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En la escuela de la gente sencilla (Mt. 11,25)

 

Cuando en una noche de diciembre llegué al aeropuerto de san Javier (Murcia), después de 33 horas de viaje, por aquello de la huelga de controladores, me estaban esperando mis familiares. Al darme el abrazo de bienvenida me dijo mi cuñado, un tanto extrañado: "Pero, ¿sólo traes una maleta?". Si, sólo una ¿para quémás?- le contesté. Cuando marché a México hace 24 años recuerdo que llevaba dos grandes maletas bien apretadas. No quería dejarme nada que pudiera servirme para una misión que enfrentaba con mucha ilusión, pero que, por desconocida, provocaba en mí mucha inseguridad. ¿Sería capaz de responder a los retos que me esperaban? Llevaba en el corazón las ganas de apoyar desde mi fe en Jesucristo los procesos de liberación que se dieron allá por los años ochenta en América Latina. Me inspiraban los teólogos de la Liberación, el testimonio del Profeta y Mártir Mons. Romero y el de "tantas muertes hermanas" como dice Pedro Casaldáliga, así como el estilo evangelizador y misionero del carisma de Nazaret, alimentado en diez años de pertenencia a la Fraternidad Sacerdotal. Metí en las maletas cuantas cosas pensé que podrían servirme de apoyo. Me hubiera gustado llevar más, pero Iberia no lo permitía.

Después de veinticuatro años de andar por muchos caminos, conocer y acompañar a muchas gentes y comunidades, vivir muy ricas experiencias (todas finalmente positivas, aún las otras), regresé a casa con una sola maleta y no demasiado llena. Al llegar a la aduana no encontraron nada importante. Y es que lo más valioso, y tal vez lo más peligroso, no venía en la maleta. Lo traía puesto, incorporado, encarnado en mis entrañas de hombre creyente en Jesús y su Causa. En las largas horas que supuso el viaje de regreso, mi corazón, bastante pachucho por el adiós reciente, solo acertaba a decir la palabra que más había escuchado en aquellas tierras: Gracias.

Yo he regresado enriquecido con el tesoro de vida y esperanza que aquellas gentes y aquellos pueblos empobrecidos me permitieron conocer de sus vidas, de sus culturas y de su fe. Ellos me enseñaron el reverso, la otra cara de la historia que aquí en España yo estudié como página gloriosa. Escuché la memoria colectiva que los pueblos indígenas guardan en sus conciencias y trasmiten a sus descendientes sobre el descubrimiento de América y la llegada de los españoles. De gesta gloriosa, nada. Que no me vengan con lo de la leyenda negra. Allá pude conocer mejor de las batallas y de las artimañas de los conquistadores Cortés, Alvarado, Pizarro… contra los indios (¿salvajes?) que se resistían a la "civilización"; me indigné por la crueldad de sus métodos y sus mal disimuladas ambiciones. He conocido también, y demasiadas veces con dolor y vergüenza, el papel que jugó la Iglesia y los misioneros en aquella primera evangelización, casi siempre compañera de la espada y del orgullo prepotente. Esta fue para mí una mala noticia escuchada de la vida y la memoria colectiva de los pobres.

Pero, también allí, pude conocer, con alegría evangélica, de la otra cara representada por la denuncia profética que Fray Antonio de Montesinos y sus compañeros dominicos de La Española hicieron a la cara de los españoles que escuchaban su predicación.

Permitidme que lo trascriba por aquellos que no lo conocen:"… Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué auctoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades [en] que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado [en] que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo»."..." .

Este sermón tuvo consecuencias históricas. Por una parte provocó la ira y persecución por parte de los españoles que lo denunciaron ante el Rey de España, pero por otra, provocó la conversión de un clérigo encomendero sevillano que fue a enriquecerse a las India , pagando con catecismo las tierras y los colonos esclavos. Se trataba del que luego sería el gran defensor de los indios, Fray Bartolomé de las Casas. Por su lucha cargada de compasión y profecía en defensa de los derechos de los indígenas tampoco ha merecido ser santo ni beato. La razón es la misma por la que no lo es Mons. Romero. Pero, igual que éste, su nombre está vivo en la memoria colectiva de los pobres, que ya le hicieron santo sin precisar escalar la "Gloria de Bernini".

