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Carlos de Foucauld: Apóstol de los abandonados y defensor de los esclavos[1]

Los Abandonados

Antes de que el Hermano Carlos hubiera llegado a la decisión de recibir las órdenes, ya aparecen en sus escritos indicios de hacia dónde dirigirá sus esfuerzos; así en Nazaret en 1898 y en el comentario al Reglamento de los Hermanitos del Sagrado Corazón, vuelve a poner en boca de Jesús, y con sus propias pala­bras tomadas literalmente de los evangelios, para comentar el capítulo III de su proyecto “Establecimiento de los Hermanitos del Sagrado Corazón en los países de infieles”: “Los sanos no son los que necesitan del médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores (...) Viendo todos esos pueblos, tuvo compasión de ellos, porque estaban abrumados de males, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: la mies es mucha pero hay pocos obreros (...) Os envío como ovejas en medio de lobos (...)” (AOS, p. 443).

Ya el año anterior, 1897, meditando la bienaventuranza de los misericordiosos, escribe:  “Debemos amar a todos los hombres como a nosotros mismos, pero debe­mos inclinarnos sobre todo hacia los miserables, hacia todos los que el mundo olvida, desprecia, rechaza: los pobres, los pequeños, los sufrientes, los ignorantes, porque tienen más necesidades y menos recursos; es por estas dos causas por las que Dios recomienda a esta clase de desheredados de bienes de la tierra a quienes le sirven: Él quiere que los que no tienen amigos ni familia en el mundo, encuentren una familia y amigos en aquellos que sirven a Dios, Él que se declara especialmente su Padre, «pater orphano­rum et viduarum»” (AOS, p. 224) .

Hacia esta misma época comenta el Salmo 81, y dice: “Ocupémonos de los pobres, porque tienen necesidad de todo y Jesús nos los ha legado no como hermanos, sino como Él mismo, a cuidar, a alimentar, a vestir, a consolar, santificar, salvar, en fin a amar. Ellos son sus “hermanos”, dice Él, es la familia que Él ha adoptado, la que Él nos ha legado. A nosotros nos corresponde ver si queremos aceptarla o rechazarla de su mano” (AOS, p.88).

Esta dirección apostólica hacia los abandonados se hará más concreta y clara cuando, tras el fracaso de la compra del Monte de las Bienaventuranzas decide, ya ordenado, orientar su esfuerzo y vocación apostólica a los infieles. Así lo había formulado en el retiro preparatorio a su ordenación sacerdotal, que recibió en Viviers (Francia) el 9 de junio de 1901.”¿No es preferible ir primero a Tierra Santa? No. Una sola alma vale más que Tierra Santa entera y que todas las criaturas no racionales reunidas. Hay que ir, no donde la tierra es más santa, sino donde las almas tienen más necesidad. En Tierra Santa hay gran abundancia de sacerdotes y religiosos, y un gran número de almas a salvar... Allí, tierra, aquí, almas; allí, abundancia de sacerdotes, aquí, penuria” (AOS, p. 534).

Inmediatamente después de su ordenación, sueña con su fundación de Hermanitos, y escribe a su amigo H. de Castries para que le ayude a instalarse en la frontera marroquí, explicándole su proyecto. “Somos algunos monjes que no podemos recitar nuestro Padrenuestro sin pensar con dolor en este vasto Marruecos donde tantas almas viven sin “santificar a Dios, formar parte de su Reino, cumplir su Voluntad, ni conocer el pan divino de la Sagrada Eucaristía”, y sabiendo que hay que amar a estas pobres almas como a nosotros mismos, nosotros querríamos hacer, con la ayuda de Dios, todo lo que depende de nuestra pequeñez para llevar la Luz de Cristo y hacer descender sobre ellos los rayos del Corazón de Jesús” (LFT, p. 237) .

“No me es posible practicar el precepto de la caridad fraterna sin  consagrar mi vida a hacer todo el bien posible a estos hermanos de Jesús a quienes les falta todo, puesto que les falta Jesús. Si estuviese yo en el lugar de estos desgracia­dos musulmanes, (...) y conociese mi triste situación, ¡oh cómo querría que se hiciese lo posible para sacarme de ella! Lo que yo querría para mí, debo hacerlo por los demás: «Haz lo que tú quieres que te hagan», y tengo que hacerlo por los más olvidados, por los más abandonados, ir a las ovejas más perdidas, ofrecer mi banquete divino no a mis hermanos ni a mis vecinos ricos (ricos porque conocen todo lo que estos desgraciados no conocen), sino a estos ciegos, a estos mendigos, a estos tullidos, mil veces más dignos de compasión que los que no sufren más que en su cuerpo”  (LFT, p. 241).

