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En el desierto se comprueba la estabilidad de la opción teologal, de la pertenencia creyente, de la fidelidad amorosa. Siempre se tiene por testigos al cielo ya la tierra, que autentifican la opción de pertenencia. Nada hay oculto para Dios.

En el desierto no se emprende la marcha mientras no hay visibilidad. No se hace mudanza en tiempo de inclemencia. Se sabe esperar a que pase el huracán, el terremoto y el incendio, en la confianza de que llegará la hora del paso de Dios.

En la noche se ven las estrellas, y al alba se empapa la tierra de rocío.

Con frecuencia acudimos a la obra de Ión Etxezarreta Zubizarreta, Hacia los más abandonados. Un estilo de evangelización/ El hermano Carlos de Foucauld (Granada 1995), editada al amparo de Asociación C. Familias Carlos de Foucauld para ahondar en el carisma del Hermano Carlos con el convencimiento de que es una obra de referencia imprescindible para conocer el carisma foucaldiano y vivirlo en el momento presente. Las páginas 40-44 de la edición española nos muestran como el Absoluto de Dios fue descubierto por De Foucauld y vivido en un primer tiempo a través del desierto y del Islam.

 Dios. El Islam, El desierto

Las primeras vivencias de Dios como Absoluto del Hermano Carlos, vienen del tiempo anterior a su conversión más explícita y pudiéramos decir, actúan como preparatorias de la misma. Están en relación con el choque que Carlos siente en su viaje de reconoci­miento de Marruecos; en el descubrimiento de la “absolutez” y “grandeza austera del desierto”, por una parte, y en la simplici­dad religiosa de los musulmanes, de las que en este mismo viaje es testigo, por otra.

En 1902 escribe a su prima Marie de Bondy, lo que probablemente no es sino un eco de algo que ya en 1883, con ocasión de su “Reconnaisance du Maroc”, y su posterior tiempo en Argel, se había iniciado. “Lo que hay de maravilloso aquí son las puestas de sol, los atardeceres y las noches. Recuerdo, viendo estas bellas puestas de sol, cuánto le gustan a Vd., pues le recuerdan la gran calma que ha de seguir a la tormenta de nuestro tiempo. Los atardeceres son tan tranquilos, las noches tan serenas, este gran cielo y estos vastos horizontes medio iluminados por los astros son tan tranquilos, y cantan silenciosamente de una manera tan penetrante al Eterno, al Infinito, al más allá, que se pasarían las noches enteras en esta contempla­ción; sin embargo, abrevio estas contemplaciones y me vuelvo tras unos instantes al Sagrario, pues hay más en el humilde Sagrario. Nada es nada comparado al Bien Amado” “[1].

El 16 de junio de 1911 escribe a su amigo Gabriel Tourdes, invitándole a venir a verle, y le describe el Assekrem con estos acentos, análogos a los de la carta anterior: “Además la vida es hermosa. Las puestas de sol sobre las montañas son admirables. La otra ermita del Assekrem es más severa; estoy absoluta­mente solo en lo alto de una montaña que domina todas las demás y que es el nudo geo­gráfico del país. La vista es maravillosa, se ve tan lejos como la vista alcanza tanto hacia el norte como hacia el sur, hasta las inmensas llanuras desiertas en planos superpuestos; es el amasijo más extraño de picos, rocas con formas fantásticas, más salvajes que las más fantásticas de Doré y que los decorados de la ópera de noche de del Sabbá (...) Es una bella soledad que me gusta extra-ordinariamen­te; sería bueno poder estar juntos, mi buen Gabriel; y si se hace el transsahariano será fácil”[2].

