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Dar Jesús a todos “contra viento y marea” 

Queridos hermanos,

A la hora de publicar estas noticias mensuales, nuestro hermano Xavier Habig está siendo enterrado en Beni Abbès (jueves 30 de abril por la tarde). Xavier hizo sus primeros votos el 3 de octubre 1972. Ha pasado más de treinta años de su vida en Beni Abbès: llegó en 1976 (después de 2 años de estudios de la lengua árabe en el Líbano), vivió hasta ahora, aparte de los 4 años de estudios en Friburgo, Suiza y en Ottawa, Canadá, y un año sabático.

Se le ha dado un permiso especial para que su cuerpo descanse en el patio de la ermita que Carlos de Foucauld ocupó a comienzos  de los años 1900, y donde el mismo Xavier ha vivido también. De esta manera se va a quedar en medio de ese pueblo en el que ha vivido desde hace tanto tiempo. Sus hermanos y hermanas de sangre han podido ir a Beni Abbès para la sepultura, así como Yves Amiotte-Petit, su Regional.

Aquella tarde del 24 de abril, Xavier volvía de Bechar: había pasado unos días de descanso en la casa de unos amigos. Tomó un autobús que al ir en dirección de Adrar le dejó así como a otros  pasajeros en un cruce a unos quince kilómetros de Beni Abbès. Había decidido no esperar a nadie con un coche como otros pasajeros y recorrer a pie los kilómetros restantes. Fue en esta carretera donde encontró la muerte, en circunstancias desconocidas, al chocar contra un coche que llegaba en sentido contrario. Falleció en el momento.

Xavier era un apasionado: esta pasión desbordaba algunas veces en expresiones no siempre equilibradas: dar a conocer a Jesús le quemaba, su sed de Eucaristía era insaciable y deseaba compartirla, la Virgen María era para él alguien muy cercano, su oración era ardiente y prolongada… En el mes de febrero pasó unos días en Bruselas con ocasión a una visita a su mamá que acababa de entrar en una residencia para personas mayores. Él manifestaba esta pasión que le caracterizaba, pero esta vez se expresaba de una manera más tranquila, más respetuosa de los demás… Me repitió su cariño por la Fraternidad y su deseo de caminar con nosotros, sus hermanos, “contra viento y marea”.  Nos dimos cuenta de esta pacificación. No teníamos la menor sospecha que en unas semanas ya no  estaría con nosotros en nuestro camino de Fraternidad, sino de otra manera. La mayor parte del tiempo no comprendemos el sentido de los acontecimientos  hasta una vez pasados: doy gracias al Señor por haberme dejado este último rostro de Xavier. Esto es lo que él escribía en el transcurso de su año sabático[1] en el año 2000:

“Cuando miro estos 24 años que el Señor y mis hermanos me han facilitado de vivir en Beni Abbès, una inmensa acción de gracias inunda mi corazón. ¡Qué  verdaderas son las palabras de Jesús! “Alguien que deje su casa, su familia o su país y me siga, recibirá el ciento por uno en esta vida”. Aquellos de entre vosotros que habéis estado en Beni Abbès, conocen la sorprendente belleza de nuestra vida: el desierto, la vida fraterna, la presencia del hermano Carlos, nuestra vida compartida con vecinos y amigos, muchos de ellos pobres espiritualmente – quiero decir pobres en el Espíritu Santo. ¡Cuántas veces al volver de comer en la casa de amigos, en la noche, me sucedía de “sentirme inundado por la alegría del Espíritu Santo” y de exclamar: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y tierra, por haber revelado tu secreto a Mabrouk, Fatma, Aïcha y Alí. Sí, Padre, nadie te conoce excepto aquellos a los que tú has querido revelarte”. Estos amigos de Béni Abbès, pobres en el Espíritu Santo, me han revelado tres cosas, ellos han hecho brillar a mis ojos tres maravillosos reflejos de la única perla preciosa. Voy a compartíroslas.

