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NAZARET: PRESENCIA Y PROVOCACIÓN

Antonio Marangón

Antonio Marangón es sacerdote italiano de la diócesis de Trevino. En esta colaboración nos presenta bajo tres epígrafes -Jesús en Nazaret, Jesús rechazado en Nazaret, Jesús rechaza a Nazaret- el misterio de la vida de Jesús que suscita tres temas que al tiempo son tres caminos para convertir nuestra vida en un reflejo del hogar de Nazaret: la sencillez, la vida cotidiana y el tiempo vivido para Dios.

En el evangelio de la infancia, Nazaret está estrechamente unido a Belén.

En este tema de Nazaret es menester profundizar, recorrer caminos nuevos, porque Nazaret es ante todo un acontecimiento sobre el cual el Nuevo Testamento no ha insistido  mucho. Además no existe en el Antiguo Testamento. Y, sin embargo, para la fe y para la reflexión cristiana, Nazaret es un encuentro que no se  puede soslayar. De otro modo no se pueden comprender algunas declaraciones de Jesús que están sostenidas por la referencia a Nazaret, por su experiencia allí, por su actitud durante esos 30 años. Se trata de un acontecimiento-revelación como los hay en el Antiguo Testamento, acontecimientos acompañados normalmente por palabras o gestos interpretativos inspirados por el Espíritu Santo y comentados e interpretado en el momento mismo o más tarde por los profetas.

            Pero Nazaret es, sobretodo, un acontecimiento. No hay muchos comentarios que lo interpreten, solamente algunas líneas en el Nuevo Testamento. Somos invitados, con mayor fuerza aún que por Belén, a la meditación. Y una meditación que obliga al cristiano que quiere hacer de Nazaret  la fuente de su vida espiritual a abrir casi toda la Biblia y a buscar en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento eun reflejo, una conexión con estos treinta años de vida escondida, de esta vida tan sencilla de Jesús. Si no somos capaces de contemplar, no encontraremos nunca Nazaret, porque Nazaret obliga a contemplar largamente (no a  adivinar lo que no existe) intentando comprender lo que está ahí escondido.

            Nazaret  es ante todo un signo, una  palabra que Dios nos da, que Jesús nos ha dicho con su vida. Quizá Jesús interpretaba su experiencia de Nazaret cuando decía palabras como estas: “A quien se encumbra lo abajarán y a quien se abaja, lo encumbrarán” (Mt 23,12) Estas palabras se encuentran en varios sitios del Nuevo Testamento. ¿Significa eso que Jesús  tenia la costumbre de resumir así el lugar del hombre frente a Dios? Abajamiento y exaltación serían como la llave de su experiencia humana en el horizonte del plan de Dios,  de la exaltación de la  Pascua. Pero si es así estamos obligados a llegar a Nazaret para comprender la provocación de ese abajamiento y de la sencillez que él elogia.

Nazaret no pertenece a las grandes páginas del Nuevo Testamento. Sólo algunas palabras y de una manera indirecta. Pero sería menester leer el conjunto de las declaraciones de Jesús para encontrar la resonancia de Nazaret. Lo que extraña es que no haya nada en el Antiguo Testamento sobre Nazaret. Se pueden recorrer las carreteras de Galilea y cada dos o tres kilómetros encontrar una página del Antiguo Testamento que interpreta un lugar u otro de Palestina y, sobre todo, de Galilea. Hay ciudades que salen mucho, pero nada Nazaret. Esto provoca una reflexión en cuanto al lugar de Nazaret y al hecho de que Jesús sea llamado “el nazareno”, como dicen Mateo y Marcos.

            Nazaret es un pueblo que no pertenece ni a la historia de los hombres –los grandes caminos como la “via maris” que va de Damasco hasta Meggido y después Egipto, no pasan por Nazaret - ni a la Historia de la Salvación, a la historia de Dios en el Antiguo Testamento. Y, sin embargo, él será llamado “nazareno”, como nos lo dice Mateo.

