante y humilde al mismo tiempo; porque mi compañero Isaías le ha cantado a Patricia, nuestra integradora social, una habanera muy desafinada, que más parecía un hip hop, y porque hace unos días, en la hoguera de la noche de san Juan que prepararon Toni y Juan Luís, las llamas llegaron a más de doce metros de altura, y nos comimos una caja entera de sardinas en la barbacoa, y tiramos petardos, que es la mejor manera de usar la pólvora, y el humo te acercaba al Dios del silencio, como el incienso en las iglesias, a adorarlo en la alegría propia y de los demás.

Estoy feliz por mis trescientos CD4 y porque mi carga viral va siendo cada vez menor. Feliz porque el mundo ya no es mi enemigo, sino un regalo de Dios, como la vida, porque Dios me llama hijo y un día es un día.

AURELIO SANZ

 

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