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Iglesia pobre, que opta por los pobres

 

Dios es amor, manifestado en Jesucristo.

"Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él ", afirma con rotundidad la primera carta de San Juan (4, 16). Este es el punto central de la Revelación que Dios nos ha hecho en Jesucristo: "El amor se ha colocado en el centro mismo de la revelación". Dios nos ha creado por amor y a su imagen: también el hombre -por participación y don de Dios- es llamado a su amor.

La historia de la Humanidad, en la que Dios se nos ha revelado como amor y nos llama al amor, alcanza su punto culminante en Jesús. En él los cristianos reconocemos la manifestación definitiva (cf. Hb 1, 1s.) del amor de Dios: "Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por Él" (Jn 4, 9; cf. 3, 16).

En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta como El Evangelizador, que proclama la buena noticia y trae el Reino. Así lo declara en la sinagoga de Nazaret, con las palabras del profeta: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor". Es el mismo Jesús quien, acabada la lectura y con los ojos de todos "clavados" en él, afirma "hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía" (Lc 4, 18-22).

Jesús anuncia la buena noticia, la llegada inminente del reinado de Dios, su proximidad definitivamente cercana: "El plazo se ha cumplido, el reino de Dios está llegando, convertíos y creed en el evangelio" (Mc 1, 14s). Este anuncio del reino polariza toda la vida y actividad de Jesús.

Ante la llegada inminente del Reino, Jesús invita a la conversión, a aceptar que en Él, en su persona y en su obra, se ha hecho definitivamente cercano y próximo el reinado de Dios. Una conversión que requiere una respuesta, que no permite la neutralidad o la ambigüedad, sino que aboca a una toma de decisión clara y urgente, ante la situación creada por la cercanía definitiva del reinado de Dios, que ya es irreversible.

Convertirse, pues, al reinado de Dios, es aceptar nuestra condición de hijos en el Hijo, es situarnos filialmente ante Dios, a quien podemos y debemos llamar Padre (Mt 5, 16-45; 6, 9; Gál 4, 4-5) y, al mismo tiempo, reconocer al otro, a los otros hombres, como prójimos y hermanos (Mt 23, 8-9).

Jesús no sólo ha anunciado la proximidad del reinado de Dios y su voluntad, sino que ha realizado gestos salvadores concretos, a través de los cuales percibimos la salvación no sólo como algo inminente, sino como una realidad inicialmente presente (Mt 12, 22-28), que abarca al hombre entero, y a todos los hombres, en su realidad histórica concreta, aunque culmine con la vida eterna.

Jesús ha hecho de los pobres los destinatarios principales de su anuncio del reino de Dios y de toda su actividad salvadora, hasta tal punto, que la evangelización de éstos se constituye en el signo que autentifica la misión de Jesús. Así lo declara el mismo Jesús que, "tras curar a muchos de sus enfermedades y dolencias", responde a la pregunta que le han hecho los emisarios de Juan el Bautista, acerca de si era él quien tenía que venir o debían esperar a otro: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la buena noticia" (Lc 7, 18-22; cf. Mt 11, 2-5).

No se trata de una opción más de Jesús, sino que ésta viene exigida por la misma misión que el Padre le ha confiado: sólo desde los pobres podrá realizar su misión y además, debe alcanzar a todos. Sólo puede estar abierta de verdad a todos los hombres si ofrece desde abajo, desde el último lugar.

Jesús ha hecho partícipes de su misión a los discípulos

Durante la vida terrena, Jesús hizo partícipes a los discípulos de su misión. Con Él compartieron no sólo la intimidad (cf. Jn. 1, 35-39), sino también, la tarea evangelizadora: revestidos de su poder, anunciaron el reino, prolongando sus gestos salvíficos y evangelizando a los pobres (cf. Mc 6, 6-13; Mt10, 1-11, 1).

Tras la resurrección, el mismo Señor les transmitió su condición de enviados: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros… Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 21 par). Los discípulos, desalentados tras la muerte de Jesús, vuelven a congregarse en torno al resucitado, se reúnen como Iglesia. Ellos, impulsados por su Señor, inundados y fortalecidos por su Espíritu, se sienten llamados a continuar la misión de Jesús (cf. Hch 2, 1-41).