He aquí el horizonte delante del cual hay que situarse para comprender  el misterio de Nazaret en la contemplación. Y también en las contradicciones, pues no es fácil comprender el misterio y el mensaje de Nazaret.  Y, sin embargo, Jesús vivió treinta  años en este pequeño pueblo.

            En la Escritura, disponemos de tres temas, de tres referencias evangélicas, sobre Nazaret: 1º.- Jesús en Nazaret, sus treinta años de vida en Nazaret (Lc 2, 39-52; Mt 2, 23); 2º.- Jesús rechazado en Nazaret (Mt 3,58; y paralelos); 3º.- Jesús rechaza Nazaret. Veremos que es Él el que se va, que toma sus distancias en relación a Nazaret.

Jesús en Nazaret

            Tanto Mateo como Lucas nos ofrecen algunas líneas de orientación para acercarnos a Nazaret. Es conocido el texto de Lucas 2, 39-52 donde el evangelista habla de la llegada de Jesús a Nazaret, de su visita al templo de Jerusalén (la “casa de su Padre”) y, por fin, su regreso a Nazaret. En este primer texto nos damos cuenta que la palabra más misteriosa de Jesús, que se intenta interpretar, es la primera que tenemos de él, a los doce años, cuando contesta a sus padres dándoles  la razón por la que se quedó en el templo. Se traduce de diversas maneras: “Debo interesarme por las cosas de mi Padre”,  “Tengo que estar en la casa de mi Padre” u otras interpretaciones. Creo que ahí se esconde algo que nos acerca al misterio de Nazaret,  sobre todo por esta referencia a las “cosas de su Padre”, que vuelve varias veces en la vida de Jesús, especialmente en Lucas que lo traducirá más tarde por: “Hace falta, es necesario para mi, cumplir la voluntad de mi Padre, obedecer  a mi Padre”. Existe siempre en el Evangelio de Lucas esa urgencia de fidelidad, de obediencia al plan del Padre.

 Creo que es en esta línea como hay que comprender Nazaret según Lucas. Lucas nos dice que Jesús llega a Nazaret como Hijo obediente al Padre. La primera palabra de Jesús en Lucas es: “Tengo que interesarme por el plan, por las cosas de mi Padre”, y su última  palabra en la cruz: “Padre, confío mi alma en tus manos”. Encontramos siempre en Lucas esta gran referencia de la obediencia  al plan del Padre. Después de la formula típica de Lucas “es menester, es necesario quedarme en el horizonte de mi Padre”, añade que José y María no acabaron de comprender lo que les decía, y, sin embargo “Jesús volvió con ellos a Nazaret y les estaba sumiso”. Se podría decir que para Lucas Nazaret significa obediencia. El misterio de Nazaret es un misterio de obediencia. Y no hay que reducirlo a algunos gestos de obediencia, sino buscar el sentido de treinta años de obediencia. El nivel más profundo que tenemos que buscar y escuchar es el del “Sí” de Jesús a su Padre y a sus padres en Nazaret. En esta línea descubriremos todo el evangelio de Lucas. Se comprende Nazaret a la luz del evangelio de Lucas y se comprende también que el evangelio empieza efectivamente en Nazaret.

            Para Mateo, nazareno es también una palabra misteriosa. Aquí Jesús no vuelve a Nazaret desde el templo de Jerusalén como en Lucas, sino a partir del exilio. Jesús había tenido que dejar Belén por culpa de Herodes y huyó a Egipto. Una vez alejado el peligro, va a Nazaret, el pueblo de María. Sin embargo, la fuerza del anuncio de Nazaret, cuando se escucha a Mateo, no se sitúa ahí. La fuerza del mensaje está en el título que se da a Jesús: “se llamará nazareno”, título que darán también a sus discípulos. “Se llamará” para la Escritura significa “será” el nazareno, realizará su identidad de nazareno, será siempre un nazareno. Y esto, nos dice Mateo, “para cumplir las Escrituras”. Pero, ¿qué Escrituras hablan de nazareno? Hay que comprender esta palabra según la exégesis y el conocimiento del Antiguo Testamento y también del conjunto del Nuevo Testamento, pero  siempre con la preocupación de no encerrar ni reducir en una definición la vida de Nazaret.

