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El Desierto se llena de cincuenta años de Vida

Mariano Puga, que fue responsable general de la Fraternidad sacerdotal Iesus Cáritas, sacerdote chileno misionero en Chiloé,  “tirita de gozo” expresando  su experiencia de desierto al celebrar sus 50 años de vida de sacerdote. En diálogo y encuentro, de paso por España, con Aurelio Sanz, comparte con él, “soñando la fraternidad”, la vida del desierto a lo largo de su propia vida.

Estar con Mariano, sea de paso o en trayectos largos, es un privilegio. A su paso por España, en mi casa, volvimos a “soñar la fraternidad”, a compartir la oración y el silencio, a mirar las búsquedas del hermano Carlos sobre el asfalto o sobre la arena, a celebrar a Monseñor Romero, de cuya sangre en un algodón que lo acompaña siempre me dio un fragmento –reliquia de la sangre de un mártir por Jesucristo que tengo ahora en la iglesia de Perín, regalo que no merezco, y el amigo Jorge fue testigo de ello-, a gozar con nuestros respectivos aniversarios de 50 y de 25 años de sacerdocio y fraternidad, celebrados el mismo día y a la misma hora en continentes distintos.

          P/. Mariano, dime, ¿cómo es el desierto que has vivido? ¿Adónde te ha llevado Dios, a qué desiertos?

         R/. Mira, chiquillo, llevo cincuenta años de ministerio entre profesionales, seminaristas, pobladores, cura obrero, retiros… ahora, de misionero en las islas de Chiloé, con el desierto aprendido en las fraternidades sacerdotales Iesus Cáritas… Siempre me impactan las palabras del hermano Carlos: “Hay que pasar por el desierto para recibir la gracia de Dios”. He tratado de ser fiel al día de desierto (mira los Estatutos de la Fraternidad): siempre me ha sorprendido la dificultad de mis hermanos: ¡Me parece lo más gratuito de su búsqueda del Absoluto! Si “no tenemos tiempo”, tenemos que preguntarnos si “buscar primero el Reino de Dios y su justicia; lo demás vendrá por añadidura” es nuestra prioridad como discípulos y ministros de Jesús. ¿Dónde hacer el día de desierto? Caminando, subiendo montañas, en monasterios, encerrándome en mi pieza, en la cárcel, en el exilio, arriba del bus o del avión o en lancha, en los andamios (la brocha no mete ruido)…

          P/.Y en el desierto, ¿qué buscas y qué encuentras?

          R/. Debo reconocer que al comienzo de mi entrada en la fraternidad el día de desierto aparecía como una de las “prácticas” junto al Tiempo de Adviento, la lectura del evangelio, la revisión de vida en la fraternidad y el Mes de Nazaret. Traté de serle fiel, y el testimonio de hermanos mayores me ayudó mucho para saber cortar y partir. En mis 50 años de ministerio, en desafíos pastorales muy diversos, me ha tocado enfrentar largo tiempo de hospitalización, compartiendo con Jesús la enfermedad de tantos hermanos, vivir la pobreza en las barriadas pobres, oprimidas, y tan ricas en los valores del Reino. Compartir sus luchas y esperanzas, sus cárceles y persecuciones: felices los perseguidos por la causa del bien… Ver el re-nacer y el de-crecer de las Comunidades Cristianas Populares que le daban un rostro nuevo a la Iglesia… Compartir con tantos y tantas una liturgia en la que el Pueblo pueda expresar, desde su historia, la Pascua de Jesús… Abrir al mundo profesional al pueblo y sus esperanzas políticas… Viniendo de la alta burguesía, compartir la vida, el trabajo, la lucha y la amistad durante 30 años de cura obrero: tengo verdaderos amigos entre ellos… Desde hace siete años, en este pueblo chilote, mítico, aislado, sencillo; en cuya cultura me cuesta tanto adentrarme para ayudarles a descubrir “En medio de ustedes está alguien a quien no conocen”. Confieso que, en ciertos momentos, los invito a una “conflictiva comunicación con mi Iglesia” (Pedro Casaldáliga)

          P/. Y tú, por dentro, te vas transformando, vas envejeciendo, pero creciendo por tu interior…

          R/. La dimensión de “aborto” y de “por gracia de Dios soy lo que soy” atraviesan lo más profundo de mi ser y del seguimiento de Jesús y su Ministerio: mi ser vulnerable, mis miedos e inconsecuencias con Jesús y el Evangelio, en mis oscuridades y soledad: la necesidad de ser comprendido y reconocido, mis “voluntarismos” y falta de abandono en el Dios de la ternura, el necesitar de otros, la tendencia hacia la suficiencia, mi afectividad puesta a prueba, mi oración seca y sin respuesta… Siento que el Espíritu, ese de “el viento sopla y nadie sabe de dónde viene y a dónde va”, me ha llenado, opera en mí, por aventuras inesperadas, riesgos y pruebas que jamás habría sospechado. Creo que es el “culpable” de estar en lo que estoy a mis 78 años.

          P/. Cuando te preguntas los porqués, ¿de dónde viene todo esto?

