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CARLOS DE FOUCAULD, UN SACERDOTE DIOCESANO ATÍPICO

 

"Sacerdote libre de la diócesis de Viviers". Esta fórmula bien conocida - con la que Carlos de Foucauld se presentó al abad Caron, en su correo del 8 de abril en 1905- nos invita a recordar la figura de este sacerdote diocesano, "no igual al resto de sacerdotes de su presbiterio", cuyo testimonio, hoy más que nunca, sirve de orientación para los sacerdotes diocesanos.

¿Es Carlos de Foucauld religioso, monje, misionero, sacerdote diocesano? Su vida responde sin duda a cada uno de estos calificativos. Pero su experiencia revela claramente una figura entrañable y sorprendente del ejercicio del ministerio presbiteral. Su vida es una historia de santidad en una vida sacerdotal que se sale de lo corriente.

¿Carlos de Foucauld quería ser sacerdote diocesano? Pierre Sourisseau, en el Bulletin des Amitiés, ha recordado claramente el itinerario de Carlos cuando deseaba ser sacerdote, en los años 1897- 1900, últimos años de su estancia en Tierra Santa. Carlos deseaba ser sacerdote, pero es legítimo preguntarse, ¿deseaba ser sacerdote diocesano?

El padre Jean Ribon1 nos ha expuesto el desarrollo de sus relaciones con la diócesis de Viviers y su incardinación a propósito de su ordenación de 9 de junio de 1901. Yo por lo tanto me remito a este estudio para centrarme en la siguiente cuestión: ¿Cómo explicar que este hombre ha inspirado e inspira todavía el modelo pastoral y espiritual de numerosos sacerdotes diocesanos a lo largo del mundo? Me pueden contestar: Porque mantuvo un tipo de relación con Monseñor Guerin, su obispo en el Sahara, ejemplo para los sacerdotes diocesanos.

Es también, y quizás especialmente, porque sus intuiciones misioneras fueron fecundas para la labor pastoral y para la búsqueda de caminos espirituales por parte de los sacerdotes seculares.

Estas intuiciones están hoy en día presentes y fuertemente expresadas en la Fraternidad Sacerdotal Jesús Caritas. Intentaré contestar brevemente a estas tres preguntas en mi intervención.

 

UN SACERDOTE EN RELACIÓN MUY ESTRECHA CON MONS. GUÉRIN, PREFECTO APOSTÓLICO DE GHARDAÏA.

En el Sahara el nuevo sacerdote va a vivir "el ministerio", como se suele decir cuando se habla de la misión de sacerdotes diocesanos con el pueblo que se le ha confiado.

Mons. Guérin le confía su tarea pastoral, en Staoúeli, el 24 de septiembre de 1901. Carlos agradece a Mons. Linvinhac, superior  de los Padres Blancos el "haber consentido su establecimiento en el Sur".

"Mi vida se ha convertido en una vida al servicio del ministerio", escribe a monseñor Güérin el 19 de enero de 1902. Muy pronto comienzan los planes de "las obras a realizar", no menos de quince, se lee en la larga carta del 4 de febrero de 1902: éstas se hacen desde una preocupación por los viajeros de esclavos y los ancianos pobres y abandonados, la enseñanza de los niños, pasando por el servicio a los enfermos, soldados, musulmanes, judíos, y de "todos los habitantes de la región, de la prefectura y del mundo (y del purgatorio) ..."

Solicita le faciliten el manual del misionero y del pastor para el desarrollo de su ministerio en Benni - Abbès. Asiste a los soldados heridos en Taghit. Mantendrá su compromiso de visitar los oasis y ofrecer los sacramentos a los militares.

Pero de todas formas el ministerio del hermano Carlos se parece más bien poco al de un sacerdote diocesano de su tiempo. Él escribió a Raymond de Clic el 29 de marzo de 1908: "Me quedo fraile -monje en país de misión-  monje misionero, pero no misionero". El hermano Carlos es un ermitaño que quiere vivir la primera regla de los Pequeños Hermanos del Sagrado Corazón. Pero es un ermitaño que tiene un corazón tan misionero que está dispuesto a todo por la salvación de las almas,  "listo para ir al final del mundo y vivir hasta el juicio final"2.