            Se encuentran en la Biblia dos ecos que nos conducen hacia el sentido de Nazaret, uno de ellos está en Isaías 42,6 y 49,6. Se trata del texto del Siervo de Yahvé: la palabra hebrea utilizada corresponde a Nazaret. Significa “escondido por Dios”, “mantenido a parte por Dios”, “reservado por Dios y para Dios”. Y los exegetas dan el mismo sentido a la palabra “nazir”, “nazareno”, como había sido Juan Bautista, Sansón y otros y que significa también “consagrado a Dios”, “reservado para Dios”. Si esto es así, hay que decir que Nazaret, nazareno, (para Mateo existe una relación entre los dos textos) nos habla de la total disponibilidad a Dios, de tiempo para Dios, de existencia al servicio de Dios. Pero eso lo dice de una manera misteriosa, no evidente. Es una disponibilidad, una pertenencia a Dios, que no es evidente, que no es reconocida, pero cuyos efectos se perciben después. Se podría decir que ser nazareno es más un interrogante que una respuesta, porque la palabra no corresponde a la teología corriente, a la interpretación corriente. Es un  interrogante, una provocación. En esto se nota el estilo de Dios en la historia. No actúa para responder a las preguntas, sino para provocar preguntas. Es una presencia que provoca preguntas, no que resuelve las preguntas planteadas. Una presencia que provoca, eso es Nazaret. No es algo cerrado, sino abierto a la búsqueda. Se llega a Nazaret para buscar. He insistido un poco sobre el texto, pero es siempre el texto que hay que escuchar y volver a escuchar. Para llegar a Nazaret somos llevados en dos líneas: la de la obediencia y de  “reservado para Dios”.

            Orientándonos en la línea de la meditación bíblica del midrash, comprendemos  que obediente, según Lucas, es  el  que hace “la voluntad de su Padre” y realiza el plan de su Padre. Y esta obediencia nos hace coincidir con un gran tema del Antiguo y del Nuevo Testamento: ¿No sería Jesús en Nazaret el reverso de la primera pareja humana que proyectó ser como Dios, que desobedeció a Dios?. Tenemos al obediente, a Jesús, enfrentado con la no obediencia original (Rom 5, 12-21).

            Si se quiere profundizar más en este tema de Nazaret como obediencia en Lucas, hay que recurrir a otros textos, por ejemplo: 1 Samuel 15,22-23 donde Samuel reprocha a Saúl el sacrificio sin la obediencia: “La obediencia vale más que el sacrificio” (v.22), un sacrificio en la desobediencia no tiene significado, no tiene fuerza. También recurrimos a los textos del Siervo de Isaías, que todas estas páginas nos evocan.

            Nazaret quiere decir obediencia en el sentido pleno, en el sentido profundo de la palabra sacrificio. El primer sacrificio es la obediencia y para insistir un poco más, es nazareno el que obedece, el que está al servicio de Dios, que está reservado para Dios y para su plan. Coincidimos aquí también con los textos del servidor. Esta es nuestra primera reflexión en torno a Jesús en Nazaret.

Jesús rechazado por Nazaret

            Otra página que nos ayuda a acercarnos a Nazaret y a entender su mensaje, es cuando Jesús es rechazado por los nazarenos. Lo que sorprende es que los cuatro evangelios, incluido Juan, nos hablan de este rechazo de Jesús por parte de Nazaret. Para ser exacto hay que decir que no sólo ha sido rechazado, sino excomulgado de la comunidad de  Nazaret, expulsado oficialmente de la sinagoga, como era la costumbre y el estilo de la época. ¡Jesús excomulgado de la comunidad de Nazaret!  Es una página que evidentemente nos desconcierta.

            Los evangelios nos lo recuerdan según tres líneas de interpretación, cada una un poco diferente: ¿Por qué Jesús fue excomulgado? ¿Por qué Nazaret se cierra en banda frente a Jesús? ¿Por qué no reconoce a Jesús?