Escribe a su prima, Sra. de Bondy, el 9 de septiembre de 1901, en el momento de embarcar en Marsella rumbo a Argelia, pero con in-tención de instalarse cerca de la frontera de Marruecos: “He hecho gestiones para ir al sur de la provincia de Orán, en la frontera de Marruecos, para vivir en una de las guarniciones francesas, que no tienen sacerdote; vivir como monje silencioso y enclaustrado, sin título, ni de capellán, ni de párroco, sino como monje que ora y administra los sacra­mentos. La finalidad es doble: 1º, impedir que nuestros soldados mueran sin sacramentos, en lugares donde la fiebre los mata en gran número y no hay ningún sacerdote; 2º y sobre todo, hacer el mayor bien que actualmente se pueda a las poblaciones musulmanas tan numerosas y tan abandonadas, llevando al medio de ellas a Jesús en el Sto. Sacramento; la Santísima Virgen santificó a Juan Bautista llevándole a Jesús”  (LMB, p. 85).

Vuelve a escribir a su prima emocionado y admirado ante la doble perspectiva misionera que se abre ante él: la atención a los sol-dados moribundos (lo repite por dos veces; recuérdese su pena por no poder atender a los moribundos armenios persegui­dos). El mismo día de su llegada a Argel: “Está decidido que iré a establecerme a una guarnición francesa que se llama Beni-Abbés (...) Es un oasis importante del Sahara, situado en la frontera marroquí.. La obra que se ha confiado a vuestro hijo es admirablemente bella: llevar el Santísimo Sacramento más lejos en el Sahara, y hacia el Sur y hacia el Oeste, más allá de donde nunca fue llevado, y, en todo caso, donde no ha sido llevado desde los tiempos de S. Agustín, santificar a los infieles por esta divina presencia, llevar los consuelos de la religión a nuestros soldados moribundos, es una misión grande y bella que necesita gran virtud”   (LMB, p. 85) 

El 8 de diciembre de 1901, dos meses después de su llegada a Beni-Abbés, escribe a su prima la distribución de su tiempo, y el silencioso contemplativo no puede sino anota: “Después, lo que me ocupa mucho tiempo, recibir visitas, algunos oficiales, muchos soldados, muchos árabes, muchos pobres, a quienes doy cebada y dátiles en la medida de mis posibilidades”  (LMB, p. 92).

Y el 23 de diciembre escribe al P. Jerónimo, indicándole el camino de conducción de los musulmanes a Jesús: “Aquí hay mucho bien que hacer, tanto a los indígenas como a los oficiales y a los soldados: hay 200 soldados cristianos, muchos indígenas, la mayor parte pobres, muchos pobres árabes viajeros; la limosna, la hospitalidad, la caridad, la bondad pueden hacer mucho bien entre los musulmanes y disponerlos a conocer a Jesús. A los soldados se les puede hacer también mucho bien; espero que algunos comulguen en la misa de medianoche, yo trato de atraerlos para atraerlos a Jesús”.  (LFT, p. 266)

 

Los Esclavos

En estos momentos de su llegada, el Hermano Carlos va a encontrar a los más pobres de entre los pobres: los esclavos. Su corazón humano y evangélico no permanecerá indiferente. Primero trata de liberar a alguno por la compra, pero pronto se da cuenta de que no es ese el sistema que podrá dar la libertad a todos los que se encuentran en esas condiciones.

El 9 de enero de 1902 se dirige a Dom Martin; el asunto de la esclavitud ocupará buena parte de su correspondencia en este tiempo. “Le escribo en este papel no solamente por amor a la pobreza del divino Salvador y del pesebre, sino también porque la dirección del sobre le agradará: la pobre morada de su hijo y su oratorio comienza a ser llamada "fraternidad" por cristianos, musulmanes y judíos; además este sobre es un precioso recuerdo de la jornada de hoy, una de las más benditas de mi vida: por primera vez he podido redimir un esclavo; no sin dificultad, con la ayuda de S. José a quien había confiado el asunto, he podido conceder esta tarde la libertad a un pobre adolescente del Sudán, arrancado hace cuatro o cinco años a su familia; el capitán a quien he entregado mi flaca bolsa me ha enviado en este sobre la aceptación del rescate por parte del dueño de "José del Sagrado Corazón" (he puesto este nombre al pobre liberto); por esta razón este sobre me resulta un dulce recuerdo” (LFT, p. 272) .

Observemos la universalidad de su "jauia", fraternidad, así lla-mada por los tres grupos religiosos que viven en el Sahara, y que tienen por padre común a Abraham.

