Manolo Moreno Sanz

+ 26 Octubre 2008


El artículo que presentamos a continuación fue publicado en los días siguientes de la muerte del Hermano Manolo en la prensa local de Almería y difundido en la página Web de la Diócesis de Almería

 Padre Espiritual

            El pasado domingo murió en Granada, a la edad de ochenta y tres años, D. Manuel Moreno Sanz, sacerdote, a quien los pobres y marginados cariñosamente llamaban “Hermano Manolo”. Él ha sido durante treinta y cinco años mi guía y padre espiritual. Por eso comprenderán que estas líneas sean un sencillo homenaje de gratitud a un santo sacerdote al tiempo que de este modo intento cicatrizar la herida abierta por su ausencia. En verdad, el estremecimiento interior que he sentido a lo largo de su penosa enfermedad, y la orfandad que ahora siento con su muerte, sólo la puedo comparar en mis recuerdos con la pérdida de mi padre. Si hace veintinueve años quise que él me impusiera la estola y casulla sacerdotal fue porque, en lo hondo de mi alma, ahora lo puedo decir sin rubor, desde que le conocí fue para mí modelo y referencia de crecimiento humano y espiritual. A lo largo de la semana, cuando los sentimientos fluyen entrelazados con los recuerdos, he ido percibiendo con claridad su influjo paternal en mi vida.

El “Hermano Manolo” fue ordenado sacerdote, nada más y nada menos, que por cardenal Parrado hace cincuenta y siete años. Nació y fue educado en el seno de una familia de convicciones profundamente cristianas y, con el tiempo, también en la espiritualidad y metodología de la pujante Acción Católica cuyo consiliario diocesano era el dinámico profesor y sacerdote granadino, D. Manuel Casares Hervás, que con el paso del tiempo sería obispo de nuestra diócesis. Conocí al “Hermano Manolo” en mi primer año de estudios en la Facultad de Teología en Granada cuando él era párroco de san Isidro Labrador, parroquia cercana a la facultad de Medicina y Hospital Clínico. Quedé fascinado desde el primer encuentro por su vida sacerdotal y coherencia evangélica. Él, sin estridencias, participaba del espíritu de un grupo de sacerdotes apasionados por el Evangelio y la renovación de la Iglesia, formados en la escuela del P. Manjón y D. Miguel Peinado, éste último sería más tarde obispo de Jaén. El grupo es conocido y recordado como la generación de los “curas tiratapias”.

            La treintena de años de intensa relación darían mucho para escribir y contar pero este medio es limitado. Sólo me ceñiré a sus grandes amores: la Eucaristía y los pobres. Una anécdota, en la que no salgo bien parado, ilustra su amor a la Eucaristía. Recuerdo que en el año 1997 me visitó en Nijar llegando a la villa ya comenzada la Santa Misa vespertina. Recuerdo que había sido un domingo tremendo de trabajo y desplazamientos en los que tuve que sortear toda suerte de incidencias. La verdad que mi estado de ánimo y la homilía aquella tarde fue muy deficiente. Ya en la sacristía, después de los saludos de rigor, sin rodeos, me espetó. “Creo que hoy no has preparado lo suficiente la celebración”. No pude encontrar excusas porque bien conocía de sus largas horas ante el Santísimo y su preparación concienzuda de la Misa del Domingo. Con el paso del tiempo he podido notar, por pura gracia de Dios, la huella que ha dejado en mi vida sacerdotal aquella conversación.

El “Hermano Manolo” no dejó pasar un día sin celebrar la Santa Misa y adorar largamente al Santísimo. Así no es de extrañar que en los últimos días de su vida, totalmente impedido, concelebrara la Eucaristía con D. Antonio Rodríguez Carmona, sacerdote almeriense, que le acompañó espiritualmente en todo momento. En la hora de la verdad se constata con toda nitidez que la corrección que me hizo en su día sobre la preparación y el modo de celebrar la Eucaristía no fue repetición de lección aprendida sino manifestación sencilla del amor a Jesucristo realmente presente en la humildad de las especies eucarísticas.

            La piedad eucarística se visualizaba en el “Hermano Manolo” en el amor a los pobres y en la opción por una vida sencilla y pobre. Él optó por vivir en pobreza para seguir con mayor libertad al Maestro. Queda en el recuerdo sus desplazamientos en una moto Vespa en los crudos inviernos granadinos. Sus amigos más cercanos sabíamos que su cartilla de ahorros nunca conoció el superavit.  Cada día compartía la comida en el comedor de la calle san Juan de Dios junto a transeúntes y los sin techo como un pobre más. El mismo Arzobispo, por dos veces en la homilía de la misa exequias celebrada en la parroquia de Nuestra Señora de Gracia, mostró su alegría por poder contemplar el templo lleno a reventar siendo los asistentes, en su mayoría, gentes de la calle, sin techo, inmigrantes y enfermos. Me emocioné vivamente cuando me contaron que en el velatorio, durante toda la noche, muchos pobres de la calle acompañaron su cadáver y, de manera espontánea, contaban a los presentes las enseñanzas y vivencias compartidas con un hombre de Dios.

Al dar gracias a Dios por la vida del “Hermano Manolo” quiero trasmitir a mis amables lectores la pena de haber perdido a un padre al tiempo que el gozo inmenso de haber compartido la vida con un sacerdote empeñado en vivir el Evangelio sin glosa en esta nuestra Iglesia llevado de la mano y el ejemplo de san Francisco de Asís y el beato Carlos de Foucauld.

Manuel Pozo Oller

 

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