            En primer lugar, porque es de tal manera uno de nosotros, uno de nuestro pueblo en medio de nosotros, que no puede ser extraordinario, que no aceptan que sea extraordinario cuando vuelve a Nazaret. Es lo que nos deja entender la reflexión de Mateo (13,53-58) y de Marcos en el texto paralelo 6,1-7: “es uno de nosotros”. Lucas coloca el episodio de Nazaret al principio de su evangelio. Jesús empieza por “ser” de Nazaret antes de allí ser rechazado. ¿Por qué, según Lucas, Nazaret rechaza a Jesús?  Nazaret rechaza a Jesús porque habla de misericordia y de universalismo. “Había en los tiempos de Elías varias viudas [...] En los tiempos de Eliseo muchos leprosos [...]”

            Juan, por su parte (7, 1-10) constata que los que rechazan a Jesús son los de su familia, sus primos. Se percibe que el motivo de rechazo en Juan es que Jesús es un hombre, sencillamente un hombre como los demás. Es de origen modesto, no puede pretender entrar en la historia, no se puede creer en él si sale de Nazaret. Es más o menos lo que ocurrió al joven David frente a sus hermanos.

 En todo el evangelio de Juan se encuentra este tema: “¿Algo bueno puede salir de Nazaret?” Pone esta palabra en la boca de Natanael, (Jn 1,46), y también cuando Jesús habla del pan de vida (Jn 6, 41-42). ¿Nos puede hablar de estas  grandes cosas, dado que sabemos quién es y que conocemos a sus padres? Después, en Jerusalén, surge la gran cuestión de su identidad. Siendo de Galilea, ¿cómo es que nos puede hablar? “Veras que de Galilea no surge ningún profeta” (Jn 7, 40-52).

            Se puede decir para resumir este tema que Nazaret rechaza a Jesús porque es un hombre. Era en tal grado un hombre normal, un hombre como los demás, formaba de tal modo parte de lo cotidiano, que comprometía su credibilidad, su mensaje, con ese mensaje más profundo de su identidad humana. Era tan hombre que eso es lo que hace que los nazarenos lo rechacen. No se acepta que el hijo de María y de José, como lo creían, nos ofrezca un Dios tan presente en lo cotidiano. Se busca una presencia de Dios en lo extraordinario, no en lo ordinario, en el diario vivir. Se tenía una teología de lo extraordinario, no de lo humano, de lo normal. Por eso mismo Nazaret rechaza a Jesús.

Jesús rechaza Nazaret

No sólo  Jesús en Nazaret, y Jesús rechazado por los nazarenos, sino que Jesús rechaza Nazaret y los nazarenos. Leemos también esta página en los evangelios y es preciso comprenderla. Llega un momento en que Jesús no se reconoce como nazareno. Si las otras dos páginas deben ser comprendidas y profundizadas, esta tercera no es tan fácil de aceptar. ¿Significa eso que hay un momento en que hay que salir de Nazaret?  ¿De qué Nazaret hay que salir?

Los textos son evidentes cuando se reflexiona sobre ellos en el conjunto de los evangelios y de la historia de Jesús. Nazaret se sitúa fuera de la historia oficial, tanto la de los hombres, como la de la salvación de Dios, pero no es eso lo que alejará a Jesús, incluso se podría decir lo contrario. Si ha elegido Nazaret es porque allí se vivía la historia, la más sencilla, la más humana. Pero se percibe al final, en el periodo último de la vida de Jesús, que hay un cierto Nazaret con el que hay que tomar distancias en un momento determinado. Cuando Nazaret se manifiesta cerrado a Dios y a sus sorpresas, cerrado a los hombres y al universalismo, en este momento hay que abandonar Nazaret.

Hay un texto que se lee en los tres evangelios, donde Jesús rechaza a sus parientes, su madre, sus hermanos cuando se encuentran con  ellos en Cafarnaún (Mc 3, 31-35). Eso se ve también en los textos paralelos de Mateo y Lucas. Jesús ha elegido una nueva familia, abierta a la palabra de Dios, que escucha la palabra y la realiza, que se deja conducir por Dios. Esta familia más grande no es la de Nazaret.