La Iglesia es sacramento, presencia visible del Señor

La Iglesia, como Jesús, "existe para evangelizar"…. "Evangelizar constituye…la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda"(Exhortación apostólica Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 14).

La Iglesia sólo da un testimonio auténtico en la medida en que realiza y hace participar a todos los miembros de la comunidad -de una u otra manera- en estas tres acciones fundamentales. Solamente por la manifestación simultánea de estas tres acciones comunitarias, la Iglesia, y cada una de sus comunidades, da testimonio ante el mundo, alcanzando su valor de signo auténtico del Señor, de "Sacramento" Universal de Salvación. Por ello no puede concebirse la Iglesia sin la práctica efectiva y visible de la caridad fraterna.

LOS POBRES: FACTOR DETERMINANTE PARA LA IGLESIA

Ante todo hemos de afirmar que la relación con los pobres es algo nuclear para la Iglesia. No se trata de una cuestión periférica e irrelevante, de una posibilidad más entre otras, sino de algo que atañe constitutivamente a su identidad, a su misión y a su futuro.

En efecto, la Iglesia verifica la autenticidad de su identidad y de su misión en su relación con los pobres. Jesús desarrolló su misión, acción liberadora, preferentemente de los pobres, como nos recuerda san Lucas en la escena de Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). La respuesta de Jesús a los discípulos enviados por el Bautista aduce como signo de la autenticidad de su misión la evangelización de los pobres (Lc 7, 18-23). De la misma manera la Iglesia, es "sacramento del Señor", tiene que verificar la autenticidad de su identidad y misión, como indica el Concilio Vaticano II: "así como Cristo fue enviado por el Padre para anunciar la Buena Noticia a los pobres (…) a sanar a los de corazón destrozado (Lc 4, 18), a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 9, 10), también la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos" (Constitución dogmática Lumen gentium, 8 = LG).

"Sólo la Iglesia que se acerca a los pobres y a los oprimidos, se pone a su lado y de su lado, lucha y trabaja por su liberación, por su dignidad y por su bienestar, puede dar un testimonio coherente y convincente del mensaje evangélico", como afirma la Comisión Episcopal de Pastoral Social (IP, 10). En el mismo sentido se había pronunciado antes Juan Pablo II: "la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia" (Encíclica Juan Pablo II Dives in misericordia, 13; cf. CEE, Comisión pastoral social, La Iglesia y los pobres, 11 = IP).

Pero la relación con los pobres no sólo afecta a la identidad y a la misión de la Iglesia, sino que de ella depende también su futuro escatológico. El encuentro con el pobre tiene para la Iglesia un valor de justificación o de condena, según nos hayamos comprometido o inhibido ante ellos.

Ambas razones nos llevan a concluir que la Iglesia debe volcarse preferentemente con los pobres y marginados, en cuyo servicio se verifica la autenticidad de su identidad y de su misión, al tiempo que se decide su suerte escatológica. Por ello la Iglesia tiene que optar de una manera preferente por los pobres.

La opción preferencial por los pobres

Es, con palabras de Juan Pablo II, "una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia" (Encíclica Juan Pablo II, Sollicitudo rei sociales, 42 = SRS).

Esta opción está enraizada en Dios mismo (cf. IP, 18-20), nace de la fe en Dios creador, que ama a todas sus criaturas, especialmente al hombre, del que cuida providentemente, y al que entregó la tierra con todas sus riquezas, para que las disfrute y cultive como colaborador suyo (cf. Constitución Gaudium et spes, 69; SRS, 39 y 42; Encíclica Juan Pablo II, Centesimus annus, cap.IV = CA).

Frente a la actuación injustamente acaparadora del hombre, Dios no se desentiende, Él ha manifestado reiteradamente su voluntad en orden a la solidaridad, dando normas y orientaciones muy claras que exigen fomentar actitudes de justicia, de solidaridad y de amor entre los hombres. Por medio de los profetas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, sale diligentemente al paso de quienes conculcan su alianza oprimiendo a los pobres, en defensa y ayuda de éstos.

