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¿QUÉ ES LA "LECTIO DIVINA"?

La Hermana ROSAURA DE JESÚS animó el retiro anual de la Fraternidad Sacerdotal el pasado año 2007. Una de sus charlas versó sobre la palabra de Dios y la lectura contemplativa y orante.

“La lectio divina es el ejercicio ordenado de la escucha personal de la Palabra”

EJERCICIO: es algo activo. Nos tenemos que decidir, caminar, y empezar. Es movimiento, actividad personal de oración y contemplación.

ORDENADO: es un ejercicio con su dinámica interna, sencillísima, y que olvidamos a menudo. Por esto encontramos la Escritura árida para orar.

DE LA ESCUCHA: la lectio es un escuchar, un recibir la Palabra como don. Las características de esta escucha son las de María, que, después de haber escuchado, obedece y dice: "Que me suceda según dices". Una escucha, por tanto, hecha en actitud de adoración y sumisión. Debemos dejar que Dios nos hable.

PERSONAL: No es la escucha de una predicación, de una homilía. Es el momento personal de la escucha que nos llevará a compartirla con la comunidad para que no sea individualista.

DE LA PALABRA: es Dios quien habla, Cristo quien nos habla, el Espíritu el que habla. Me habla la Palabra que me ha creado, que tiene el secreto de mi vida, la clave de mis situaciones presentes, que tiene el secreto del camino de la Iglesia, la clave de las situaciones históricas presentes. Me habla el Espíritu que penetra toda realidad económica, social, política, y cultural del mundo. Escucha de la Palabra que ha hecho el mundo, que lo sostiene, lo guía y lo gobierna.

La experiencia de la lectio divina, es la experiencia de Israel y de la Iglesia. Ya, en la forma antigua de hacer en Israel, se oraba con la Palabra y se escuchaba la Palabra en la oración.

Este método que implica la lectura, la meditación y la contemplación, que fue la forma clásica de orar del pueblo judío, la heredó el cristianismo. Se ha mantenido en la Iglesia durante siglos, pero solo en los monasterios, hasta que llegó el Concilio Vaticano II, que nos dice que es necesario que todos mantengan un contacto ininterrumpido con las Escrituras, a través de la lectio divina".

Sin ninguna duda, ha sido el Espíritu Santo quien ha querido que esta forma de escuchar y orar la Biblia no se perdiera después de tantos siglos.

Un lugar para la lectio divina

Cuando quieras sumergirte en esta lectura orante, busca un lugar de soledad y de silencio, donde puedas orar al Padre en secreto para contemplarlo.

La soledad, un lugar silencioso, es en el fondo un "desierto" y no olvidemos que el desierto es el lugar de la lucha, de las tentaciones, lugar donde Dios atrae y también habla al corazón.

Si te entran ganas de dejarlo, resiste, resistir es importante porque nos tenemos que habituar a los tiempos de silencio, de soledad, de alejarnos de las cosas y de los demás, si queremos encontrar a Dios en la oración personal.

Nuestra habitación, un rincón de la casa aislado, la capilla de la parroquia.... el lugar es importante.

Déjate ayudar por la presencia de un icono, una vela, una cruz, algo que te ambiente, y te haga sentir que no estas estudiando la Biblia, sino que estás delante de Dios, dispuesto a escuchar y a dialogar con Él.

Un tiempo de silencio

Intenta que el lugar y la hora del día te permitan gozar del silencio exterior, preliminar necesario para el silencio interior.

Hay horas más aptas para el silencio que otras, Depende de cada uno, de los horarios, del trabajo... pero es importante ser fiel a la hora que escojas, mantenerla, fíjala y respétala. No es serio ir al encuentro del Señor cuando tienes un hueco en todos tus compromisos, y hacer oración, como si el Señor fuera un tapaagujeros. Y no digamos nunca: ¡"No tengo tiempo"! El tiempo de tu jornada está a tu servicio y no es posible que tú seas esclavo del tiempo.

Rodéate de silencio y que el tiempo dedicado a la lectio divida ritme toda tu vida. Ya sabéis que tenemos que orar siempre y sin desfallecer. Pero sabemos que hacen falta momentos preciosos y específicos para hacerlo explícitamente y visiblemente y a partir de ahí, mantener la memoria de Dios durante todo el día. ¿Eres un enamorado del Señor y quieres serlo cada día más? No dejes pues de consagrarle el tiempo que dedicas habitualmente a tu esposo, tu esposa, a tus amigos, familiares.

Y este tiempo no puede ser cortito, no es cuestión de algunos minutos, tenemos que tomarlo con calma, estar en paz, y nada de prisas, al menos una hora.

Durante el día ¡cuántas palabras escuchas! ¡Cuántas lecturas haces! Que las palabras no sofoquen la Palabra, en esto tenemos que ser vigilantes.

Un corazón bueno y abierto

Dios quiere hablarnos al corazón.

Nuestro corazón puede ser de piedra, dividido, ciego, lejano de Dios, endurecido, enfermo, inestable, inconstante.

Tú, que te dispones a escuchar a Dios, para que él haga de tu corazón un corazón de carne, lo unifique, fortalezca y lo purifique. Solo un corazón de niño puede recibir los dones de Dios.

¡Solo un corazón renovado por el Señor, es abierto y disponible para poder escuchar!