Existe otro texto más fuerte aún en los evangelios. Es una declaración de Jesús, que se repite, en la que declara a sus discípulos que pueden encontrar tentaciones y riesgos  si se quedan demasiado estrechamente unidos a las seguridades que vienen de la familia. “He venido para ser espada que separa padres de hijos”. Esta es la traducción exacta de la palabra de Jesús y no se puede dudar de ello leyendo Mt 10, 14-47. ”No creáis que he venido  a traer paz [...]”, “Quién ama a su padre o a su madre más que a mí  no es digno de mí”[...] En el texto de Lc 14, 26-29 y 18,29, que es más completo, por estar orientado en tres direcciones, se ve que hay que preferir Jesús al padre o a la madre, o sea, a la familia de origen; preferir Jesús a los hermanos y hermanas, es decir, al clan de apoyo, al “pueblo” es decir, al medio donde uno se siente seguro y, en fin, preferir  Jesús a la mujer y a los hijos, es decir, a crear un hogar.

Hay ahí varias indicaciones sobre la manera de vivir la libertad, pero también sobre la primacía de la referencia a Cristo frente a otras seguridades, sean afectivas o sociales. Esta página está para nosotros cargada de sentido y, como sucede varias veces en el evangelio, nos obliga a comprender cuál es la actitud de cara a Nazaret.

Hasta aquí los textos sobre los que podemos reflexionar y meditar para comprender  todo el horizonte de Nazaret: Jesús en Nazaret, Jesús rechazado por los nazarenos, y Jesús que rechaza Nazaret, al menos, un cierto tipo de Nazaret.

Hay tres temas a propósito de Nazaret y gracias a ellos podemos acercarnos cada vez más a la meditación, a la comprensión del mensaje de Nazaret. Serian: sencillez, vida cotidiana y tiempo para Dios.

Sencillez

            En  Nazaret existe un mensaje y un signo de sencillez. Llegando a Nazaret nos encontramos en el camino opuesto al de los grandes acontecimientos de la época, tanto de los acontecimientos humanos, como de los acontecimientos de salvación. Parece como si se tuviera que salir de la historia de la salvación para llegar a Nazaret. ¿Cómo comprender esta llamada de Nazaret, cómo llegar a ella con una actitud exacta de fe y también de acercamiento a la vida?

Antes de nada hay que saber que este camino hacia la sencillez había sido ya indicado en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, cuando se decía que a Dios, se le encuentra después que haya pasado. A Dios solo se le ve “de espaldas”. “No estaba en la tormenta, ni tampoco en el terremoto...” Se le percibe cuando ya ha pasado, en la pequeña marca que deja en la historia  y que se descubre después.

Nazaret recuerda en esto las grandes páginas del Antiguo Testamento y de la experiencia de fe.  Ya en el Sinaí Dios hablaba de un encuentro en la sencillez  (1 Reyes 19, 9-18  y Éxodo 33,18-34,8). Otra indicación bíblica nos permite situar Nazaret en la experiencia posible de Dios. Hay que prestar atención a las declaraciones de san Pablo y del mismo Jesús cuando nos dice que Dios ha elegido para revelarse las cosas sencillas, pequeñas, y no las grandes páginas de la historia (1Cor  1, 18-25) y también la provocación extrema de Pablo 2 Cor 12, 7-9 cuando grita a Dios “Basta, no resisto más” y la respuesta es: “Mi gracia te basta, mi fuerza se manifiesta en tu debilidad”.

El tema de la simplicidad está en el centro de la verdadera experiencia de Dios. El camino de la sencillez va exactamente al contrario de la gran historia y de las apariencias evidentes a primera vista. Es en esta línea que nos ponemos de rodillas delante de la Eucaristía. Los signos de la presencia de Dios son signos de una sencillez extrema, no hay que olvidarlo: Nazaret y la Eucaristía.

            Es así como Jesús echó a perder la credibilidad fácil, popular  de su mensaje (popular no del pueblo, sino superficial). En Nazaret no podían sospechar que estaban tratando con el misterio y es por eso que Nazaret permanece como una provocación misteriosa. Únicamente si se descubre Nazaret, si se percibe Nazaret, se vive el asombro de la sorpresa y de la alegría. Pero nadie es obligado a  llegar a Nazaret.