Dios se ha empobrecido en Jesús, que siendo rico se hizo pobre por nosotros (2 Cor 8, 9). La misma encarnación del Verbo es, de manera radical y esencial, el empobrecimiento de Dios. Jesús es el pobre por antonomasia, el existencialmente pobre, el vaciado (kenosis), el abandonado por Dios a la vida humana y el abandonado por sí mismo a la voluntad del Padre y a la voluntad de los hombres. Jesús, haciéndose hombre se ha hecho existencialmente pobre y ha manifestado un amor preferencial por los pobres y oprimidos (cf. IP, 21 s.), a los que ha constituido en su "cuasi sacramento" (Mt 25, 31-46).

La tradición evangélica es unánime al destacar que el Señor era conducido por el Espíritu a liberar y evangelizar a los pobres (cf. Mt 4, 1; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13). De la misma manera el Espíritu conduce a la Iglesia a optar preferencialmente por los pobres; como afirma Juan Pablo II, "recordando que Jesús vino a evangelizar a los pobres (Mt 11, 5; Lc 7, 22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y marginados?" (Carta apostólica Juan Pablo II Tertio Millenio Adveniente, 51). Y es que, en la medida en que la comunidad y cada uno de sus miembros acogen al Espíritu Santo, dejándose conducir por Él, se sienten impulsados a continuar la obra de Jesús (cf. IP 23-24): la evangelización liberadora de los pobres. La Iglesia puede y debe hacer suya, con toda verdad, la afirmación de Jesús en la sinagoga de Nazaret: también ella es conducida por el mismo Espíritu que movió a Jesús, para que libere y evangelice a los pobres (cf. LG 8). Aún más, este es el signo de que se deja conducir con docilidad por Él.

Por todo lo que llevamos dicho, es claro que la misión permanente y primordial de la Iglesia es ser Iglesia de los pobres (cf. IP 25-28), como Jesús, que "fue radical y esencialmente pobre por su encarnación, y entregado principalmente a los pobres por su misión". Ante todo la Iglesia ha de ser pobre. Y esto de una manera concreta en: su constitución social, sus costumbres, su organización, sus medios de vida y su ubicación, "ha de estar" marcada preferentemente por el mundo de los pobres". Pero no basta con que la Iglesia sea pobre, tiene también que ser para los pobres, puesta fundamentalmente a su servicio: su preocupación, su dedicación y su planificación [ha de estar]… orientada principalmente por su misión de servicio hacia los pobres" (IP 25).

Lo dicho nos lleva a concluir que la opción por el pobre nunca es meramente "opcional" para el seguidor de Jesús: es condición absoluta del seguimiento, porque es constitutiva de la salvación, que consiste en liberarnos del pecado por el que no reconocemos a Dios como Padre y Señor, al no reconocer y acoger al prójimo como hijo de Dios y como hermano nuestro.

"Esta misión fundamental de la Iglesia hacia los pobres supone una permanente conversión, volcarnos, vaciarnos-todos-juntos hacia el lugar teológico de los pobres, donde nos espera Cristo para darnos todo aquello que necesitemos para ser verdaderamente su Iglesia, la Iglesia santa de los pobres y para los pobres (IP 28). Como es fácil suponer, esta con-versión, este vaciarnos juntos hacia el lugar teológico de los pobres, implica "la necesidad de conocer, vivir y compartir el mundo de los pobres" (IP 28).

Dimensión comunitaria y personal del compromiso con los pobres

El compromiso con los pobres es una dimensión constitutiva de la acción evangelizadora que tiene que llevar a cabo la Iglesia, la comunidad globalmente considerada. De ello se sigue que el sujeto del servicio a favor de los pobres es, también y ante todo, la comunidad en cuanto tal. De ahí que el compromiso con los pobres no pueda reducirse a una mera opción personal, o que se agote en el compromiso personal de cada uno de los miembros de la comunidad. Es la comunidad en su conjunto la que tiene que optar por los pobres y significar ese compromiso, visiblemente, como acción de toda la comunidad. Por eso no es de extrañar que la introducción al documento "La caridad en la vida de la Iglesia", se proponga, con carácter de urgencia, la eclesialidad de la pastoral de la Caridad. Llega a decir que "no basta con afirmar que es en la Iglesia donde se realiza (…). Hay que llegar a descubrir que es la misma Iglesia la que la realiza, en la pluralidad de sus sujetos individuales, colectivos e institucionales" (CEE, La Caridad en la Iglesia, 14).