          R/. ¿De dónde viene todo esto? Es una pregunta que llevo años haciéndome, haciéndole a Jesús, mi Maestro. Desde el inicio de mi Ministerio, he experimentado la necesidad de tiempos largos de soledad con Dios: dejar a Dios ser mi Dios. No me basta con el retiro diario, mensual o anual… ¡Retiros largos! Mes de Nazaret, Mes de San Ignacio, Mes con un amigo, Mes con las Hermanitas, Mes en el Asechrem… Siempre mi Dios y Señor me purifica, me regala el sentido de lo vivido, y me lanza a nuevas aventuras por Jesús y el Reino, en esta ya larga historia. Esto es lo que me es regalado en el día de desierto mensual, en “dosis pequeñas”, inseparable de estos momentos de gracia.

          P/. Mariano, ante las dificultades, como hombre que has sufrido persecuciones, dictadura, ¿cómo te ha ayudado la experiencia de desierto?

          R/. En algún lugar leí que las tentaciones de Jesús no fueron antes de partir a la misión, sino durante el anuncio del Reino. Algo así me pasa con esos días de desierto: sus protagonistas con Jesús, el Espíritu, el tentador, el Dios de la Palabra y yo. No hay manera de enfrentarse al Dios que nos reveló Jesús y al tentador si no es “con Cristo, por Cristo y en Cristo”: cuando soy débil, entonces soy fuerte… todo lo puedo en aquél que me conforta. Hay que partir solo, con nuestras cruces y nuestras máscaras. Al desierto se parte “desnudándose místicamente” del “hombre viejo” que nos habita. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? “Asumir nuestras esclavitudes, lo que nos lleva a la muerte”… “Ten misericordia de mí, que soy un pecador”… Es sentir en el enfrentarme al tentador que opera en mí esa corrección lacerante de Jesús a Pedro en el camino a la Pascua: “Apártate de mí, Satanás, tú piensas como los hombres y no como Dios”. Mientras más humilde, veraz, descarnada es este momento de “kenosis” y “abajamiento”, más desconcertantemente profunda es la experiencia de saberse amado por Jesús, “el que asumió nuestras debilidades… por sus llagas hemos sido sanados…”. No siempre se encienden estas luces, a veces nuestras tinieblas nos acompañan entrelazando la vía purgativa con la iluminativa. Es el proceso de sanación, la ayuda de otros para salir adelante. Hay máscaras que se resisten a caer. “Fue llevado por el Espíritu…” ése que encarnó a Jesús en el vientre de María, ése, que hizo de la vida de Jesús una Buena Nueva para los pobres, ése, que resucitó a Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, ése, que está en la intimidad del Padre, el Espíritu que nos hace re-nacer por el agua, que nos hace sus testigos. Ése, que es el que nos lleva, y a veces nos arrastra más allá de nuestras resistencias. Él va sanando llagas profundas. Él va revelándonos quiénes somos. Él va capacitándonos para aceptarnos y sabernos llamados desde nuestras debilidades e inconsecuencias. Él nos invita a soñar en su paz, a lanzarnos a nuevas aventuras por el Reino y su justicia, con una conciencia más humilde y agradecida. Él nos va haciendo cada día más sensibles al clamor de los Pobres y al deseo de una Iglesia Cuerpo de Jesús de Nazaret. Jesús venció al tentador con la Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”.

          P/. Te veo tiritando de gozo, hablando de tu espíritu, del trabajo que Dios hace en ti.

          R/. Sí, y qué cierto se hace lo del hermano Carlos: “Hay que pasar por el desierto para recibir la gracia de Dios”. Como Jesús, en el desierto fui descubriendo el rostro de Dios: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque te revelas a los pobres…” Sí, tiritando de gozo, ahora, en tantas ocasiones, con tantas personas… ¡Cuántas veces partimos al desierto con las mochilas bien cargadas y volvemos tiritando de gozo por el rostro siempre nuevo de Dios, nuestro Padre, el que nos reveló Jesús. Otras veces, como el desierto de Atacama, que florece cada quince años, se sale diciendo con Cristo, “¿Dios mío, por qué me has abandonado?”. Son desiertos en los que el camino no lleva a oasis. Son las pruebas, las podas para dar más fruto. Piensa en Teresa de Calcuta. Es el Dios de Jesús, que nos enseña a llamarle “Padre”, que nos lleva al desierto para hablarnos al corazón. Jesús fue al desierto llevado por el Espíritu para ser tentado en su Misión Salvadora. También nosotros le damos este tiempo a Jesús para enfrentar al tentador como colaboradores de Jesús, en su Misión Salvadora. Es ahí donde el Espíritu nos va recordando tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús –himno de Filipenses-. Los pobres y los que buscan sinceramente el Reino de Dios y su justicia serán los primeros. ¡Ellos nos piden darle a Dios este tiempo de desierto!

          P/. Mariano, gracias por tu transparencia, por tu fraternidad y por ayudarnos a los lectores del Boletín Iesus Cáritas a abordar el desierto como uno de los espacios necesarios para nuestra espiritualidad.

                                                            En Perín, Cartagena, España,

1 de julio de 2009

 

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