Y ahí surge la cuestión: ¿Cómo ser ciudadano de Nazaret hoy en la Iglesia? ¿Cómo continuar dando testimonio hoy de la simplicidad de Nazaret? Me parece, que tenemos que ser signos discretos, es decir, signos que están ahí sin esperar resultados, signos gratuitos, si queréis, no programados, si nos podemos expresar así, en función de los resultados. Uno da, ofrece y, quizá, alguien se da cuenta. No  ser violento, no imponerse, sino ser sencillo.

            Evidentemente en la manera concreta de realizar estos signos sencillos y discretos habrá variantes según el tiempo y las situaciones. Las presencias discretas  pueden ser diversas. Sin embargo, incluso si esto es verdad, aunque las presencias sean diferentes, el camino de Nazaret, el criterio de Nazaret, nos obliga a alejarnos de la tentación de los gestos inmediatamente eficaces, que producen frutos, que son organizados para producir frutos. El camino de Nazaret, la sencillez de Nazaret, nos piden  renunciar a una actitud de protagonistas en la historia. Sencillez que no solo es opuesta a protagonismo, sino que corrige continuamente, que pide la conversión de la tentación de protagonismo, de ser responsables de las grandes tareas de la historia.

La vida cotidiana

            Es el otro mensaje de Nazaret  o la otra manera de comprender, de meditar, de llegar a la fuente de Nazaret. La vida cotidiana es muy cercana a la sencillez, pero quisiera hacer referencia a ese otro aspecto de Nazaret, para que lo escuchemos y lo meditemos. Lo que nos interesa aquí es que  Jesús en Nazaret nos ha anunciado, viviendo la vida cotidiana, que Dios estima la vida del hombre, y la estima tanto que la ha elegido y la ha vivido.

            Aquí hay algo que no es sólo la tentación del hombre, sino también la de la cristiandad: la tentación de los grandes signos.... incluso  a  veces el signo de la caridad, el gran signo de la caridad o de la santidad heroica, cuyos resultados se pueden poner en evidencia. Y Nazaret nos advierte quizá que no es exactamente esa la elección de Jesús. La otra tentación, que está estrechamente ligada a la primera, son las grandes declaraciones, las declaraciones apologéticas, demostrativas, para poner en evidencia las buenas intenciones del cristianismo en la historia y que comprometen, a veces, los resultados. Es la tentación de interpretar, de  agotar el sentido de un signo que deja de ser signo cuando se define. No queda ya sorpresa o mensaje que descubrir,  cuando se pretende presentarlo. Se destruye el signo, cuando se habla demasiado de él.

            Frente a esta tentación que no permite que el diario vivir permanezca misterioso,  es decir  fuente de reflexión, de descubrimiento y también de mensaje, conviene insistir, para tranquilizar a los hombres y mujeres de hoy, en que la vida cotidiana de trabajo con los contactos y relaciones normales es evangélica, y es incluso la finalidad del mensaje evangélico. Lo extraordinario sigue siendo extraordinario, pero el gran mensaje de Nazaret es normal y cotidiano, si se trata verdaderamente de Nazaret. Esa es la tentación de siempre: buscar lo extraordinario para sustraer al cristianismo de lo normal, de lo cotidiano. Quiero añadir incluso que si la normalidad, lo cotidiano es el mensaje de Nazaret, no hay que olvidar que existen muchas tentaciones para salir de Nazaret. Es difícil  permanecer en Nazaret.