Entre los indígenas de México y Guatemala lo confirmé. Y es que comprendí que aquellas humillaciones, aquella invasión y robo de sus riquezas naturales así como la destrucción de sus riquezas culturales y religiosas que daban sentido a sus vidas, les llevaron a la humillante esclavitud y a un sometimiento tan injusto, no fue más que el principio. Aquello no pasó del todo porque sus consecuencias perduran hasta hoy. Al interior de sus países, los pueblos indígenas son discriminados, condenados a sobrevivir en la pobreza más injusta, privados de las oportunidades que otros disfrutan, manipulados por el analfabetismo planificado e impuesto, considerados personas de segunda clase. Sus países, eternamente en vías de desarrollo, sus autoridades compradas por intereses internacionales, sus gentes, sus tierras y sus riquezas siguen siendo objeto de explotación extranjera. Estos países empobrecidos que no acaban nunca de sacar los pies del plato, también son víctimas de políticas y leyes internacionales que les dan desde fuera como "lentejas, que si quieres..." Eso de la independencia y la democracia suena bien para discurso y poco más porque sus opciones políticas, económicas, financieras, comerciales… son impuestas y todo está bendecido y legalizado por el dios-mercado ó ley del más fuerte que es el árbitro de las relaciones nacionales e internacionales es este sistema neoliberal.

En el compartir cotidiano con ellos los esfuerzos casi inútiles para romper este muro de la desigualdad y de la pobreza injusta, me enseñaron y me urgieron a mirar la realidad, toda la realidad, desde la más personal y cotidiana hasta la familiar, social, política, cultural, religiosa, eclesial… desde otro lado: el lado de las víctimas. La dimensión de los pobres y los explotados ya la había aprendido aquí, a lo largo de mi experiencia como sacerdote obrero. Pero allá, en ese mal llamado tercer mundo, entre los indígenas zapotecas de Oaxaca- México y con los Cakchiqueles y los Q‘eqchíes de Guatemala, yo aprendí esa otra condición humana que marca desde que nacen a millones de "perdedores": Son las víctimas. Víctimas de un sistema capitalista neoliberal, de políticas asesinas, inmisericordes, terroristas y depredadoras. Ellas, históricamente, nacen y viven cargando una cruz injusta e impuesta que atenta de modo permanente contra sus vidas y su dignidad humana. Esto ya lo sabemos. Es cierto. Pero de tanto saberlo acabamos por resignarnos y autoconvencernos de que no podemos hacer nada.

Lo que quiero compartiros como Buena Noticia es que esas víctimas, aún sometidas a la pobreza más injusta y deshumanizante, condenadas a ser material de desecho, son portadoras de una gran sabiduría capaz de humanizar este primer mundo endiosado por su tener, su poder y su saber. La cruz de esas víctimas, que les desfigura hasta perder su apariencia humana (como al Siervo Sufriente de Isaías), puede ser fuente de luz sanadora y de sentido para el mundo rico occidental, oficialmente cristiano pero de entrañas fratricidas.

Así como el Hno. Carlos se sintió cuestionado por la fe del pueblo musulmán, por sus valores y su cultura, quiero compartiros que también para mí ha sido una fuerte experiencia el comprobar lo que ya conocía por la teología. Efectivamente, antes de que yo llegara, antes de que llegaran los españoles y los primeros misioneros, Dios ya estaba allí y aquellos pueblos estaban trabajados por el mismo Espíritu Santo dador de vida y que reparte siete dones o los que hagan falta, porque es Padre amoroso del pobre.