Además, su idea de la misión (idea a la vez realista y profética) no está centrada en los lugares habituales de la misión. Por ejemplo el escribirá a Mons. Guérin el 6 de marzo de 1908: "Predicar el evangelio a los tuaregs, no creo que Jesús lo quiera, ni de mí ni de ningún otro".

Una línea característica de su ministerio en el Sahara es ciertamente la relación cercana que mantiene con su obispo, Mons. Guérin. Es una relación privilegiada pero al tiempo característica de un sacerdote diocesano. Al leer su abundante correspondencia con Mons. Guérin, uno se sorprende, en primer lugar, por su confianza, su afecto, su fidelidad a su obispo. Él lo llama "su padre" aunque Guérin es 14 años más joven. Es verdad que la necesidad de encontrar un padre es muy fuerte en el corazón de Carlos: el abad Huvelin es su padre espiritual, Mons. Guérin es un padre para su ministerio. Carlos tiene la necesidad de esta paternidad; percibe, muy acertadamente que toda autoridad debe ser paternal. Mons. Guérin entra de lleno en este tipo de relación, jugando su papel de responsable que sabe decir no a veces, pero con un afecto y un respeto que ayuda al hermano Carlos a vivir su misión.

¿Por qué no era fácil ser el obispo de Carlos de Foucauld? El ermitaño tuvo el deseo profundo de vivir la clausura pero sus sentimientos misioneros le hacen desarrollar iniciativas y proyectos que el obispo tendrá dificultades para moderar. "El obispo es el moderador de los carismas de sus sacerdotes" ha escrito el cardenal Danneels3. El término de moderador le viene bien a la autoridad pastoral de Mons. Guérin. Carlos es muy obediente. Quiere serlo. Valora la libertad en una relación de verdadera obediencia. Por ejemplo, es él quien tiene la iniciativa de irse al Sur, bajo la sugerencia de Laperrine, obligando un poco a su obispo a aceptar. Él hizo entonces esta sabrosa reflexión: "Yo no me voy tan rápido debido a la falta obediencia hacia usted, querido y muy venerado padre, sino que la más perfecta obediencia, (y esta forma parte de su perfección), comporta en ciertos casos la iniciativa4".

Carlos de Foucauld emprende una campaña para que Francia luche contra la esclavitud en Argelia. Se pone el objetivo de trabajar en la lengua tuareg, tarea que va a llenar lo esencial de sus días durante más de diez años. Hace continuamente proyectos para la evangelización del Sahara.

Mons. Guérin respeta siempre la intuición fundamental de la vocación del hermano Carlos: Nazaret. Un momento bastante difícil, en sus relaciones, será la edición de trabajos en lengua tuareg. Mons. Guérin piensa que la imagen de la Iglesia sería reconocida socialmente, en una época "donde se ataca tanto a la religión" (1907), si las obras publicadas llevan el nombre del Padre  de Foucauld. La respuesta es clara: "Nunca, nunca, nunca, no permitiré que nada sea publicado con mi nombre (...) no son esos los medios que Jesús nos ha dado (...) en el portal de Belén, en Nazaret, en la cruz5".

En efecto, Carlos es libre dentro de la obediencia. Fija su mirada en lo esencial, que no es otro asunto que vivir su vocación de Pequeño Hermano. Sin embargo, se dirige muy a menudo a su obispo, incluso para contarle sus vacilaciones y sus elecciones. Como las contestaciones del obispo, en el Sahara, tardan en llegar a su destinatario, no vacila en decir: "Yo haré lo que me parezca mejor desde la mirada de Dios6". Es libre también para decir lo que piensa a su obispo. De esta forma, cuando recoge a dos morabitos que hablan del viaje del obispo que va a camello, él no tiene miedo de escribir a Mons. Guèrin: "los morabitos van a pie (...) y nosotros somos discípulos de Jesús (...)7". La relación con su obispo, como con los superiores en general, nos muestra una idea muy alta de la autoridad, aunque su experiencia militante está más bien caracterizada por un espíritu de independencia. Piensa con naturalidad que los responsables jerárquicos tienen un gran poder y les basta con dar su aprobación a un texto o a una obra, como es el caso de la Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús que quería fundar alrededor de 1909, para atender a los interesados en su solicitud. Pero si hizo esta petición a Mons. Guérin fue ante todo porque tenía total confianza en él y porque se sabe querido por el obispo de Viviers.