El compromiso personal de servicio a los pobres que está llamado a realizar todo cristiano sólo se comprende y adquiere sentido pleno si se inscribe y sitúa al interior y como parte del compromiso de toda la comunidad. Una acción caritativa y social difícilmente será un signo eficaz de comunión e identidad eclesial si no aparece como una acción comunitaria y coordinada. Por ello nunca se insistirá suficientemente en la raíz eclesial de la caridad. La caridad no está "al lado", ni "al margen", ni "en el corazón" de la Iglesia: la caridad no "está" en la Iglesia. La caridad es la Iglesia viviendo en la práctica su dimensión de servicio y diaconía. La caridad no sería nada sin su constitutiva referencia eclesial.

LA OPCIÓN PREFERENCIAL POR LOS EMPOBRECIDOS

La escucha del clamor de los empobrecidos.

Si el clamor de los hijos de Israel, llegó a los oídos de Yahvé, que vio la opresión impuesta sobre ellos por los egipcios (cf. Ex 3, 7-9), hoy tiene que llegar a los oídos de los creyentes el clamor no menos angustioso de los empobrecidos. Y hemos de reconocer que no siempre lo hemos hecho así.

Nada ganaríamos con ocultar nuestros pecados sociales, puesto que estamos convencidos de que han podido contribuir a levantar la muralla de incomprensión que dolorosamente separa todavía a los pobres y marginados de la Iglesia. No son pocos, por desgracia, también los trabajadores, campesinos y hombres del mar de nuestros pueblos que creen todavía que la Iglesia no está de su parte compartiendo y haciendo suyas sus ansias de justicia y fraternidad.

Por eso, ante la situación de nuestros pueblos hoy, no es lícito ni cristiano ignorar la realidad, no queriendo ver la gravedad del problema ni la interpelación que la fe nos hace. Tampoco es cristiano habituarse a ella hasta llegar a la insensibilidad o a dejarse vencer por el pesimismo, autoconvenciéndose de que no es posible hacer nada, quedándose en simples lamentos.

Aquí son aplicables las palabras luminosas de Pablo VI: "El desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia… es observado por la Iglesia con atención. Apenas terminado el Concilio Vaticano II, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la urgencia de una acción solidaria…"(Encíclica Pablo VI, Populorum progressio, 1).

La situación de los pobres

Las cifras son frías, pero elocuentes. Para todos, especialmente para los creyentes los números de pobres son siempre números que tienen el rostro de una persona.

En nuestro planeta se encuentran por un lado países (Norte) con una poderosa estructura industrial, gran capacidad tecnológica, muchos servicios y abundantes bienes. Por otro lado, países (Sur) con una estructura industrial débil o nula, servicios públicos deficientes y gran cantidad de personas que viven en condiciones infrahumanas.

Norte

 1.200 millones de personas

(23% de la población mundial)

Posee: el 84% de los bienes

Sur

 4.100 millones de personas

(77% población mundial)

Posee: el 16% de los bienes

La forma más extrema de pobreza en el mundo se define como pobreza absoluta y supone una condición de vida al límite de la supervivencia, cifrada concretamente en una renta de 270 dólares al año; este tipo de pobreza es mucho más que una condición económica. Se extiende también a otros aspectos de la vida personal: indefensión ante las enfermedades, analfabetismo, sumisión y total inseguridad ante los cambios, etc.

Son pobres absolutos 1.300 millones de seres humanos (casi 1/3 de la población mundial ) y de ellos el 70% son mujeres.

Casi la mitad de los pobres absolutos viven en Asia, 778 millones, (el 25 % de los asiáticos); África es el continente con mayor concentración de pobres (el 62% de los africanos); en América Latina 156 millones, (el 35% de su población) vive en pobreza absoluta.

