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Editorial

 Otro mundo es posible ... con otra Mentalidad

 

Muchos han tratado el tema de la globalización, a todos nos preocupa[1]. Modestamente este número del BOLETÍN que subtitulamos “Vivir la fraternidad en un mundo globalizado” quiere responder a la cuestión insoslayable  de cómo hemos de situarnos como cristianos ante el hecho insoslayable de la globalización. Damos por supuesto que nuestros lectores conocen bien de qué hablamos. El Diccionario de la Real Academia define la globalización del siguiente tenor: “Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales”. Sin embargo, el Diccionario no lo dice todo ni en él se recogen los diversos y ricos matices del tema que nos ocupa.

Con la caída del muro de Berlín y el derrumbamiento del bloque soviético desapareció el gran rival opuesto a la expansión del capitalismo que, desde entonces, ha intensificado con la nueva tecnología informática su dominio sobre los mercados mundiales, organizando una red especulativa y financiera no controlada por los gobiernos, en virtud de medidas liberalizadoras. Los beneficiarios del sistema afirman que esa red, conocida como globalización, conduce a la riqueza para todos y es consecuencia inevitable del progreso técnico[2].

Ahora bien, frente al mercado sin control se alzan numerosas voces para recordar que cada año es mayor el foso entre los países ricos y los países pobres. Problemas planetarios (como el medio ambiente, las epidemias, los genocidios, las dictaduras, la desigualdad de género, el narcotráfico, el terrorismo) sólo se resolverán globalizando todo lo importante para la existencia humana y no sólo la rentabilidad económica.

A finales de enero de 2002, se celebraron dos foros opuestos, que tenían por objeto trazar planes sobre el futuro mundial. Uno se celebra en Nueva York, en pleno Norte, con el lema: Liderazgo en Tiempos Difíciles. El otro tiene lugar en Porto Alegre (Brasil), en pleno Sur, con un lema distinto: Otro mundo es posible. El Foro Económico de Nueva York sostiene que la globalización es la única vía para acabar con la pobreza y que, además, es inevitable porque es consecuencia del progreso técnico. El Foro Social de Porto Alegre denuncia que cuanto más crece la globalización más ganan los ricos y peor están los pobres. Por tanto, hay que orientar el progreso técnico hacia el interés social pensando en todos y organizar otra globalización: otro mundo mejor es posible.

El liberalismo económico es una vieja filosofía, cuyo padre es el economista escocés Adam Smith (s. XVIII). Ni los gobiernos ni nadie deben entrometerse en el juego libre del mercado, el cual, mediante su “mano invisible”, realiza el bien común. Dice Smith en su Teoría de los sentimientos morales: La sociedad puede subsistir entre hombres diferentes, como entre diferentes mercaderes, a partir de un sentimiento de su utilidad, sin amor o afecto mutuos... mediante un mercenario cambio de buenos oficios de acuerdo con un valor acordado... Si hay sociedades entre ladrones y asesinos, al menos deben abstenerse, como se dice comúnmente, de robarse y de asesinarse entre ellos. La benevolencia, por lo tanto, es menos esencial para la existencia de la sociedad que la justicia”.

Sin embargo, esta “moral de mercado” es sólo una ética de banda de ladrones que se presenta ahora como justa y moderna: “La globalización neoliberal no es otra cosa que la planetarización de ese reino de las bandas de ladrones que se han lanzado al saqueo de todo el planeta[3] .

En realidad, el mercado perfecto no existe. La vida diaria nos enfrenta con situaciones en las que individuos o empresas logran acaparar una parte importante de la oferta, imponer condiciones sobre el precio, hacerse con el monopolio. Bastaría esta grave imperfección del mercado real para justificar intervenciones externas correctoras en defensa del interés público, es decir, por motivos éticos y sociales.  El liberalismo sólo significa libertad real para los  más ricos y los más fuertes. Como suele decirse, el pez grande se come al chico.

