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Abandono en Silencio y Soledad

"La obra de la salvación se lleva a cabo en la soledad y el silencio. En el diálogo silencioso del corazón con Dios se preparan las piedras vivas con las que se va construyendo el Reino de Dios y se moldean los instrumentos elegidos que ayudan en la construcción.

La corriente mística que atraviesa los siglos no es un flujo errante separándose lentamente de la oración de la Iglesia, sino que constituye lo más íntimo de su vida. Cuando rompe con las formas tradicionales, es porque en ella vive el Espíritu, que sopla donde quiere, que ha creado todas las formas tradicionales, y que sigue creando constantemente formas nuevas. Sin Él, y sin ellas, en las que se manifiesta, no habría ni liturgia ni Iglesia.

El alma del salmista regio, ¿no era un arpa cuyas cuerdas sonaban al soplo suave del Espíritu Santo? Del corazón rebosante de la Virgen llena de gracia brotó el himno gozoso del «Magníficat».

El cántico profético del «Benedictus» abrió los labios enmudecidos del anciano Zacarías cuando vio hechas realidad las misteriosas palabras del ángel. Lo que entonces brotaba de corazones inundados por el Espíritu y encontraba su expresión en palabras y gestos, se ha ido transmitiendo luego de generación en generación y es la corriente mística que así constituye el himno de alabanza polifónico y creciente al Creador, Dios Uno, Trino y Salvador. Por eso no es cuestión de contraponer las formas libres de oración como expresión de la piedad «subjetiva» a la liturgia como forma «objetiva» de oración de la Iglesia: en toda oración auténtica hay oración de la Iglesia, y es la misma Iglesia la que ora en cada alma, pues es el Espíritu Santo, que vive en ella, el que «intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8, 26). Esta es la oración auténtica, pues «nadie puede decir "Señor Jesús" sino en el Espíritu Santo» (I Cor 12, 3).

¿Qué otra cosa sería la oración de la Iglesia, sino la entrega a Dios, que es el Amor mismo, de los grandes amantes? La entrega incondicional de amor a Dios y la respuesta divina -la unión total y eterna- son la exaltación más grande que puede alcanzar un corazón humano, el grado más alto de la vida de oración.

Quienes lo han alcanzado constituyen verdaderamente el corazón de la Iglesia, en cada uno de ellos vive el amor sacerdotal de Jesús…"

EDITH STEIN, La oración de la Iglesia

 

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