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 Nazaret en la vida pastoral de Jesús

Pepe Sánchez Ramos

1ª Parte

Algunas veces hemos oído preguntar: ¿Es posible, para un seglar comprometido, vivir el misterio de Nazaret? ¿Es posible vivir desde Nazaret a un sacerdote diocesano? ¿Qué aporta Nazaret para la vida activa? Quisiera que esta lectura de algunos textos del Evangelio de Lucas ayude a la respuesta. Os ofrezco, hoy, parte de esa respuesta. Y os la ofrezco especialmente a los amigos seglares y a los sacerdotes diocesanos de las Fraternidades.

A veces hemos mirado Nazaret como contraposición de la Vida Apostólica. Como si Nazaret no fuera, en sí mismo, apostólico y como si los años en los que Jesús camina por Palestina no llevaran en su entraña la experiencia nuclear de Nazaret.

Jesús es apóstol en sus 33 años. Aunque en cada etapa exprese su acción pastoral, con acentos distintos. Las ramas son el árbol; el tronco es el árbol; las raíces son el árbol. Todo forma una unidad inseparable. En cada parte está el árbol integral.

En Nazaret, Jesús salva testimoniando, gritando con su propia vida la gran experiencia que más tarde va a explicar de palabra. Pero en su vida misionera permanece Nazaret. Son dos dimensiones entrelazadas. Por los caminos polvorientos es el Nazareno que vive una gran experiencia, que descubre su experiencia, que invita a incorporarse a esa experiencia de Dios y de la vida. Por los caminos de Galilea, camina el Testigo del Amor del Padre, testigo silenciado, que vive y explica la acogida gratuita de Dios al hombre. Por aquellos caminos, Jesús sigue ofreciendo la Buena Noticia, a través de una comunicación sencilla, coloquial, viva, directa con cada persona o con la multitud.

La vida de Jesús es una sinfonía, en dos tiempos: un tiempo largo, el de Nazaret; un tiempo breve, el de itinerante. Pero la melodía dominante se encuentra en los dos tiempos, aunque el colorido musical sea distinto en cada uno.

Por eso, para penetrar su experiencia de Nazaret, nada mejor que repasar su vida itinerante y descubrir las líneas de fuerza que Jesús anuncia. Ellas son la experiencia acumulada en sus años silenciosos y testimoniales. Y, para entender bien su vida activa, necesitamos tener, como telón de fondo, los elementos nucleares de Nazaret.

Quitad a la enseñanza la experiencia y se convierte en ideología. Quitad a la oración la relación filial y amistosa con el Padre, y aparecerá un "cumplidor" de sus obligaciones religiosas. Quitad a las palabras su dimensión de silencio y se convierten en palabrería... Jesús es un Maestro, lleno de sabiduría, porque es un experimentado; es un contemplativo, porque tiene la experiencia de ser amado por el Padre; es un apóstol, porque le urge comunicar lo que a Él se le está dando; es un humano, porque está entroncado directamente con la vida...

Todo esto es la dimensión de Nazaret, en la vida itinerante de Jesús. Lo vamos a ver a través de algunos textos del Evangelio de Lucas.

 

"Tengo que estar en lo que es de mi Padre" (Lc. 2, 49).

 

Son las primeras palabras de Jesús que nos ofrece el evangelista. Jesús es una naturaleza humana, transida de divinidad. Y va creciendo en la conciencia de que es habitado. Se descubre Hijo del único Padre. Y vive en unas relaciones crecientes con el Padre. Hasta llegar a vivir en unidad: "El Padre y Yo somos una sola cosa" (Jn. 10,29).

El Padre es su verdadero educador: "Un hijo no puede hacer nada por sí, tiene que vérselo hacer al padre. Así, cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual, porque el padre quiere al hijo y le enseña todo lo que él hace"(Jn.5, 19-20).

En Nazaret, Jesús vive colgado de la palabra del Padre, orientado por su querer. Nazaret es la experiencia en la que la Voluntad de Dios es el centro y !a guía de la vida cotidiana. Donde no hay otro conductor que el Espíritu del Padre.

¿No define Jesús este aspecto de Nazaret con la alabanza que hace de su Maestra María: "Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen"?