            La fidelidad a Nazaret no es espontánea, no es algo que se mantiene fácilmente en su fuerza original una vez que se ha conseguido. Es evidente que para permanecer en Nazaret hay que alimentar el espíritu de Nazaret, hay que motivar lo cotidiano de Nazaret  y motivarlo continuamente. Es decir, que a Nazaret se llega con obediencia y generosidad, no con fantasía. Y se permanece por un acto de fidelidad, podríamos decir, por un acto de amor, no por ventajas personales o en búsqueda de equilibrio. La fidelidad a Nazaret es abierta, no cerrada, pero para vivirla hay que saber decir “no”, rechazar opciones que podrían de alguna manera disminuir la seriedad de Nazaret, la fidelidad fundamental a Nazaret. Hace falta a veces salir de Nazaret para volver a entrar de nuevo, para volverlo a encontrar a un nivel más exacto, más evangélico. Nazaret no es vivir lo cotidiano sin conversión, es un cotidiano que exige una conversión continua. Por eso, se puede ser infiel a Nazaret adoptando un Nazaret cualquiera.

            Añadiría también que no hay que tener prisa en alcanzar el último grado de radicalidad de Nazaret. Se camina paso a paso, sin tener la pretensión de tener ya la plena ciudadanía del Nazaret de Jesús. Esta es la sencillez, la humildad indispensable a Nazaret, donde se va renovando la fidelidad.

Tiempo para Dios

            Nazaret no es solo la sencillez, lo cotidiano, sino que es también un tiempo para Dios. Hay algo muy serio que tenemos que comprender, en este “tiempo para Dios”. Hay que preguntarse por qué treinta años de Nazaret y sólo tres de vida pública. Esta indicación tan sencilla nos obliga a reflexionar. Treinta años sin mensaje, sin conversión, sin anuncio del evangelio, sin milagros, salvo los inventados por los apócrifos.

            Esto requiere una visión, una actitud de fe muy  profunda y quizás no muy corriente en la mentalidad actual. Intentando interpretar este último mensaje del “tiempo para Dios” diremos que en Nazaret se aprende que lo más valioso es el hombre ordinario, más que las cosas y los hombres extraordinarios, lo que vale en Nazaret es la otra cara de las cosas, las relaciones cotidianas, más que las relaciones importantes y las cosas extraordinarias. Lo que vale en Nazaret es evidentemente este “tiempo para Dios”  más aún que el “tiempo para los hombres”. No es totalmente exacto, pues no se pueden oponer estos dos tiempos, pero la motivación, la elección es diferente.

            ¿Cómo comprender este “tiempo para Dios”? En la Biblia se encuentra el  tema del tiempo, el tiempo al servicio del plan de Dios que se acepta, se comprende y se intenta respetar. Es el tiempo en  que se descubre que Dios obra en la historia, el tiempo del “kairos”, de estas intervenciones de Dios en la historia que da alegría contemplar. Es un tiempo de contemplación, un tiempo para descubrir el plan de Dios, entrar en él para colaborar y no para hacer otros planes. Es el registro contemplativo o el momento contemplativo de la historia. Contrario a él, y muchas veces más evidente, es el registro de las tentaciones, del cual ya he hablado, es decir, el deseo de realizar las obras que consideramos urgentes en lugar de respetar las obras de  Dios  y de colaborar con ellas. Tener otro plan debido a la preocupación por entrar en la historia y actuar en ella. Esta tentación, que es contraria a la actitud del “tiempo para Dios”, consistiría en pedir a Dios que entre en nuestro tiempo humano con sus milagros en vez de entrar nosotros en la simplicidad de la historia querida por Dios. Sería la búsqueda de lo extraordinario y, de alguna manera, pedir a Dios que transforme la historia que hemos organizado, en lugar de dejarnos transformar por la sencilla historia que ha organizado Él.

            Para concluir: la verdadera espiritualidad de Nazaret a propósito del “tiempo para Dios” nos pide momentos de contemplación de la providencia ordinaria de Dios sin invocar siempre la providencia extraordinaria. Contemplar la providencia ordinaria, cotidiana de Dios, con la cual conduce la historia de cada día. Nos pide que colaboremos con su plan de una manera subordinada, un plan que descubrimos y respetamos. Nos pide también que tengamos la paciencia de Dios con los demás y no que anunciemos la urgencia escatológica  de la intervención de Dios, para asustarles.

Estas son algunas indicaciones sobre Nazaret: simplicidad frente a los artificios y a las ampliaciones, cotidianidad y tiempo para Dios.

 

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