Un problema concreto y especialmente sangrante es el hambre. Los hambrientos en el mundo: 768 millones de personas

Región

 

América Latina

O. Medio - África Norte

África Sub - sahariana

Asia

Hambrientos (millones)

 

 59

25

168

516

% población

 

13%

12%

33%

19%

También en el Norte hay pobres. En el Norte la expresión pobre se refiere a aquellas personas, familias y grupos cuyos recursos - materiales, culturales y sociales - son tan limitados que les excluyen del mínimo nivel de vida aceptable en los estados miembros en los que viven. Y, según criterio establecido en la Unión Europea se dice que una persona es pobre cuando no supera la mitad de la renta familiar neta media de cada país. Esta definición considera pobres "a aquellas personas cuyos recursos materiales, culturales y sociales, son tan limitados que los excluyen del mínimo nivel de vida aceptable en los estados miembros en los que viven".

Pues bien, en esta situación hay 50 millones en la Unión Europea y 35 millones en Estados Unidos. En España hay casi 8 millones de personas pobres.

También en el Norte, dentro de los pobres se distingue la situación de la pobreza más grave, que se denomina pobreza severa. Y en esta situación en España hay alrededor de 1.500.000 personas.

Hoy más que nunca la pobreza significa exclusión y aislamiento social. Los pobres se encuentran en una situación de inseguridad que les reafirma en su fatalismo, desconfianza y falta de autoestima. Es frecuente que sucumba a enfermedades, a trastornos mentales, y a conductas asociales, muchas veces interpretadas por la sociedad como defectos patológicos.

Volviendo a la pobreza severa: está creciendo el número de personas marginadas, sin hogar, desarraigadas. "Los que no logran ir al compás de los tiempos pueden quedar fácilmente marginados, y junto con ellos lo son también los ancianos, los jóvenes que no pueden insertarse en la vida social y, en general, las personas más débiles y el llamado Cuarto Mundo. En estas condiciones, la propia condición de la mujer no es nada fácil" (CA 33).

La pobreza y sus condicionantes

La noción tradicional de pobreza se ha enriquecido con la definición que ofrece el consejo de ministros de la Unión Europea, en el marco de los programas europeos de Lucha contra la Pobreza. Esta definición considera pobres a "aquellas personas cuyos recursos materiales, culturales y sociales son tan limitados que los excluyen del mínimo nivel de vida aceptable en los Estados miembros en los que viven".

Esta definición supera el concepto monetarista de la pobreza. No obstante, para poder contabilizar el número de pobres la Unión Europea ha fijado el "umbral de la pobreza", según el cual se consideran pobres a efectos estadísticos a todas aquellas personas cuya renta está por debajo de la mitad de la renta media neta de su propio país.

Por esta razón en los estudios de Cáritas y de Foessa se viene distinguiendo dos niveles de pobreza dentro de este umbral. Las denominaciones más utilizadas para estos dos niveles son: "pobreza severa" y "pobreza moderada".

En el nivel de pobreza severa se incluyen quienes están por debajo del 25 % de la renta media neta del país, mientras que se consideran en situación de pobreza moderada todos aquellos que se sitúan entre el 25% y el 50% de esa renta media.

Factores condicionantes de la pobreza.

La realidad de la pobreza es compleja y cambiante. Existen diversos factores que irán condicionando el hecho de ser pobres:

- Pensiones pequeñas o ingresos mínimos de algunas familias frente al aumento del coste de la vida.

- Las condiciones precarias y de inseguridad en el trabajo.

- La situación en el medio rural: envejecimiento de la población, menos tierras dedicadas al cultivo agrícola, pequeñas explotaciones familiares incapaces de competir con innovaciones tecnológicas de las grandes empresas, etc.

- Ser inmigrante.

- Los fracasos en la educación provocan que no se pueda conseguir el alto grado de formación necesario para estar a la altura de las nuevas necesidades socio-laborales.

- Además, ser anciano, mujer marginada, ex-preso, tener problemas de salud (crónicos, drogas, Sida...), es un factor que favorece la desprotección y la pobreza.

Todo ello hace que el fenómeno de la pobreza se presenta con nuevos rasgos en el mundo occidental. Por eso la escucha ha de ser también nueva, con oídos más sensibles para estas pobrezas.

EXTRACTO DEL BORRADOR DEL DOCUMENTO

SOBRE LA CARIDAD EN EL IV SÍNODO ALMERIENSE

 

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