Pide a Dios que te de un corazón grande, un corazón que escuche.

Es con un corazón purificado, unificado, bueno, como el Padre, el Hijo y el Espíritu viene a ti y hacen morada en tí, para celebrar la lectio divina (Jn 14,3; 15,4).

Invoca al Espíritu Santo

Coge la Biblia y póntela delante, con reverencia porque es el cuerpo de Cristo, haz la invocación al Espíritu Santo. Solo con el Espíritu la Palabra es comprensible. Que su fuerza te dinamice, quite el velo de tus ojos para que puedas ver al Señor.

Sin la invocación al Espíritu Santo, la lectio divina es un ejercicio humano, un esfuerzo intelectual, así pues, invócalo como seas capaz, corno el Señor te conceda de hacerlo, pero hazlo.

Leer, meditar, contemplar

El acercamiento a un texto bíblico es progresivo. Habitualmente, la primera pregunta que nos hacemos es qué decir sobre el texto elegido, cómo explicarlo. Y esto es un corto circuito que con frecuencia nos impide, por desgracia, captar el valor de las Escrituras, porque nos hace creer que lo conocemos sin sentirnos obligados a releerlo de nuevo.

¡Lee!

Abre la Biblia y lee el texto, no escojas nunca a la suerte, porque la Palabra de Dios no se picotea. Obedece el texto que la liturgia te ofrece, o sino lee un libro entero. Obediencia cotidiana, para que haya continuidad, para no caer en la trampa de escoger lo que nos arremete. Es importante ser fiel a este principio.

La liturgia de los domingos es un gran don, hecho con mucha sabiduría espiritual, aprovéchalo.

Lee el texto no solo una vez, sino varias veces, incluso en voz alta. No lees corriendo y cuidado cuando el texto lo conocemos. No lo leas solo con los ojos, estate atento y trátalo de grabado en el corazón.

Lee también los paralelos, las referencias, las notas, pues ayudan mucho. Que la lectura sea escucha y la escucha sea obediencia. No tengas prisa, tienes que dedicarte tranquilamente a la lectura, porque la lectura se hace para poder escuchar. Se trata de escuchar La Palabra. ¡Al principio existía la Palabra, no el libro como en el Islam! Es Dios quien habla y la lectio es un medio para llegar a escuchar. "¡Escucha Israel!"es este el grito de Dios que ha de brotar del texto hacia ti.

Leer, releer, con el fin de poner en relieve los temas fundamentales, los símbolos, para verlos en toda su riqueza.

Comenzarnos por hacer hablar al texto, aunque se trate de un texto conocidísimo, descubriremos siempre aspectos nuevos.

¡Medita!

Quiere decir profundizar el mensaje leído que Dios te quiere comunicar. Hace falta pues un esfuerzo, una insistencia para que la lectura llegue a ser reflexión atenta y profunda.

Reflexión sobre los valores contenidos en el texto.

Una vez adquiridos los símbolos, los personajes, las figuras, las acciones y el dinamismo del texto, se puede hacer una reflexión sobre los valores profundos que contiene y que se contemplan en la historia completa de la salvación.

Podemos servirnos de algún buen comentario, de algún libro...

La meditación te tiene que conducir a ser el Templo del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Meditar, rumiar, saborear....

¡Contempla!

Y ahora, habla con Dios, responde a sus invitaciones, a sus propuestas, a sus llamadas, a sus inspiraciones, a los mensajes que te ha dirigido a través de la Palabra y del espíritu.

¿No te das cuenta que has sido elegido en el seno de la Trinidad, al coloquio entre el Padre, el Hijo y el Espíritu?

No te cierres en la reflexión y entra en dialogo como un amigo habla a un amigo. Búscalo a El. La meditación tiene como fin la oración. Ahora ha llegado el momento. Háblale con confianza, sin miedo, lejos de tener la mirada sobre ti mismo, más bien sorprendido por el rostro que ha surgido del texto en el Cristo Señor.

Deja libres todas tus capacidades creadoras de sensibilidad, de emotividad y ponlas al servicio del Señor.

No os puedo dar demasiadas pistas a este nivel, porque cada uno sabemos por experiencia corno es su encuentro con Dios y no se puede enseñar a los demás y es difícil de describirlo

¿Qué se puede decir del fuego, cuando estás en medio?, ¿qué se puede decir de la contemplación al final de la lectio divina, si no que es la zarza ardiente, el fuego que quema a quién se le acerca?

La lectio divina nos quiere conducir hasta aquí: hacer la experiencia de la Presencia.

Es el momento en que se degusta el texto, se hace sabroso, Palabra que nos nutre.

Da siempre gracias a Dios por la Palabra que se nos ha dado, por aquellos que nos la anuncian y nos la comentan, intercede por todos los hermanos que el texto te ha evocado y procura unir el Pan de la Palabra con el Pan de la Eucaristía.

Conserva esto que has visto, has oído, saboreado en la lectio en el corazón y haz memoria, luego vete al encuentro de los demás y dales humildemente esta paz y la bendición que has recibido. Tendrás la fuerza de actuar con ellos, para realizar en la historia de todos los días la Palabra de Dios, a través de la acción social, política, profesional...

Dios te necesita como instrumento en el mundo para hacer "unos cielos nuevos y una tierra nueva"

 

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