Él mismo escribiendo a su amigo el coronel Henry de Castries, el 14 de agosto de 1901, desde la Trapa de Ntra. Sra. de las Nieves, le expresa la seducción del Islam, y la parte del mismo en su conversión. “Yo comenzaré, como Eulogio, por hacer mi confesión. Su fe solamente ha sido sacudida; la mía ha estado completamente muerta durante años: durante 12 años yo he vivido sin ninguna fe. Nada me parecía suficientemente probado; la misma fe con la que se siguen religiones tan diversas me parecía la condena­ción de todas ellas: menos que ninguna me parecía admisible la de mi infancia, con su 1 = 3 que yo no podía aceptar el plantearme; el islamismo me gustaba mucho, con su simplicidad, simplicidad dogma, simplicidad de jerarquía, simplicidad de moral, pero veía claramente que no tenía fundamen­to divino, y que allí no estaba la verdad: los filósofos están todos en desacuer­do; yo permanecí durante estos doce años sin negar nada, pero sin creer nada, desesperando de la verdad y no creyendo siquiera en Dios, pues ninguna prueba me parecía convincente...” [3]

En otro texto de la misma época establece Carlos la relación entre el paisaje, sus gentes y el Islam, que le ha seducido, aun cuando no se haya convertido al mismo: “Así llego hasta el ksar: se me aparece entero con sus casas escalonadas al pie de la pared brillante de la montaña cuyas rocas pulidas reflejan esta hermosa noche. La luna que brilla en medio de un cielo sin nubes, proyecta una suave claridad; el aire es tibio, ni una brisa lo agita. En esta calma profunda, en medio de esta noche mágica, yo encuentro mi primer albergue del Sahara. Se comprende en el recogimiento de semejantes noches la creencia de los árabes en una noche misteriosa, “leila el qder”, en la que el cielo se abra, los ángeles desciendan a la tierra, las aguas del mar se vuelvan dulces, y todo lo inanimado de la naturaleza se incline para adorar a su Creador”[4].

El desierto habrá dejado en el Hermano Carlos una impronta definiti­va en su experiencia espiritual. Y será como una especie de sello de familia, en todas las ramas religiosas que tengan su origen en el carisma foucauldiano. El mismo Hermano Carlos, situándose en una larga tradición de espirituales del desierto, explicará la significa­ción de éste al P. Jerónimo, de la Trapa de Staouëli, en carta del 19 de mayo de 1898: “Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión, san Pablo al salir de Damasco pasó tres años en Arabia, vuestro patrón San Jerónimo y San Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un período por el que tiene que pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto; es necesario este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado, para que Dios establezca en el alma su Reino, y forme en el alma el espíritu interior, la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad... es en la soledad, en esta vida sólo con solo Dios, en el recogi­miento profundo del alma que olvida todo lo creado para vivir sólo en unión con Dios, donde Dios se da todo entero a quien se da todo entero a Él”[5].

El desierto es, pues, el primer paso para una auténtica conver­sión, aún en el caso de que el creyente no haya abandonado nunca a su Dios, sino que trate de permanecer en fidelidad a Él, como es el caso del P. Jerónimo. En el desierto, la experiencia de Dios se hace personal y absoluta. “Solo con Dios sólo”.

Lo que el desierto ha conseguido hacer del joven aristócrata francés, es romper las capas de cientifismo laicista de finales del siglo XIX, para entregarlo al sentimiento religioso primiti­vo, lo santo, lo terrible, lo grandioso, lo infinito. Y Carlos ha aceptado la ruptura de la capa de escepticismo científico para entregarse a eso primitivo religioso, casi mágico, que alienta en lo más profundo del ser humano, pero que demasiadas veces es soterrado por los diversos revestimientos culturales.

El Absoluto de Dios descubierto y vivido en un primer tiempo a través del desierto y del Islam, producirá en el Hermano Carlos una experiencia muy intensa de dependencia creatural, antes de llegar  a la conciencia de filiación.

La experiencia del desierto ha roto el escepticismo-agnosticismo científico de Carlos de Foucauld; sin embargo habrá de hacer un largo camino para descubrir, también a través del conocimiento más adulto, “más científico” de la vida cristiana, su calidad de hijo de Dios.

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[1] Carlos de Foucauld, Letrres à Mne. De Bondy, 105.

[2]. Carlos de Foucauld, Lettres á un ami de Lycée. Gabriel Lourdes,  

[3]. D. et R. Barrat, Charles de Foucauld et la fraternité, (Paris 1959, 35).

[4]. H. DidierPetite vie de Charles de Foucauld, (Paris 1993, 50).

[5]. Carlos de Foucauld , Lettres à un ami .., o.c., 183.

 

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