El Hermano Carlos es libre y afectuoso dentro de la obediencia. Las páginas que el Hermano Carlos escribe el 29 de junio de 2010, cuando se entera de la muerte de Mons. Guèrin, son un bello testimonio de relaciones filiales entre un sacerdote y su obispo: Mirada de fe en la autoridad apostólica; admiración fraternal por las cualidades humanas de su obispo, plena comunión en el mismo ideal misionero. El encuentro de estas dos personalidades es una bella página de historia para nuestros días.

 

UN TESTIMONIO DE SACERDOTE CON INTUICIONES MISIONERAS

Cuando hablamos de la vida de Carlos de Foucauld en el Sahara, descubrimos una manera original de vivir el ministerio sacerdotal. Original por su estilo de vida, inaugura un estilo de vida monástico, que el padre Voillaume reanuda y desarrollará en sus principales intuiciones. Original por las iniciativas que desarrolla, que se salen del camino trillado. Baste mencionar algunos aspectos.

- El trabajo lingüístico. Realizado como un medio para facilitar la evangelización a los Padres Blancos, se convierte en una obra científica de gran alcance. Apasionado por la lengua y la cultura tuareg, trabaja humildemente -y con una gran preocupación por alcanzar la perfección- en el estudio y la promoción de esta cultura. Más tarde, sin pretender hacer "una obra de país de misión" se convertiría en una intuición misionera que encuentra un hueco en la vida de muchos sacerdotes, por citar un ejemplo, aquellos que se dedicaron al mundo de los trabajadores.

 La idea de que se puede vivir el ministerio sacerdotal misionero teniendo una profesión es también original. "Creo que de Pablo, Timoteo, Tito, Lucas, que vinieron aquí como vendedores de tejidos serían bien recibidos en el Sur (...), y hoy podrían conectar fácilmente con el mundo del trabajo en tareas agrícolas y con diligentes comerciantes viajeros" (1905).

- La llamada de laicos para trabajar en la evangelización. Siempre dio importancia a la colaboración con los laicos, en su comportamiento misionero. Basta recordar sus relaciones de amistad con Laperrine. Escribirá que el apostolado pasa por el trato y la amistad con las personas: "Debe detenerse aquí, donde se pueden hacer amigos duraderos", escribe a Mons. Guèrin el 2 de abril de 1906. Para estos contactos se desean laicos cristianos. Quiere que se llame a los Priscila y Aquila, a ser testigos del evangelio como laicos entre las poblaciones saharianas: "nos hacen falta misioneros de la santa Priscila", escribe a Monseñor Guèrin, el 1 de junio de 1908.

Son numerosas las intuiciones de Carlos para la misión: Sacerdotes comerciantes, lingüistas o etnólogos, laicos misioneros. Todas responden al ardiente deseo de ser "salvadores con Jesús" ¿Qué haremos nosotros por estas 100.000 almas del Sahara" escribe a Mons. Guèrin, el 1 de junio de 1908. Desea fundar a "manera de una tercera Orden", en concreto, una hermandad para la conversión de las colonias francesas. La intuición de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón ocupará la mayoría de sus energías de sus últimos años de existencia.