Y así va a continuar en su vida pastoral: "Yo no puedo hacer nada por mí" (Jn. 5, 30). "Mi alimento es hacer el designio del que me envió y llevar a cabo su obra" (Jn. 4, 34). "Yo no he hablado en nombre mío, no; el Padre, que me envió, me ha encargado lo que tenía que decir y que hablar y yo sé que este encargo suyo es vida eterna; por eso, lo que hablo, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre" (Jn. 12, 49-50).

Jesús descubre a sus oyentes, lo que es su experiencia esencial filial y nos indica cuál es el eje de la vida creyente y de la actividad pastoral. Jesús  hablará poco, pero sus palabras serán palabras de Dios; caminará en un espacio bien pequeño, pero sus pasos son los pasos de Dios; hará pocas cosas y sencillas, pero serán gestos de Dios que tendrán una repercusión única en la historia humana.

 

"Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en gracia" (Lc 2, 52)

 

A lo largo de su vida en Nazaret, Jesús va descubriendo qué es ser hombre, y va creciendo como humano en todas sus dimensiones. En este tiempo se autocomprende como el Hijo del Hombre, es decir, el hombre poseído plenamente por el Espíritu de Dios (Lc. 3, 21-22). Y es que el hombre no es pleno, sino en referencia al Espíritu de Dios.

Jesús vive una vida plenamente humana, en libertad, en verdad, en amor. Es un hombre armónico. Es hombre verdadero y el verdadero hombre.

Quienes lo tratan, lo ven como un hombre "lleno de autoridad" (Mc. 2, 10), de fuerza (Lc. 6, 19), de sabiduría (Mc. 1, 27), de veracidad (Lc. 20, 21)... Es el hombre pleno soñado por e! Creador.

Pilatos, sin saber mucho lo que decía, así lo presenta a la multitud: "He ahí al HOMBRE" (Jn. 19, 5). Y así es. El crecimiento en madurez de que habla Lucas ha llegado a plenitud. Por primera vez en la historia está apareciendo lo que es y significa ser hombre. Los soldados al despojar a Jesús de la falsa dignidad real, propia del mundo, han dejado al descubierto la verdadera realeza de Jesús, su dignidad esencial. El vaciamiento que vive de todo aquello que los hombres creemos imprescindible para ser hombres hace que podamos descubrir en Él al verdadero hombre.

El misterio del hombre, su autocomprensión, sólo queda esclarecida en el misterio del Verbo Encarnado: "Cristo manifiesta plenamente el hombre, al propio hombre" (L.G. 22).

La presencia del Espíritu en el hombre no destruye, sino plenifica. Desmonta, sí, el falso "ego". Desmonta nuestros desajustes mentales, afectivos, operativos... Pero hace emerger nuestro verdadero rostro original y termina en la cumbre mística, siendo el sujeto de nuestras actuaciones cotidianas.

Nazaret es el camino de la maduración en lo humano, desde su perspectiva esencial. Nazaret es la valoración de lo humano, de todo lo humano.

 

"Enviado a proclamar el año favorable del Señor" (Lc. 4,16-30)

 

En Nazaret, Jesús ha ido comprendiendo su misión. Se ha ido descubriendo como el Mesías, enviado por el Padre, en bien de la humanidad. Y eso que era difícil caer en la cuenta del verdadero mesianismo en aquel ambiente nazareno. "Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?", pregunta Natanael, desconfiando de los mesianismos procedentes de Galilea.

Tampoco se ve Jesús situado en el horizonte del Antiguo Testamento, como lo ve Felipe: "Hemos encontrado al descrito por Moisés en la Ley y por los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret" (Jn. 1,45-46).

Jesús trae un anuncio de gracia universal y comienza proclamándolo en Nazaret, "donde se había criado", ante sus vecinos:

"Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor".

Jesús supera la mentalidad estrecha de sus vecinos. ¡EI Padre ama y regala la salvación a todos los hombres! ¡Ofrece su gracia para todos! "Ya no hay judíos y paganos, hombres y mujeres, esclavos y libres"... Todos son amados, a todos se les regala la entrada para el banquete de bodas...

Sus vecinos se resisten, "extrañados del discurso sobre la gracia que salía de sus labios". Pero "¿no es este el hijo de José?". Pues no le ha salido a "su padre", no ha asumido las ideas y comportamientos del padre. ¡Cómo va a ser igual, ante Dios, el Centurión que uno de nosotros!