El sistema económico mundial aparece condicionado por dos factores: el tecnológico y el institucional. El primero es consecuencia del progreso de la informática, especialmente de la innovación que supone Internet. El segundo es el predominio de una tendencia de acentuado liberalismo económico, que se traduce en una cesión de poder por parte de los gobiernos en favor de las grandes empresas y grupos inversores mundiales: “Las economías nacionales se sienten impotentes ante los movimientos de una masa gigantesca de capitales virtuales, capaces de desplazarse instantáneamente y hacer caer las monedas más sólidas: la economía financiera se ha liberado de cualquier forma de control social o político[4].

El neoliberalismo es la filosofía política del proceso de globalización. De suyo, el término liberalismo evoca la defensa de la libertad personal frente a los regímenes antiguos de monarquía absoluta. Evoca también la lucha por la libertad frente a los regímenes totalitarios, ya sean colectivistas o fascistas. En el mundo económico, liberalismo significa libertad de mercado: “zorra libre en gallinero libre”. Ahora, el neoliberalismo juega a evocar estos sentimientos y reflejos, como si la economía mixta (con control social) llevara realmente a un régimen opresivo del que hay que librarse: “Es una falsificación de la historia y un oportunismo vergonzoso izar la bandera del liberalismo con sus mejores y más humanos colores para defender los intereses creados de unos pocos”, “lleva a la destrucción del pacto social y de los sistemas de protección que los seres humanos nos hemos dado para sobrevivir en un mundo incierto y peligroso[5].

Cada imperio globaliza con los medios que puede. Por ejemplo, en el imperio romano los comerciantes montan su red con rutas de transporte que operan en sintonía con los poderes vigentes. En el imperio británico del XVIII su centro financiero mundial en Londres, sus líneas marítimas y sus explotaciones coloniales son el marco de globalizaciones privadas propias de su tiempo.

 El lenguaje de la globalización es un lenguaje norteamericano: “Es un concepto y una práctica hegemonizada por una parte del planeta: los Estados Unidos”, “la administración republicana de Ronald Reagan presionó mucho para imponer el libre movimiento de capitales en otros países. Clinton heredó el proyecto y lo amplió[6]. Actualmente, la administración Bush está empeñada en imponer un nuevo orden mundial, como Bush padre lo había intentado diez años antes. La palabra globalización, con visos de modernidad y operación de imagen, sustituye a viejas palabras como capitalismo e imperialismo. 

La abismal desigualdad entre una minoría de globalizadores y una inmensa mayoría de globalizados aparece en cualquiera de las estadísticas ofrecidas por diversos organismos internacionales. El 80 por ciento de la población del planeta vive con el 20 por ciento de los recursos y 1200 millones de personas se ven obligadas a vivir con menos de un dólar por día. Se necesita una globalización alternativa, que incluya a quienes excluye la actual globalización neoliberal: dos terceras partes de la humanidad.

Se comprende que la gran mayoría pobre manifieste crecientes protestas y reivindicaciones. Mientras que la minoría globalizadora casi limita su interés a los mecanismos y resortes económicos que afectan a sus beneficios y operaciones especulativas, la gran mayoría oponente se inquieta por lo que importa a la vida humana en todas sus dimensiones.

Es necesario globalizar la sanidad (por ejemplo, contra epidemias mundiales que afectan a todos), la justicia (castigando tiranías y genocidios con ese Tribunal que no acaba de nacer por oponerse a él EE.UU), la educación (el analfabetismo es una consecuencia más de la pobreza), la política (poniendo al día instituciones incapaces de aprovechar las nuevas técnicas con sentido social), por poner algunos ejemplos. La coordinación mundial encomendada en su día a la ONU y demás organismos internacionales resulta hoy anticuada e ineficaz. Cada vez se percibe más la necesidad de una autoridad supranacional con jurisdicción planetaria y capacidad ejecutiva. La hegemonía de una sola potencia sobre los demás países, supeditados a ella, se parece más a un imperio con colonias o provincias que a una asamblea para el interés común.