Carlos vivió el ministerio sacerdotal en constante búsqueda de fidelidad a las llamadas de Dios en el momento que le tocó vivir. La evolución de sus iniciativas misioneras no responde sólo al deseo de moverse de un sitio para otro (aunque es considerable en el explorador), o a un carácter de inestabilidad, sino a una búsqueda constante de lo que quiere Dios en la misión. Escribe las prioridades misioneras, que son a veces sorprendentes (¡un ejemplo para los sacerdotes diocesanos!), cuando por ejemplo escribe a Mons. Guérin, el 12 de noviembre de 1911: "no dedico el tiempo suficiente a la oración, a la meditación, a las lecturas religiosas. Todavía creo que hago bien haciendo lo que hago, porque no se puede restar el tiempo consagrado a los tuaregs". Prioriza el servicio de las gentes a la presencia en el mundo, como se diría hoy. Para Carlos de Foucauld, esta presencia no se puede separar de la actitud contemplativa, porque así su corazón es todo entero del Señor.

Todo este ministerio es desarrollado por el hermano Carlos en el marco habitual de la vida de sacerdote diocesano. ¿Es más hermano de hombres que pastor, como se ha escrito? Puede ser. ¿Más monje que misionero? No es cierto. En todo caso, el ermitaño del Sagrado Corazón es plenamente sacerdote, de manera original, dentro de su misión cerca de los tuaregs. Con ese acento de humildad que no engaña: "Soy un mal pequeño sacerdote, nada del todo"8, "menos capaz (...) que los sacerdotes"9.

 

UN TESTIMONIO PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS

Son muchos los sacerdotes diocesanos que se encuentran plenamente identificados con la vida y las intuiciones de Carlos de Foucauld.

¿Por qué? Su relación con la persona de Cristo, su preocupación por la presencia en el mundo y su tipo de vida misionera recuerdan a los sacerdotes diocesanos de la posguerra, la unidad entre la vida contemplativa y la nueva presencia apostólica.

Cuando los sacerdotes de la primera "Unión de hermanos de Jesús" se reúnen en el Tíbet y en Montbard en 1952, es para vivir, en comunión con los Pequeños Hermanos, la espiritualidad de Carlos de Foucauld en su ministerio. En el primer mes de Nazaret, en Boquen en 1955, las orientaciones se precisan, dentro de la línea del decreto Provida Mater, por el que la iglesia reconoció, en 1947, la importancia de los institutos seculares. Se habla incluso de deseos y de noviciado para vivir mejor la vocación de sacerdote diocesano en Fraternidad.

El reto era importante. ¿Qué lugar ocupa el aspecto contemplativo en la vida del sacerdote diocesano?, ¿se debe inventar otra manera de vivir el evangelio como sacerdote diocesano, inspirándose en el testimonio de Carlos de Foucauld? Era la época anterior al Concilio. Las intuiciones de los "primeros" (Gabriel Isaac, Pierre Cimetière, Guy Riobé, entre otros) son fuertes y fecundas: no un instituto, sino una simple unión de sacerdotes. Esta unión se convirtió, en el año 2000, en una asociación de fieles10.

Se celebraron varias  asambleas  generales para situar  bien  "La Unión Sacerdotal Jesús  Caritas"  en  sus  rasgos esenciales, que se pueden sintetizar de la siguiente manera: una búsqueda de la santidad en el seno del clero diocesano; una llamada de Jesús amado por si mismo y fuente de la vida apostólica de los sacerdotes; gracias a la vida de fraternidad que ayuda a servir mejor al evangelio en una diócesis.

Cuando  la Unión,  convertida en  "Fraternidad  sacerdotal  Jesús Caritas" escribió su Libro de Vida, en una asamblea de 1975 de la que he guardado un recuerdo muy intenso, la primer afirmación fue significativa:  "la vida de los hombres y la vida del mundo son la primera materia de nuestro  encuentro",  escribió  Peter  Hünermann. Se dice que la Fraternidad había integrado las grandes intuiciones del Concilio Vaticano II además de la experiencia de Acción Católica, de los sacerdotes obreros y de los sacerdotes Fidei Domun, en Occidente, así como las reflexiones sobre la misión, vividas como un lugar de encuentro humilde y paciente, con la única finalidad de ser un testimonio creíble en un mundo distanciado de la Iglesia.

