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Un grupo de padres conciliares y la pobreza

 

Cabe hablar, a este propósito, de un encuentro con Mons. Himmer -obispo de Tournai- en los comienzos de esta I Sesión. Supimos entonces de la existencia de un grupo de Padres que semanalmente se reunían en una sala del Colegio Belga, en que se hospedaban algunos de los obispos de aquel país -entre ellos el mencionado y el Cardenal Suenens, Arzobispo de Malinas- para dialogar sobre el tema "Jesús, la Iglesia y los pobres". Mons. Himmer habló del grupo, de su trabajo y de los obispos que habían asistido a los encuentros celebrados en su Sede, de los que ya tenemos noticia. Pronto recibimos invitación para unirnos al grupo si disponíamos de tiempo para ello, como así era. Asistían también, como encargados de los servicios de secretaría, el P. Gauthier, ya conocido por algunos de los asistentes, y una o dos religiosas que colaboraban con él en la labor.

Hacia el término de esta I Sesión Conciliar, el grupo estaba trabajando activamente en la redacción de un estudio sobre la pobreza de Jesús y la formación de cuantos se sintieran llamados a seguir este camino. Una semana tras otra, el grupo había profundizado en el planteamiento general del tema, aplicándolo a la Iglesia bajo el título de "Iglesia de los Pobres", según la había calificado el Papa Juan XXIII en su discurso convocatorio del Concilio.

A medida que se avanzó en el estudio fue produciéndose un claro consenso entre los miembros del grupo, favorable a solicitar ante las instancias adecuadas que, en el trabajo conciliar, se abriera paso a la reflexión sobre la Iglesia desde una perspectiva claramente pastoral, además de continuar ahondando en la perspectiva teológica propia de la Constitución Dogmática.

Llegó un momento en que el grupo -que entonces contaba ya con unos cuarenta Padres- decidió que una pequeña representación del mismo, presentara ante el Cardenal Cicognani, Secretario de Estado y máximo responsable de la marcha del Concilio, una solicitud razonada, a fin de que la propuesta fuera acogida favorablemente.

La sorpresa de muchos de los asiduos a las reuniones de trabajo fue grande cuando, en los pocos días que faltaban para terminar la Sesión, pudieron escuchar en el Aula las intervenciones de algunos Cardenales. Habló primero el Cardenal Suenens y le siguieron Montini y Lercaro, los cuales pidieron - cada uno con argumentos diversosque, antes de terminar la Sesión, se acordara elaborar un esquema sobre "la Iglesia ad extra", distinto del que estaba ya discutiéndose en el Aula sobre "la Iglesia ad intra".

Pronto tomaron la palabra otros Eminentes Padres en favor de la iniciativa. Entre ellos, y en primer lugar, el Cardenal Gerlier, Arzobispo de Toulouse, que en algunas ocasiones presidió la reunión del grupo e intervino activamente en los debates decisivos que, más tarde, durante la IIª y IIIª Sesión Conciliar, llevarían a la elaboración del nuevo esquema, una vez fue admitido oficialmente como tal.

Una Fraternidad Episcopal nacida en el Concilio

Entre las varias iniciativas de grupos formados por Padres Conciliares que se reunieron durante el Concilio, con el fin de ayudarse mutuamente y trabajar en más estrecha cercanía que la posible en las grandes Congregaciones Generales hubo una cuya finalidad no fue el estudio sino la oración común y el cultivo de la amistad fraterna entre los componentes del grupo que adoptó como suyas las grandes líneas de la espiritualidad del P. Foucauld. El grupo no sólo fue consolidándose durante las Cuatro Sesiones Conciliares, sino que cuajó en una estable y singular Fraternidad Episcopal.

Formado por un reducido número de obispos, desde el mismo principio del Concilio, comenzó a congregarse una tarde a la semana para dedicar una hora a la adoración del Santísimo Sacramento en la Capilla de Santa Ana del Vaticano; seguía luego un encuentro fraterno y amistoso que alguna vez tuvo que cambiar de lugar, pero que fue creciendo en número hasta llegar a los veinte Padres cuyo objetivo era intercambiar experiencias personales de su vida y su ministerio episcopal, sin otra finalidad que conocerse y edificarse mutuamente, a fin de poder ser más útiles a la misión recibida de la Iglesia con el episcopado, como fruto de su participación en el acontecimiento conciliar.