Ha sufrido mucho Jesús, en sus años de Nazaret, al ver la estrechez de sus vecinos. Una vez más, les quiere ayudar y les anuncia con claridad la Buena Noticia, de que Dios ama a todos, es Padre de todos y no tiene acepción de personas, cuando alguien acoge su gran regalo de amor.

Jesús seguirá descubriéndonos al Padre del hijo pródigo, al pastor de la oveja perdida, al médico de los enfermos...

La clave de toda la pastoral de Jesús es la de ayudar a caer en cuenta del amor gratuito del Padre Dios. Su vida, sus gestos y sus palabras son un grito en favor del amor universal de Dios.

Nazaret es experiencia del amor del Padre "que hace salir el sol, cada día, para buenos y para malos".

 

"Danos, hoy, nuestro pan de cada día" (Lc. 11,3).

 

En Nazaret, Jesús ha aprendido a vivir el hoy, el cada día. En ese ambiente rural y sencillo pesa lo cotidiano, absorbe lo actual. El hoy es ya eternidad.

Vivimos agobiados por el mañana o el ayer. Nazaret es vivir el hoy, atentamente, entregadamente, amorosamente.

Es verdad que un hoy, en referencia al ayer y al mañana, porque somos historia, pero sin que ellos bloqueen el hoy, o nos evadan de él.

Jesús acoge a esta mujer concreta que ha venido a sacar agua del pozo, a este enfermo que está en la camilla o que le toca... Jesús desenmascara actitudes bien concretas.

Nazaret es la realidad concreta, a la que debemos responder muy concretamente. Nazaret es la experiencia del hoy concreto en el que se transparenta lo que Dios Padre quiere hoy para mí.

"Cada día trae su preocupación", "no os agobiéis", "no andéis preocupados"... La preocupación impide que la semilla nazca (Lc. 8, 14); por lo preocupada que está, Marta no está viviendo bien su encuentro con Jesús (Lc. 10, 41).

"No tengáis miedo". Si lo cabellos de vuestra cabeza están contados por el Padre que os ama,.. No temáis ni siquiera a la muerte. Que sólo os dé temor el no amar.

 

¿A qué se parece el Reino de Dios? (Lc. 13,18)

 

A un grano de mostaza, a un puñado de levadura, a una semilla...

La pequenez, la sencillez, lo no aparente son los instrumentos del Reino. Jesús renuncia a la imagen del "cedro frondoso" de Ezequiel 17, 22, indicando que el Reino de Dios no tendrá el esplendor humano esperado por el judaismo. Por eso la semilla se planta en el "huerto"  -lugar de los pobres y pequeños-, no en el "monte alto y macizo", signo de la grandeza que impresiona y asusta.

El Reino que anuncia Jesús se anuncia por caminos pastorales distintos de los del judaismo y del paganismo.

Jesús valora las "pasividades", tanto o más que las "actividades", en orden al crecimiento del Reino. Porque transforma tanto la "pasividad activa" como la "actividad". Y hasta más. Aunque en nuestros ambientes de eficacismo no lo creamos.

Sus treinta años en Nazaret son años de "pasividad", en cuanto al "hacer" apostólico; son años de gran silencio. Pero son tan redentores, tan eficaces y fecundos como los tres de caminante.

El silencio, los tiempos de oración, los días retirados de la tarea... son Nazaret. La vida conscientemente anónima, lo cotidiano... son Nazaret. La enfermedad desconcertante, la incapacidad que nos margina del mundo activo, ancianidad... son Nazaret. La oblación silenciosa de un claustro, la renuncia por el Reino a determinadas capacidades humanas... son Nazaret.

Jesús difunde el Reino, a través de medios muy vulnerables, pero cargados de calidad divina. Lo que importa es la calidad divina, en cada una de nuestras etapas, no, la grandeza de los medios.

Nazaret, a veces, va al comienzo; otras, va al final. Pero siempre ha de dar su toque, en todas las etapas de la actividad y en los medios que usamos en cada una de ellas.

La segunda parte de este artículo apareció en el boletín Iesus Caritas nº 102 "...en todo, como Jesús en Nazaret"

 

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