La Fraternidad propuso entonces orientaciones y medios para que la vida de los sacerdotes diocesanos se alimentara del espíritu del Concilio, tal y como lo explica Presbyterorum ordinis: "el ejercicio incansable de sus funciones es para los sacerdotes la forma auténtica del alcanzar la santidad"11.

Durante muchos años la vida en fraternidad era más una experiencia espiritual de sacerdote diocesano, iluminada por el carisma del Hermano Carlos: una vida de oración que es la contemplación del amor desbordante y absoluto de Dios; la práctica de la adoración eucarística y el día del desierto son una signo; la labor de la palabra de Dios es la comida; una fidelidad al carisma de Nazaret; un ministerio donde las responsabilidades son alcanzadas como  un  servicio  humilde y pobre,  como  "en  el último  lugar", privilegiando las relaciones discretas y el valor de lo cotidiano como lugar de encuentro con Dios y de vida evangélica; una vida de fraternidad, con los encuentros mensuales como momento muy importante para compartir lo vivido en la revisión de vida auténtica escuela de fraternidad  (...)  Los  acentos  de la Fraternidad  son  el amor a la persona de Jesús, a la palabra de Dios y a la eucaristía, la opción preferencial por los pequeños y los excluidos, el apostolado realizado con medios pobres y con el testimonio de la vida fraternal, la confianza en los laicos y el diálogo honesto con los obispos.

La asamblea general de la fraternidad sacerdotal celebrada en el Cairo, del 1 al 23 de noviembre de 2000, con cuarenta y cuatro sacerdotes delegados de veintiséis nacionalidades de la Fraternidad en su mensaje final aunó bien los temas fundamentales de nuestra espiritualidad foucaldiana y diocesana como sigue: la misión exige un compromiso profético al servicio de la justicia y de los más pobres, en fidelidad a Jesucristo; el anuncio de Jesucristo exige la apertura a otras culturas y la acogida al extranjero, al estilo del hermano Carlos de Foucauld; la vida en la Iglesia invita al ecumenismo y al diálogo interreligioso; la Fraternidad es servicio al presbiterio diocesano y a las asociaciones de sacerdotes y laicos.

 

CONCLUSIONES

Los sacerdotes diocesanos deben ser hombres de esperanza a pesar de la difícil situación de la Iglesia del hemisferio norte: las estadísticas y la alta edad de media de los sacerdotes; la fatiga y la sobrecarga de trabajo; las críticas de la sociedad y la falta de compromiso en los cristianos activos; el trabajo pastoral agotador.

Los sacerdotes diocesanos necesitan enraizarse en un pueblo. Es su vocación y su pasión. Deben encarnarse en la historia de un país y dentro de su cultura, para vivir las relaciones fraternales que son el lugar de su acción pastoral, más aún, el lugar propio de santidad. De igual manera que Foucauld con los tuaregs. Los sacerdotes seculares no tienen como primer carisma vivir en comunidad pero ser pastores de un pueblo supone dar sentido a su ministerio eucarístico. En este particular también, el testimonio del padre Foucauld, con sus aparentes contradicciones, es una referencia (...)

El Hermano Carlos, este sacerdote diocesano atípico, nos enseña a vivir más intensamente nuestra vocación de sacerdotes diocesanos.

PAUL POUPLIN

Tradujo: ANA MARÍA RODRÍGUEZ ZABALA

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1 Hace alusión a la conferencia en el mismo coloquio de Viviers del autor citado que lleva por título Carlos de Foucauld y la diócesis de Viviers.

2 Antología, p. 693

3 Arzobispo emérito y cardenal belga.

4 Correspondencias saharianas, p.222

5 Ibid., p. 566 - 578

6 Ibid., p. 618

7 Ibid., p.186

8 Ibid., p. 529,622

9 Ibid., p. 908

10 Aprobados sus Estatutos en la asamblea internacional de El Cairo.

11 n. 13

 

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