Entre prelados "fundadores" del pequeño núcleo inicial -existían ya- desde antes del Concilio, algunos lazos de amistad. Algunos de ellos habían tomado contacto con la asociación sacerdotal "Jesus Caritas", cuyo responsable por aquellas fechas era uno de los componentes del grupo, el obispo francés, Coadjutor de Orleans, Mons. Guy Riobé. Hubo otros tres, también franceses de origen, consagrados a la misión: uno en el África Sahariana, otro en el altiplano del Vietnam y el tercero en Camboya. El primero pertenecía a la Congregación de los Padres Blancos, y los otros dos al Instituto de Misiones Extranjeras de París. Dos más nos habíamos conocido en Tournai, participando en los encuentros sobre la "descristianización del mundo obrero en Europa" y varios de ellos tenían en común el haber sido Capellanes Nacionales de la Juventud Obrera Católica (J.O.C.) en sus respectivos países. Otros, por razones de afinidad apostólica atrajeron hacia el grupo a algún antiguo colega. De este modo, el grupo se fue ampliando y se procuró que hubiera la mayor variedad en los países y continentes de origen, que hiciera posible el intercambio de experiencias y culturas diversas. De este modo, se incorporaron tres africanos nativos, uno de Ruanda, otro de Burundi y el tercero del Camerún francés. De hecho, la lengua gala fue nuestro principal vehículo de conversación, ya para los encuentros comunes durante el Concilio, ya posteriormente, cuando tuvimos ocasión de visitarnos o -como sucedió varias veces, años después del Concilio congregarnos en la residencia de uno del grupo, durante algunos días, de amistosa convivencia y fraterna revisión de vida.

Seis eran nativos de América latina, aunque de diferentes países y situaciones -dos de Brasil, uno del Estado de Río de Janeiro y otro del Nordeste, uno de Argentina, otro de Perú, otro de Uruguay aunque de familia vasco-francesa, y un sexto panameño, aunque de padre americano-irlandés y madre panameña, pertenecía a una moderna Congregación Religiosa.

El grupo de los asiáticos -aparte los dos franceses misioneros ya citados- contaba con un nativo vietnamita -el único obispo Hermanito de Jesús de aquel tiempo- más un japonés y un coreano.

Por último, los europeos, todos de la Europa Occidental éramos dos alemanes, -uno del Oeste y otro del Este- el francés de Orleans, un italiano y un español.

El grupo se inspiraba en la espiritualidad de Foucauld y de su heredero y formador el P. Voillaume. De esa espiritualidad se tomaron los puntos principales del sencillo programa de vida de cada uno, así como los compromisos adquiridos por el grupo como tal, en la medida en que claramente fuimos descubriendo que coincidíamos en la fidelidad a la oración común -aunque estuviéramos muy separados unos de otros- en la adoración eucarística, la pobreza y el servicio a los pobres y en el propósito de mantenernos unidos por la correspondencia personal y, por los posibles contactos personales y ocasionales que surgieron espontáneamente según pasaban los años, y varias veces nos congregó a casi todos en la sede de alguno de sus miembros.

Un encuentro celebrado en Roma nos dio la ocasión de contar con la presencia del P. Voillaume, ya retirado de su cargo y avanzado en edad, durante un día entero. El mismo nos había predicado en cada una de las cuatro Sesiones Conciliares dos o tres días de retiro espiritual -salvo un año en que celebramos dos- en una casa de PP. Franciscanos alemanes situada en Castel Sant Elia, Diócesis de Nepi-Sutri, no lejos de Roma.

Otro encuentro inolvidable, se celebró en circunstancias dramáticas de sufrimiento y de guerra, nos reunió en Burundi y un día en Ruanda, durante una semana. La visita a Ruanda se limitó a unas horas para comer y conversar con el obispo, sin que pudiera acompañarnos, más por dificultad de cruzar la frontera común, tanto el obispo Burundés como el Ruandés. Hacía mucho tiempo que apenas lográbamos comunicarnos con ellos por correo. Los otros seis días, transcurrieron en la capital de Burundi, Gitega. Recorrimos varias zonas del país, visitamos parroquias, grupos de voluntarios -consagrados y seglares- encargados de campos de refugiados con miles de acogidos, particularmente ancianos y niños, y participamos en una gran celebración Eucarística en la catedral de Gitega, en la que varias novicias religiosas diocesanas hicieron solemnemente sus votos en medio de la comprensible emoción de miles de personas que compartieron con los concelebrantes, presididos por el Sr. Arzobispo de Gitega. Meses más tarde el propio arzobispo moría, víctima de una emboscada.

R. GONZALEZ MORALEJO, El Vaticano II en taquigrafía.

"La historia de la Gaudium et Spes (Madrid 2000) 224

 

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