En primer lugar ellos me han hecho comprender lo que es la Eucaristía,  la acción de gracias. Cuando vamos a la casa de una familia que nos quiere, los niños, que nos ven llegar corren alegremente a nuestro encuentro: “¡Henry, André, Xavier, os echábamos de menos!”. Y nos llevan de la mano riendo. Sus padres también expresan su alegría al vernos: “!cuánto tiempo sin veros. Vamos, esta noche os quedáis a cenar con nosotros!”. Dar gracias a alguien es decirle: “Tú eres mi alegría, cuando estás conmigo mi vida es una risa, una alegría, se transforma!”. Cuando alguien os expresa eso con sus palabras, sus gestos, su mirada, vuestra vida se ve efectivamente transformada: vuestras tristezas, vuestras aprensiones, las pequeñas mezquinarías que agitan vuestro corazón, todo eso desaparece, el cielo se despeja, la vida redescubre su belleza, formidable, apetitosa de vivir. Eso es lo que Jesús hizo: él tomó en sus manos nuestros sufrimientos, nuestros pecados, nuestra carne vieja marcada por la muerte, él daba gracias a su Padre por todo eso, y el viejo pan se convierte en su cuerpo de vida, el vinagre de nuestros pecados y de nuestros sufrimientos se convierte en vino de alegría, fuente de vida eterna, la propia sangre del Hijo de Dios!”.

La segunda cosa que me han hecho comprender mis pequeños doctores en teología, es lo que es el compartir de la buena noticia. Pues inmediatamente después de haberme dicho: “Tú eres mi alegría” el niño, si realmente me ama, me comparte su alegría íntima, aquello que le hace vivir: “¡La abuela ha venido de Taghit…! ¡La oveja ha tenido una cría, ven a tocarlo, aún está húmedo! …¡Papá me ha comprado un muñeco!... O bien, te comparte su tristeza: ¡Mi hermano ha perdido tres cabras en el desierto!... ¡Abdeikrim está enfermo!... ¡Salima no ha querido darme bizcocho!” Pues en su corazón de niño que me ama, sabe que su alegría o tristeza también será mi alegría o mi tristeza, él sabe que para mí será una buena o mala noticia… “Y para mí es igual. Mi fe en Jesús muerto y resucitado, es mi mayor alegría, y tengo deseos de compartirla con todos aquellos que amo…”

La tercera cosa que me han enseñado los niños y todos aquellos que tienen un corazón de pobre, es que todo pobre tiene sed de Jesús en el fondo de su corazón. En efecto, por la noche en la casa de nuestros amigos, después de la cena, cuento historias. ¿Sabéis cuál es la historia que ellos prefieren entre todas? Es la de Cenicienta… Pero Cenicienta es exactamente el misterio de salvación en Jesucristo. Desgraciadamente una chica joven está condenada a morir de tristeza. Ahora bien, he aquí que el hijo del gran rey la levanta hacia él de manera maravillosa, él danza con ella toda la noche, la levanta de su miseria y la introduce en la alcoba nupcial: ellos vivieron felices y tuvieron muchos hijos. Desde que me di cuenta de eso, yo estoy profundamente contento por la llamada que Jesús me hizo. He contemplado con mis ojos que cada hombre tiene en lo más íntimo de su corazón una cuerda secreta, muy sencilla, y a veces un pobre hace vibrar esta cuerda delante de tus ojos: es una gracia muy grande, es el Reino de los cielos presente en la tierra. Pero solamente Jesús puede tocar esa cuerda para que surja su vibración última, esencial. Tengo delante de mí una imagen que reproduce un pequeño cartón en el que el hermano Carlos había redactado para la abadesa de las Clarisas de Nazaret: “Ser todo a todos, con un único deseo en el corazón: dar Jesús a todos”.

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[1] El 22 de noviembre 2000, en el diario 243

 

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