El 7 de febrero del mismo año vuelve a dirigirse a Dom Martin; Carlos acepta en su expresión las razones de Dom Martin respecto a la esclavitud, pero ¿las acepta realmente?  El tono del resto de la carta, después de la aceptación, lo desmiente. Desde la ética republicana primero y desde la cristiana después, rechaza con fuerza y claridad la esclavitud. Pero esta voz profética será acallada por la autoridad eclesiástica. Carlos obedecerá, pero bien a su pesar. Escuchemos sus razones y protestas: “Gracias por la respuesta tan clara y completa sobre la esclavitud. Lo que Vd. dice es lo que yo hago respecto a los esclavos: lejos de predicar rebelión y huída, les digo: paciencia y esperanza; Dios permite vuestras penas para vuestro arrepentimiento y vuestra gloria celeste; orad a Dios y santificaos; «a quien busca el Reino de Dios, el resto se le da por añadidura». La esclavitud de los hombres y la patria terrestre pasan rápido, como la vida. Pensad en la esclavitud de Satán y en la Patria Celestial.

Pero dicho esto, y aliviándolos en la medida de lo posible, me parece que nuestra obligación no ha terminado: y hay que decir -o hacer que lo diga quien corresponda-: non licet, Vae vobis, hypocritae, que ponéis en los sellos y en todas partes `libertad, igualdad, fraternidad, derechos humanos y que remacháis los grilletes de los esclavos, que condenáis a galeras a los que falsifican vuestros billetes de banco, y permitís que se roben niños a sus padres y se vendan públicamente, que castigáis el robo de un pollo y permitís el de un hombre (efectivamente, de estas regiones son niños nacidos libres, arrancados violentamente por sorpresa a sus padres... Pues hay que «amar al prójimo como a uno mismo» y hacer por estas pobres almas «lo que quisiéra­mos que se hiciera por nosotros», impedir que se pierda ninguno de los que Dios nos ha confiado, y Él nos confía todas las almas de nuestro territorio. No debemos mezclarnos en el gobierno de lo temporal, nadie más convencido de ello que yo, pero hay que «amar la justicia y odiar la iniquidad», y cuando el gobierno temporal comete una grave injusticia contra aquellos de los que en alguna medida estamos encargados (yo soy el único sacerdote de la prefectura en 300 kms. a la redonda), hay que decírselo, pues nosotros representamos en la tierra a la justicia y a la verdad, y no tenemos derecho a ser «centinelas dormidos», «perros mudos», «pastores indiferentes».

Yo me pregunto, en una palabra, (estando de acuerdo como estamos respecto a la conducta a seguir con los esclavos), si no hay que levantar la voz directa o indirectamente para dar a conocer en Francia esta injusticia y este robo autorizado de la esclavitud en nuestras regiones, y decir o hacer decir : esto está pasando, non licet.

Yo he avisado el Prefecto Apostólico: quizá es suficiente. Lejos de mí el deseo de hablar o escribir: pero no quiero traicionar a mis hijos, no hacer lo necesario por Jesús, vivo en sus miembros; es Jesús quien está en esta dolorosa situación. «Lo que hacéis a uno de estos pequeños, a Mí me lo hacéis». No quiero ser mal pastor, perro mudo. Temo sacrificar a Jesús a mi descan­so y a mi gran gusto por la tranquilidad y a mi dejadez y timidez naturales” (LFT, pp. 276-277).

Dom Martin responde al Hermano Carlos de forma contundente, prohibiéndole dirigirse a nadie con el asunto de la esclavitud y manipulando descaradamente la obediencia religiosa a través de un ejemplo de la vida militar, que sabe que va a impresionar al Hermano Carlos. Y entre otras cosas, le dice: “Me parece que Vd. transforma demasiado fácilmente sus ideas personales, cuando el fin es bueno, en órdenes de cielo” (LFT, p. 283).

En su respuesta del 17 de marzo de 1902, Carlos se atreve a expresar su disconformidad con alguna de las ideas de Dom Martin, pero finalmente obedece sin rechistar. La Iglesia del Sahara no será la que eleve su voz profética contra la esclavi­tud.  “Es lo que he hecho. He utilizado todos los medios para dar a conocer la verdad al Prefecto Apostólico, advirtiéndole que no actuaría a menos de recibir órdenes: pero pienso que no las recibiré, pues le es más fácil a él actuar que a mí; ellos solos pueden en realidad hacer bien las cosas” (LFT, p. 284) .