Se han propuesto algunas medidas parciales para corregir las grandes desigualdades sociales existentes: la tasa Tobin y la renta básica de ciudadanía. La primera medida toma su nombre de James Tobin, premio Nóbel de Economía, que en 1978 propuso una tasa sobre los beneficios logrados en las transacciones al contado de los mercados de cambio. La mayor plataforma de defensa de este impuesto es la Asociación por una Tasa Tobin de Ayuda a los Ciudadanos (ATTAC), una organización nacida en Francia y que se ha extendido con rapidez a otros países. La suma de ingresos fiscales podría ser utilizada en la ayuda al desarrollo, lucha contra las desigualdades, protección social, protección de la naturaleza, etc. La renta básica de ciudadanía (RBC) es el ingreso pagado por el Estado a cada ciudadano por el solo hecho de serlo. Se trata de un ingreso incondicional, algo con lo que una persona puede contar con toda seguridad.

Como dice el Concilio Vaticano II, para satisfacer las exigencias de la justicia se han de eliminar las grandes diferencias sociales (GS 66). Las diferencias escandalosas entre ricos y pobres son una injusticia y, además, un peligro social: generan violencia.  Lo denuncian los profetas. Llama la atención. Nos lo recuerda el pasaje del profeta Ezequiel (Ez 33,7-9), que podría traducirse así: la injusticia globalizada genera violencia. El profeta, como centinela, tiene la responsabilidad de avisar.

 Otro mundo mejor es posible...

 El fenómeno de la globalización, sin duda, es un reto para la Iglesia que siempre ha de dialogar con la cultura y debe aportar la experiencia evangélica de fraternidad a un mundo siempre en cambio. No se trata, pues, de luchar en contra de la globalización, sino en contra del reduccionismo de una globalización promovida por los mercaderes. Estamos convencidos que el proceso globalizador en lo respecta a los aspectos intercultural e interreligioso no tiene vuelta atrás.

El BOLETÍN que ofrecemos es una pequeña aportación a la reflexión de un tema de rabiosa actualidad donde los cristianos no podemos quedar al margen. Tanto los artículos recogidos bajo el epígrafe de Testimonios y Experiencias así como los de Ideas y Orientaciones son una invitación a la estima de nuestra identidad y al respeto a la vida, cultura y credo del otro que siempre es interpelación y ofrece la gran oportunidad de crecimiento desde la complementariedad y el crecimiento común. Por nuestra parte, colaboramos en la construcción del mundo nuevo que soñamos con esta nuestra reflexión al tiempo que ofrecemos al mundo nuestra experiencia de fraternidad y decimos a todos que la puerta de nuestra casa está permanentemente abierta, el fuego encendido y la mesa dispuesta.

 

Bibliografía útil y de Fácil acceso

 Fraternidad Carlos de Foucauld, La globalización:  análisis y posibles alternativas, Sesión Internacional de Barcelona, Fraternidad Carlos de Foucauld, 27 julio – 2 agosto 2003.

Javier Melloni, Los ciegos y el elefante. El diálogo interreligioso, Cristianisme i Justicia, Barcelona, n. 97.

Joan Carrera i Carrera, Mundo global, ética global, Cristianisme i Justicia, Barcelona, n.118, marzo, 2003.

Jordí Giró i Paris, “Fundamentos antropológicos, psicológicos y éticos de la Mediación Intercutural. Pensar la mediación en un mundo intercultural e interreligioso”. En Congreso: “El repte de la interculturalitat per a l’educació del s. XX”. Valencia 27 de novembre de 2004.

Jordí Giró i Paris, “Ética y ecumenismo. El diálogo interreligioso en los espacios públicos educativos”, Valencia, jueves 30 de junio 2005.

Luis de Sebastián, Problemas de la globalización (comercio, emigración, medio ambiente), Cristianisme i Justicia, n.135, septiembre 2005.

 

Manuel Pozo Oller,

Director

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[1] Cfr. Actas de la Asociación de Teólogos Juan XXIII , XXII Congreso de Teología, Madrid,  2002.

[2] Cfr. José Luis Sampedro, El mercado y la globalización, Barcelona, Destino, 2002. El autor es catedrático de Estructura Económica y novelista.

[3] Germán Gutiérrez, 10 palabras clave sobre globalización, EVD, Estella, 2002, 304-307.

[4] J. Estefanía, o.c, 35.

[5] Luis de Sebastián, o.c., 82 y 87.

[6] J. Estefanía, o.c., 26-30.

 

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