La Buena Noticia para mí ha sido conocer y experimentar el modelo de convivencia de estos pueblos. Su estilo de vida y sus valores comunitarios nacen de una cosmovisión compartida en la que se concibe la vida, toda existencia, como un proceso y tensión dinámica hacia la armonía y la comunión de los seres humanos entre sí, con la naturaleza, con el mundo de los vivos y de los muertos y con Dios. La cultura de estos pueblos no está basada en el competir, sino en el compartir; no en la eliminación y desprecio del contrario, sino en la integración y la complementariedad. Estos valores y actitudes se expresan gráficamente en la llamada "cruz maya" símbolo de su cosmovisión integradora. Curiosamente, el centro donde confluyen y se encuentran las cuatro direcciones es el lugar de Dios, el Corazón del cielo y el Corazón de la tierra simbolizado con los colores azul y verde. Para caminar hacia esa meta, que es su utopía, se articulan una ética, unos valores comunitarios y unas prácticas y ritos que van retroalimentando las relaciones interpersonales en la comunidad, la relación con la tierra, con los elementos de la naturaleza, con los que viven al otro lado de la muerte y con Dios.

No es momento de entrar en detalles, pero en un modelo de vida individualista, competitivo y obsesionado por el tener, es Buena Noticia conocer su sentido comunitario, su gran capacidad para consensuar decisiones, para elegir sus representantes, para organizarse y trabajar gratuitamente en beneficio de la comunidad, para compartir esfuerzos y gastos en fiestas y celebraciones… El símbolo de la comunidad es el "Poop", estera hecha de hojas de palma trenzadas que se extiende para dormir y que habla de articulación de todos en una unidad.

Otra dimensión muy importante es su relación con la naturaleza, con la Madre Tierra. Es otra Buena Noticia sobre todo cuando vamos tomando conciencia del daño ecológico y de los cambio climático que los seres humanos estamos provocando por nuestro desprecio a la naturaleza, nuestro desarrollo a costa de lo que sea, así como el ir experimentando las consecuencias de creernos dueños y señores de la tierra con derecho al uso y abuso de sus bienes, considerándola como simple mercancía y objeto de explotación y enriquecimiento. En estos días estamos impresionados por lo que está ocurriendo en Japón y sus trágicas consecuencias que deberían servir de cura de humildad y provocar un propósito de la enmienda de nuestro modelo de desarrollo. Me recuerda aquel gigante construido con muchos metales preciosos pero muy vulnerable por tener los pies de barro. Es un buen símbolo de nuestras sociedades ricas y de nuestros patrones culturales y de desarrollo que consideramos tan avanzados.

La cultura indígena está centrada en la Tierra, la que no podemos poseer porque es ella la Madre que nos tiene y mantiene, que nos proporciona lo que necesitamos para la vida. La actitud básica, tanto personal como comunitaria, tiene que ser de relación filial y respetuosa con la tierra, de humildad y agradecimiento, de cuidado para no dañarla por capricho, de no tomar más allá de lo que necesitamos, de pedir perdón por nuestros desórdenes y sentirnos en la obligación de compensarla por lo tomamos o alteramos en ella. Esto puede sonarnos a creencias de las culturas rurales que nada tienen que enseñarnos a nosotros, habitantes engreídos de la "polis".

Fueron muchas cosas las que aprendí de su estilo de su manera de entender la vida y la muerte y que me hicieron crecer como ser humano en responsabilidad y rebeldía. Creo que estas culturas, más vivas en las zonas rurales y en peligro de extinción por el impacto de la cultura dominante, encierran una gran sabiduría que deberíamos considerar y cuidar como un verdadero patrimonio de la humanidad. También, por supuesto, tienen sus contravalores como todo lo humano, pero en estos tiempos en que masticamos con tristeza la sensación de pérdida de valores que hagan más humana esta humanidad cainita, pueden y deben ser referentes hacia un estilo de vida y de desarrollo más humano y fraterno.

ANTONIO SICILIA VELASCO

 

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