El Hermano Carlos fue sin duda fiel a su conciencia. Su forma de entender la obediencia le impedía seguir más adelante en su protesta y su acción. El 26 de junio volvió a escribir a Mons. Guerin, el Prefecto Apostólico, en términos muy semejantes a los de su carta a Dom Martin. Ningún resultado. El silencio de la Iglesia se impuso una vez más sobre el grito de los deshere­dados. En la larga carta, dice a Mons. Guerin: “La esclavitud es llevada aquí a sus extremos límites de barbarie: en algunos países los esclavos musulmanes son bastante bien tratados (la esclavitud sigue siendo no menos monstruosa); aquí el rigor de la esclavitud es tal que ninguna familia es posible a estos desgraciados; si un esclavo se casa, los niños pertenecen al amo de los padres, que los venden cuando les parece, por muy niños que sean ... Mi  bienamado y venerado Padre, me creo obligado por la palabra de Jesús «haz a otro lo que tú querrías que te hiciesen», a hacer lo que pueda por estas pobres almas, que son mis hijos, y mucho más los suyos...

Y no es solamente su bien temporal el que está en juego, sino su vida eterna, pues si uno de ellos fuese conocido como converso al cristianismo, sus amos, con poder absoluto sobre él, le impedirían volver a poner los pies en mi casa, ¿y qué sería de esta frágil flor de la fe? La autoridad francesa permite todo a los amos, salvo matarlos o maltratarlos hasta el punto de dejarlos gravemente enfermos. Pero los esclavos temen todo de sus amos, todo sin excepción, sabiendo que la autoridad ignorará siempre lo que pase en el fondo de una tienda del Erg.

Dicen: los esclavos son necesarios en este país (...) se necesitan para los cultivos (...) sin ellos los oasis se acabarían. Es muy inexacto. Muchos oasis, los más prósperos, no tienen ningún o casi ningún esclavo... (En Mazzir no hay ninguno, aquí, hay ocho o nueve). Los que tienen muchísimos esclavos son los nómadas y los marabús; ni unos ni otros trabajan nunca, pasan toda su vida en la ociosidad, y se sublevarán contra nosotros en la primera ocasión; libertando sus esclavos, se les hará trabajar un poco, lo cual les mejorará en la misma proporción, y los volverá más sumisos: lo cual no tendrá más que ventajas... Pero aunque no tuviese ninguna ventaja y tuviese los falsos inconvenientes alegados, aún entonces habría que libertar a los esclavos, porque es lo justo, todos los hijos de Adán son iguales, primos hermanos, y esto es lo conforme al divino principio «haz a otro lo que querrías que se te hiciese»” (AOS, pp. 627-628).

Ni las razones humanas ni las divinas que aduce el Hermano Carlos cambiaron la actitud de la Iglesia sahariana y menos la de la autoridad francesa. De forma que todavía en 1914, el Hermano Carlos se sintió obligado a redactar una nota con 14 puntos, en la que ya que no había conseguido la abolición, pedía que se dieran a los esclavos unas condiciones de vida menos desgracia­das y sobre todo se aprovechara la mínima torpeza de sus amos para darles libertad. Transcribimos los tres primeros artícu­los, que nos dan el tono del resto: “Medidas   propuestas   relativas   a  los  esclavos   de  Ahag­gar. 1. Prohibido comprar, vender, dar gratuitamente o recibir gratuitamente esclavos. 2. Cualquier esclavo introducido de territorio no francés en territorio francés (por ejemplo, de Tripolitania en Ahaggar), es libre por el mismo hecho. 3. Cualquier niño legítimo, nacido de padre libre y de madre esclava, o de madre libre y padre esclavo, es libre)”  (AOS, p. 625).

Sin embargo el Hermano Carlos seguramente dolorido, como lo deja traslucir a pesar de sus intentos de lo contrario en la carta de respuesta a Dom Martin, sigue su camino hacia los deshe­redados. No sólo lo son los esclavos, también los musulmanes en general y los niños en especial. La atención a éstos figura entre los capítulos del Reglamento de los Hermanitos del Sagrado Corazón (Cap. XXX: Caridad con las personas de fuera).

“Vemos en todo huésped, pobre, enfermo, que llegue a nosotros, un ser sagrado, un ser en el que vive Jesús, una cosa indeciblemente santa, por grande que sea la corteza de pecado y de mal que pueda envolver a estas pobres almas... «salvar lo que estaba perdido», «por ellas ha venido el médico divino, no por los sanos». Uno de los medios más eficaces de hacer el bien a las almas de los pecadores, de los enemigos, de los infieles es aliviarlos, consolar­los, ser tiernos, bienhechores, buenos, fraternos para con ellos, ablandando sus corazones por el fuego de nuestra caridad, preparándolos a amar a Jesús, haciéndoles estimar a sus servidores: La Fraternidad es el tejado del Buen Pastor” (AOS, p. 460).

Ión Etxezarreta Zubizarreta,

Hacia los más abandonados, pp. 108-112

 

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[1] Obras citadas: AOS, Oeuvres spirituelles de Charles de Jesús, père de Foucauld (Anthologie);  LFT, Lettres à mes frères de la Trappe;  LMB, Lettres à Mne de Bondy.

 

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